Lectores y lectoras, a lo mejor ya os habéis dado cuenta de que a mí me gusta el cine como a un yonqui la heroína. Tras este maratoniano fin de semana, decidí ayer ir a ver un par de estrenos al cine: The Artist (Michel Hazanavicius, 2011) y Misión Imposible: Protocolo Fantasma (Mission: Impossible - Ghost Protocol, Brad Bird, 2011), dos películas de estilos bastante diferentes.
Empezaremos por The Artist, que es la primera que vi. Como ya sabréis, en este film francés muy poco francés, el director Michel Hazanavicius rinde un sentido homenaje al cine mudo americano. La película está rodada en el mismo formato que se usaba entonces, el 1.37: 1, en blanco y negro y es (casi) muda. Hazanavicius ha comentado en una entrevista (aparecida en El Periódico de Catalunya del 16 de diciembre) que él proviene del mundo del arte, donde es costumbre producir una obra siendo consciente y estudiando lo que se ha hecho antes y no es tan ingenuo para creer que se puede crear algo nuevo. Y es precisamente esta actitud la que le ha permitido crear un film bastante original.
Original en el sentido de que hace más que simplemente recrear una película muda. El sonido y su ausencia son utilizados para desarrollar y ponernos en el punto de vista de su protagonista, el actor George Valentin (Jean Dujardin) que súbitamente ve su estrella declinar ante la llegada del cine sonoro. De modo que se utilizan técnicas, efectos digitales y se juega con el sonido de una manera que era imposible en la época que retrata el director.
En los inicios del cine, el hecho de que una película fuera muda no era una opción: es lo que la tecnología de entonces permitía. Esta ausencia de sonido se intentaba suplir en los teatros con pianistas y orquestas que tocaban música que acompañaba a las imágenes. También se hacían continuamente experimentos para conseguir imágenes en color, tintando los negativos o coloreando a mano los fotogramas. Sin embargo, en la actualidad, cualquier manipulación de la imagen y el sonido tiene una intención, un propósito. En este film, como ya he dicho, está el factor principal que es homenajear el cine de esa época, pero también hay una deliberada manipulación del espectador al usar sonido en ciertas secuencias, sin tener en cuenta la música que suena a lo largo de la película.
Este uso de técnicas y recursos actuales, como utilizar efectos digitales para integrar al ficticio George Valentin en auténticas películas mudas, parecería entrar en contradicción con la intención de homenajear una época en que el cine era más sencillo, más inocente (pero desde mi punto de vista eso no quiere decir que fuera mejor o peor). Pero lo cierto es que encaja bastante con uno de los temas principales de The Artist, el conflicto entre el progreso e intentar que no cambie nada.
Pero basta ya de hablar de cómo cuenta su historia y veamos qué cuenta. Se han trazado paralelismos entre el argumento de este film y el de Cantando bajo la lluvia (Singin' in the Rain, Stanley Donen, Gene Kelly, 1952), paralelismos que ciertamente existen. Pero lo cierto es que si se cuenta una historia protagonizada por una estrella del cine mudo, es casi inevitable, dramáticamente hablando, situarla en el momento de la llegada del cine sonoro (talkies, como se denominaban entonces) y cómo se enfrenta el protagonista a la situación.
Así, el film se centra en como George Valentin vive la llegada del sonoro y que su fama se diluya, mientras vemos paralelamente como la nueva actriz Peppy Miller (Bérénice Bejo) se convierte en una estrella. Hazanavicius nos cuenta esta historia que combina romance, comedia y drama utilizando también recursos argumentales de la época que recrea. Momentos que te hacen sonreír no tanto porque sean graciosos sino más bien por la inocencia con que son contados. Pero esta sencillez formal permite introducir diversos temas que son bastante relevantes actualmente. Es inevitable que, en el momento que se refleja el crack del 29, uno haga paralelismos con la situación actual, así como la obsesión por lo nuevo y el continuo consumo de celebridades.
Cuando empecé a ver The Artist temí que me pasara lo mismo que con el film de Mel Brooks La última locura (Silent Movie, 1976). El film de Brooks hubo momentos en que se me hizo algo pesado, pero creo que es porque el slapstick no me hace suficiente gracia como para ver toda una película dedicada a ello, son los buenos diálogos los que me hacen reír. Sin embargo, al tener un mayor elemento dramático (o estar mejor contada) esto no me ha pasado con este film, aunque sí eché de menos en algún momento la voz de Malcolm McDowell o John Goodman ya que son actores con una voz tremendamente característica y personal. De todos modos, disfruté bastante de esta "inocente" celebración cinematográfica. Una de esas películas que no solo resultan interesantes formalmente y por contenido, también te hace sentir bien cuando acabas de verla.
Tras la austeridad formal de The Artist, fui con un par de amigas a disfrutar de la orgía sensorial que es Misión Imposible: Protocolo fantasma (sólo hice un cambio de salas porque las ponían las dos en el mismo cine de VO). Nada más empezar la película, estas amigas se quedaron un momento sin aliento y luego susurraron excitadas: "Es el Sawyer, es el Sawyer". Efectivamente, Josh Holloway hace una breve aparición al principio de la película, a mí me costó reconocerlo un poco al verlo afeitado y limpio.
Como creo mencioné en alguna ocasión, tras la desastrosa segunda entrega de John Woo esta franquicia parecía más muerta que el laser-disc. Sin embargo, J. J. Abrams consiguió hacer una entretenida y trepidante tercera entrega, haciendo que la película se pareciera más a la serie en que se supone que se basa. Esta vez Abrams ejerce de mero productor y la dirección está en manos de Brad Bird, el director de maravillas como El gigante de hierro (The Iron Giant, 1999) y Los increíbles (The Incredibles, 2004).
Me gustan las películas de la serie Bourne como al que más y las del agente Harry Palmer en los sesenta, pero lo cierto es que siempre sentí debilidad por la sublime absurdidad de las películas de espías al estilo James Bond: trastos increíbles, aparatosas secuencias de acción, fantasía y bellas espías. Como muchos otros niños, siempre deseé ser, además de astronauta, un espía internacional metido en ligeramente delirantes aventuras para salvar el mundo y seduciendo bellas y mortales espías rusas (o en el caso de esta cuarta Misión Imposible, la bella asesina francesa Sabine Moreau, a la que encarna Léa Seydoux).
Así, son los aspectos de imposible high-tech y trepidante acción los que me han hecho disfrutar más de esta película. Especialmente me ha gustado como han combinado momentos espectaculares hechos con CGI con otros igualmente espectaculares hechos sin utilizar ordenador. De la misma manera, la película combina elementos clásicos del cine de espías (la tensión EEUU - Rusia) con otros más modernos. La película fue escrita por Josh Appelbaum y André Nemec, dos guionistas que habían trabajado con Abrams en la serie Alias (2001-2006), una de las primeras series de televisión que creó Abrams y que precisamente era un homenaje a la serie Misión Imposible (Mission: Impossible, 1966-1973) que creó Bruce Geller.
De modo que el equipo liderado por Ethan Hunt (Tom Cruise) se va metiendo en situaciones, pues eso, imposibles cargadas de tensión como le sucedía a Sydney Bristow (Jennifer Garner) cada semana. La gracia está, por supuesto, en ver cómo se las arreglan para salir del embrollo, más aún teniendo en cuenta que en esta ocasión carecen del soporte de la FMI.
La película combina estos momentos de acción con otros dramáticos (lo justo) y humorísticos. En este último departamento destaca Simon Pegg, el cual hace un buen papel como alivio cómico. Esto claro en la VO, porque lo divertido no es tanto lo que dice sino cómo lo dice.
El argumento es bastante sencillo: el equipo ha de salvar al mundo de un holocausto nuclear. Esta premisa les permite crear una estupenda película de acción, que tiene regusto a blockbuster veraniego. Un oasis en los normalmente cursis estrenos navideños, cine de entretenimiento en el mejor sentido de la definición. Os recomiendo aceptar esta misión.
Así, el film se centra en como George Valentin vive la llegada del sonoro y que su fama se diluya, mientras vemos paralelamente como la nueva actriz Peppy Miller (Bérénice Bejo) se convierte en una estrella. Hazanavicius nos cuenta esta historia que combina romance, comedia y drama utilizando también recursos argumentales de la época que recrea. Momentos que te hacen sonreír no tanto porque sean graciosos sino más bien por la inocencia con que son contados. Pero esta sencillez formal permite introducir diversos temas que son bastante relevantes actualmente. Es inevitable que, en el momento que se refleja el crack del 29, uno haga paralelismos con la situación actual, así como la obsesión por lo nuevo y el continuo consumo de celebridades.
Cuando empecé a ver The Artist temí que me pasara lo mismo que con el film de Mel Brooks La última locura (Silent Movie, 1976). El film de Brooks hubo momentos en que se me hizo algo pesado, pero creo que es porque el slapstick no me hace suficiente gracia como para ver toda una película dedicada a ello, son los buenos diálogos los que me hacen reír. Sin embargo, al tener un mayor elemento dramático (o estar mejor contada) esto no me ha pasado con este film, aunque sí eché de menos en algún momento la voz de Malcolm McDowell o John Goodman ya que son actores con una voz tremendamente característica y personal. De todos modos, disfruté bastante de esta "inocente" celebración cinematográfica. Una de esas películas que no solo resultan interesantes formalmente y por contenido, también te hace sentir bien cuando acabas de verla.
Tras la austeridad formal de The Artist, fui con un par de amigas a disfrutar de la orgía sensorial que es Misión Imposible: Protocolo fantasma (sólo hice un cambio de salas porque las ponían las dos en el mismo cine de VO). Nada más empezar la película, estas amigas se quedaron un momento sin aliento y luego susurraron excitadas: "Es el Sawyer, es el Sawyer". Efectivamente, Josh Holloway hace una breve aparición al principio de la película, a mí me costó reconocerlo un poco al verlo afeitado y limpio.
Como creo mencioné en alguna ocasión, tras la desastrosa segunda entrega de John Woo esta franquicia parecía más muerta que el laser-disc. Sin embargo, J. J. Abrams consiguió hacer una entretenida y trepidante tercera entrega, haciendo que la película se pareciera más a la serie en que se supone que se basa. Esta vez Abrams ejerce de mero productor y la dirección está en manos de Brad Bird, el director de maravillas como El gigante de hierro (The Iron Giant, 1999) y Los increíbles (The Incredibles, 2004).
Me gustan las películas de la serie Bourne como al que más y las del agente Harry Palmer en los sesenta, pero lo cierto es que siempre sentí debilidad por la sublime absurdidad de las películas de espías al estilo James Bond: trastos increíbles, aparatosas secuencias de acción, fantasía y bellas espías. Como muchos otros niños, siempre deseé ser, además de astronauta, un espía internacional metido en ligeramente delirantes aventuras para salvar el mundo y seduciendo bellas y mortales espías rusas (o en el caso de esta cuarta Misión Imposible, la bella asesina francesa Sabine Moreau, a la que encarna Léa Seydoux).
Así, son los aspectos de imposible high-tech y trepidante acción los que me han hecho disfrutar más de esta película. Especialmente me ha gustado como han combinado momentos espectaculares hechos con CGI con otros igualmente espectaculares hechos sin utilizar ordenador. De la misma manera, la película combina elementos clásicos del cine de espías (la tensión EEUU - Rusia) con otros más modernos. La película fue escrita por Josh Appelbaum y André Nemec, dos guionistas que habían trabajado con Abrams en la serie Alias (2001-2006), una de las primeras series de televisión que creó Abrams y que precisamente era un homenaje a la serie Misión Imposible (Mission: Impossible, 1966-1973) que creó Bruce Geller.
De modo que el equipo liderado por Ethan Hunt (Tom Cruise) se va metiendo en situaciones, pues eso, imposibles cargadas de tensión como le sucedía a Sydney Bristow (Jennifer Garner) cada semana. La gracia está, por supuesto, en ver cómo se las arreglan para salir del embrollo, más aún teniendo en cuenta que en esta ocasión carecen del soporte de la FMI.
La película combina estos momentos de acción con otros dramáticos (lo justo) y humorísticos. En este último departamento destaca Simon Pegg, el cual hace un buen papel como alivio cómico. Esto claro en la VO, porque lo divertido no es tanto lo que dice sino cómo lo dice.
El argumento es bastante sencillo: el equipo ha de salvar al mundo de un holocausto nuclear. Esta premisa les permite crear una estupenda película de acción, que tiene regusto a blockbuster veraniego. Un oasis en los normalmente cursis estrenos navideños, cine de entretenimiento en el mejor sentido de la definición. Os recomiendo aceptar esta misión.
Hola Raul,aun no fui a ver ninguna,pero caera seguro la de "The artist" ,me parece sin verla una gran pelicula,aunque opinare cuando la vea,creo que solo rendir homenaje a esa decada
ResponderEliminarya tiene mi respeto tanto o mas del que tiene el director al cine mudo.
La otra la vere en casa,tranquilo sin gastarse un euro,soy muy exigente para ir al cine,ademas no esta muy barato que digamos para gastarme la pasta en una pelicula con tan poco que ofrecerme.
A The artist por lo menos no hay que negarle su originalidad y el riesgo de asumir un proyecto en blanco y negro y en el que prácticamente no se habla.
ResponderEliminarLo que comentas de usar técnicas digitales en una producción en la que se pretende homenajear el cine mudo suena raro, de todas formas ya veo que encaja, curioso.
A mí me tira mucho y supongo que iré a verla (The artist), no así, y aunque haya gente que la pone bien, tú incluido, la de Tom Cruise.
Buena entrada, Raül.
Feliz Navidad ;-P
Atticus, no sé cómo será donde vives, pero yo en Barcelona me socio gratis de una cadena de cines en VO y me sale cada día a precio de día del espectador. Me gustaron mucho las dos, pero si te tira más lo clásico desde luego disfrutarás The Artist, aunque tiene cosas muy modernas.
ResponderEliminarJavi, te contesté en la anterior entrada y no sé si viste que soy muy aficionado a los maratones. Lo que mencionas del riesgo, hay algo muy curioso: el director tuvo muchos problemas para encontrar financiación no por lo del blanco y negro, sino por ser muda. Es un poco triste, si te paras a pensarlo, que haya personas que no vean películas estupendas sólo por ser mudas. Felices fiestiñas.
Yo esta semana estoy de vacaciones y me he sacado un bono para Cinesa y una de las que quería ver era The artist, pero sólo la han estrenado en un cine de Barcelona. Hoy la han puesto ya en un cine de Madrid, así que espero que este viernes o la semana que viene se estiren un poco y la traigan a más cines.
ResponderEliminarMisión Imposible la verdad es que no me interesa demasiado. A mí me pasa lo contrario que a ti, el cine tipo James Bond es el cine de acción que menos me gusta.
Un saludo.
Pues con todo el jaleo que han hecho con la película (que si va a los oscars y tonterías de ésas) pensaba que la habrían estrenado en más cines en general.
ResponderEliminarEl cine tipo James Bond me gusta por lo absurdo más que la acción, pero, vamos, que si no te interesa pues nada.
Celebro tus comentarios sobre "The Artist". Un saludo.
ResponderEliminarGracias. Otro saludo.
ResponderEliminarMe encantó "The artist", y fue un poco por todo. Por la música, por el claqué (una de mis pequeñas perversiones), y también por la caída de la estrella y el auge de la joven aspirante. Pero, sobretodo, por momentos como la escena de las de las arenas movedizas, que me devolvió a mi tierna infancia, y por la maestría con que, en general, la película maneja los símbolos, consiguiendo que una película (casi) muda sea totalmente comunicativa, y en absoluto aburrida. Una joyita.
ResponderEliminarPues tienes razón. Creo que el reto en la actualidad es contar una historia pero usando solo imágenes, sin diálogos, ya que se podría decir que en The Artist hay diálogos, aunque nosotros no los oigamos.
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