Si bien ya aparecieron algunos títulos a mediados y finales de los 40, es durante los años 50 que llega la explosión de cine exploitation de temática adolescente. Producidas por las compañías independientes que llenaron el hueco que dejaron las majors, que no consideraban a los adolescentes como un público que valiese la pena atraer, por un lado estas películas explotaban de manera sensacionalista la nueva generación y su actitud rebelde y conflictiva, haciendo supuestos retratos veraces de su moral relajada cuyo objetivo era atraer morbosos espectadores hambrientos de carne adolescente, y por otro lado explotaban temáticas y géneros que podían interesar a los jóvenes en productos diseñados específicamente para ellos. Obviamente, cuando los independientes empezaron a ganar dinero con estas películas, las majors se apuntaron al carro.
A pesar de que las intenciones tanto de las majors como de las independientes era ganar dinero explotando a una juventud que no entendían, igual que durante los 70 productores blancos que no sabían nada de los espectadores negros intentaban llevarlos al cine a través de películas "pensadas para ellos", en raras ocasiones sí que dieron en la diana, a pesar de que ni siquiera estaban apuntando.
Cuando se habla de cine de los 50, rebeldía y adolescentes normalmente se piensa en primer lugar en el clásico Rebelde sin causa (Rebel Without a Cause, Nicholas Ray, 1955). En este film James Dean encarnó a Jim Stark, un furioso y conflictivo adolescente, incomprendido por todos. Dean ofrece una gran interpretación que lo convirtió en estrella e icono y la película es un interesante drama. Pero, igual que todas las demás, se nota que fue escrita por personas que no entendían la actitud de la nueva generación, igual que no entendieron a los hippies de finales de los 60.
Sin embargo, a mí siempre me vienen a la mente otros dos títulos que resumen a la perfección adolescentes, conflicto y años 50. Dos títulos que ejemplifican lo que era ser adolescente en la era de las hormigas atómicas: I Was a Teenage Werewolf (Gene Fowler Jr., 1957) y I Was a Teenage Frankenstein (Herbert L. Strock, 1957). O sea: "Yo fui un hombre lobo adolescente" y "yo fui un Frankenstein adolescente".
I Was a Teenage Werewolf fue la primera en utilizar el título "Yo fui...", reutilizado y homenajeado centenares de veces. Relacionar la licantropía con la explosión hormonal de la adolescencia es bastante fácil y se ha hecho en infinidad de ocasiones. Pero esta película también resulta interesante como alegoría de los conflictos generacionales, así como el miedo que sentían los adultos por la generación del "baby boom".
El director Gene Fowler Jr. no estaba muy contento con el guion que Herman Cohen, también productor, y Aben Kandel habían escrito usando ambos el pseudónimo Ralph Thornton, así que se puso a reescribir y cambiar escenas y personajes para que no fuera completamente ridícula. Fowler, que aceptó hacer la película para ascender de editor a director, no pensaba que nadie la fuera a ver, pero de todos modos se esforzó al máximo en los 6 días que le dieron de rodaje para hacer la mejor película posible con los limitados recursos con los que contaba. Este esfuerzo dio sus frutos y, aunque no es que sea un gran clásico precisamente, se nota una diferencia cualitativa al compararla con títulos posteriores.
La película gira en torno al conflictivo Tony (Michael Landon), un buen muchacho pero que posee un temperamento que lo hace saltar a la mínima y provoca que continuamente se meta en peleas. Después que su novia Arlene (Yvonne Federson) le insista en que busque ayuda para "ajustarse", Tony finalmente lo hará tras pegar a un amigo por una simple broma. Tony irá a ver al doctor Brandon (Whit Bissell), que aprovechará la ocasión para someter al joven a un experimento que acabará por convertirlo en hombre lobo.
Vista hoy día, resulta bastante entrañable, perdiendo el impacto que tuvo entre los adolescentes de finales de los 50, y está llena de pequeños detalles que llaman la atención del espectador actual, es decir: la mía. En una de las escenas la madre de Yvonne le recrimina que sólo salga con un chico, Tony, y no le dé oportunidad a otros, nombrando a varios buenos muchachos. Supongo que entonces se debería tener una idea diferente de lo que era tener una cita, ya que hoy día parece que la madre anime a la hija a enrollarse con cuantos más chicos, mejor. Algo chocante para los 50. En otra de las escenas, una chica expresa sus quejas a su chico porque no la saca a bailar y está todo el rato haciendo música con unos bongos. La respuesta del chico: "¿cómo puedes ser tan anticuada? Has venido conmigo, pero puedes bailar con él (señalando a otro chico)", lanzando, literalmente, a su chica a los brazos de otro chico. Me pregunto si esta escena fue el origen de la cultura de intercambios de pareja de los 70. Uno de mis momentos favoritos es cuando el ayudante del doctor Brandon expresa cierta preocupación moral por lo que están haciendo, a lo que el doctor contesta: "por esa falta de ambición científica serás un ayudante toda tu vida".
En lo que se refiere al tema que nos ocupa, aquí queda reflejada bastante bien la mentalidad de la época: Tony es rebelde y violento, pero es un buen muchacho en el fondo. Todos son buenos muchachos. Los profesores se preocupan por el futuro de sus alumnos y les enseñan valores. Hasta la policía se esfuerza en encaminar a los muchachos en lugar de meterlos en la cárcel. La única razón que se ofrece para justificar que Tony es violento es porque, simplemente, es así, la sociedad no ha tenido nada que ver. La única causa de la tragedia que se acaba desarrollando es la intervención de un científico que, cegado por su ambición, no se da cuenta de que "el hombre no debe interferir en el territorio de Dios", como dice solemne un policía al final de la película.
Es decir, los adultos estaban convencidos de que la sociedad funcionaba como tenía que ser y que no había ningún motivo social por el que los adolescentes no se tuviesen que comportar como es debido. En otras palabras, la película refleja la perplejidad de una sociedad obsesionada por el status quo convencida de que nada tenía que cambiar. Una sociedad que representaba su sociedad ideal en películas donde todo el mundo era blanco, heterosexual y creyente (menos esos científicos que no dejan de interferir en el territorio de Dios), no existían los retretes y la mujer sabía cual era su sitio.
En la otra cara de la moneda, en la cara de la moneda con granos y un cuerpo que empieza a cambiar y tener nuevas y lúbricas necesidades, los adolescentes se sentían plenamente identificados con el hombre lobo adolescente, retratado como una víctima de las circunstancias. El sólo quiere hacer su vida, ir a bailar con su chica e ir a la universidad, pero nadie le comprende y se acaba metiendo en problemas. Además, su cuerpo empieza a transformase y perder el control. Stephen King en su ensayo Danza Macabra, ejemplifica esta simple pero poderosa alegoría en la escena en la cual Tony, transformado, asesina a una joven. Primero vemos a la joven, vestida con ropa ajustada, haciendo ejercicios de elasticidad sobre dos barras. Entonces, Tony entra, la mira un momento y al poco se transforma en una bestia descontrolada con una enorme boca babeante llena de colmillos.
No es que sea una alegoría muy sutil, precisamente.
Es gracias a este básico y evidente subtexto que la película resulta interesante de ver hoy día. Eso sin tener en cuenta el factor nostálgico, algo que no había considerado originalmente cuando pensé en hacer este post, sino que descubrí al prepararlo. Supe por primera vez de estas dos películas cuando, a los 12 años, leí It de Stephen King, novela en la cual hay una escena en que tres de los protagonistas van al cine a verlas en una doble sesión. En ese momento sentí curiosidad por estas películas pero no es hasta un año más tarde que me hice con ellas. Las compré en vídeo en un Virgin Megastore que por entonces había en el Passeig de Gràcia de Barcelona (ya no existe). Ambas películas estaban en inglés y sin subtitular, así que no tenía ni la más mínima idea de lo que decían. Pero su acción era lo bastante simple como para poder entender lo que pasaba sólo fijándome en las imágenes. Esto tenía algo de ritual y mágico, además de lo divertido que era inventarse los diálogos.
Como no están editadas en DVD, recurrí a las copias en vídeo que hacía tiempo que no veía, lo que provocó una avalancha nostálgica que, aunque he procurado ofrecer una análisis más o menos (sub)objetivo, interfería en el análisis de las películas. Muchas de las sensaciones que me han provocado no están relacionadas con su calidad sino con su función como máquinas del tiempo sentimentales.
I Was a Teenage Frankenstein fue producida inmediatamente por Herman Cohen tras el gran éxito de taquilla que había disfrutado su anterior producción I Was a Teenage Werewolf. Teenage Frankenstein fue de nuevo escrita por Cohen y Aben Kandel, y al contrario que con la anterior, esta vez el director Herbert L. Strock debió estar contento con el guion tal y cual estaba porque la película es bastante inferior a Teenage Werewolf.
El título está pensado para aprovechar el éxito de la anterior película y fue usado por ese único motivo, aunque no representase muy bien el filme ya que el único Frankenstein que sale es Whit Bissell, que ya hacía unas décadas que había dejado atrás la adolescencia. El monstruo en los títulos es simplemente llamado Teenage Monster, nombre que luego fue usado como título en una película de 1958 dirigida por Jacques Marquette.
No sé si recordaréis aquellos libro-cómic que ofrecían versiones resumidas y condensadas de clásicos de la literatura. El caso es que esta película parece una versión condensada y resumida de cualquier película inspirada en la obra de Mary Shelley, pero con ambientación contemporánea. Lo que da como resultado algunos toques deliciosamente absurdos, como el hecho de que Frankenstein tenga un foso con cocodrilos, para deshacerse de los trozos de cadáveres que le sobran, en su casa residencial.
Pero a pesar de lo tontorrona e inocente que es la película, también resulta sociológicamente relevante al representar la lucha generacional de entonces. La criatura, que en un principio se porta bien y hace todo lo que su creador le dice, se acaba rebelando y trayendo consigo la destrucción (en un final espectacular en color, el resto de la película es en blanco y negro) pero esta rebelión está provocada por las maquinaciones de su creador. Creo que no cuesta ver la correlación entre los hechos descritos en la película y lo que estaba sucediendo en aquel momento en todo el mundo, ya que a finales de los 50 se empezaban ya a gestar lo que sería la futura contracultura.
En cuanto a los adolescentes, es obvio que los deseos de la Criatura de ser aceptado, tener un rostro hermoso y ser querido se correspondían con los anhelos de muchos jóvenes. Especialmente durante un época en la cual el adolescente mantiene un delicado equilibro entre establecer su propia identidad y querer formar parte de un grupo.
Sólo recomiendo el visionado de la película si os interesan estos temas porque, la verdad, se nota que fue hecha con prisas para aprovechar el impulso de Teenage Werewolf.
El título está pensado para aprovechar el éxito de la anterior película y fue usado por ese único motivo, aunque no representase muy bien el filme ya que el único Frankenstein que sale es Whit Bissell, que ya hacía unas décadas que había dejado atrás la adolescencia. El monstruo en los títulos es simplemente llamado Teenage Monster, nombre que luego fue usado como título en una película de 1958 dirigida por Jacques Marquette.
No sé si recordaréis aquellos libro-cómic que ofrecían versiones resumidas y condensadas de clásicos de la literatura. El caso es que esta película parece una versión condensada y resumida de cualquier película inspirada en la obra de Mary Shelley, pero con ambientación contemporánea. Lo que da como resultado algunos toques deliciosamente absurdos, como el hecho de que Frankenstein tenga un foso con cocodrilos, para deshacerse de los trozos de cadáveres que le sobran, en su casa residencial.
Pero a pesar de lo tontorrona e inocente que es la película, también resulta sociológicamente relevante al representar la lucha generacional de entonces. La criatura, que en un principio se porta bien y hace todo lo que su creador le dice, se acaba rebelando y trayendo consigo la destrucción (en un final espectacular en color, el resto de la película es en blanco y negro) pero esta rebelión está provocada por las maquinaciones de su creador. Creo que no cuesta ver la correlación entre los hechos descritos en la película y lo que estaba sucediendo en aquel momento en todo el mundo, ya que a finales de los 50 se empezaban ya a gestar lo que sería la futura contracultura.
En cuanto a los adolescentes, es obvio que los deseos de la Criatura de ser aceptado, tener un rostro hermoso y ser querido se correspondían con los anhelos de muchos jóvenes. Especialmente durante un época en la cual el adolescente mantiene un delicado equilibro entre establecer su propia identidad y querer formar parte de un grupo.
Sólo recomiendo el visionado de la película si os interesan estos temas porque, la verdad, se nota que fue hecha con prisas para aprovechar el impulso de Teenage Werewolf.
Yo fui un hombre lobo adolescente la conocía de hace tiempo, pero aún no he tenido la oportunidad de verla.
ResponderEliminarRebelde sin causa me encanta, y debería darle un revisionado lo antes posible. Eso era cine de adolescentes, y no lo que se hace ahora.
De momento no está editada en DVD que yo sepa. Por el momento sólo se puede ver por Internet... a no ser que conserves alguna copia en VHS como yo!
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