Una tranquila tarde de marzo en la Universidad de Barcelona, facultad de filología. Los estudiantes que venían de Dinamarca, Rusia o Noruega ya iban vestidos como si fuera verano, para el resto el invierno empezaba a morir pero la primavera todavía no daba señales de vida, ni lo haría por un tiempo. Llegué a la universidad del trabajo a la una y media, fui a comer y me preparé para ir a clase.
Terminó la primera clase de la tarde y empecé a recoger mis cosas para irme a la segunda y última clase que tenía aquel día cuando una hermosa chica me preguntó: "¿Qué te pareció la peli que pusieron en vanguardias?"
Yo me había fijado antes en ella. Con una llamativa melena pelirroja que parecía sacada de un cuento de Robert E. Howard y una belleza que parecía más adecuada que apareciese fumando al lado de Humphrey Bogart en blanco y negro que vestida con una camiseta de Nirvana y tejanos, por supuesto que me había fijado en ella. Lo que me dejó alucinado es el hecho de que ella se hubiese dado cuenta de que compartíamos dos clases. De que martes y jueves íbamos a las mismas clases. Ella se había dado cuenta de que yo existía, un hecho que mi cerebro empezó a repetir sin parar como si fuese un adolescente (no uno de verdad, sino de esos que salen en las comedias y pelis de terror americanas). La película por la que me preguntaba era El arte de estrangular de Terry Zwigoff, cuya primera mitad habíamos visto el martes en Vanguardias del siglo XX, una de las dos asignaturas que compartíamos, y de la cual hoy veríamos la segunda mitad.
-Me pareció que estaba bien. Es una de las pocas veces que he tenido la sensación de que sabía más sobre el tema que la profesora.- Admito con cierta vergüenza que dije y procedí a explicar que la película se basaba en un cómic de Daniel Clowes, autor que conocía bastante. Fue la respuesta adecuada, ya que resulta que era ella la que le había llevado la película a la profesora para verla en clase y comentarla. De modo que empleamos el cuarto de hora académico entre clases para hablar de cómic underground, del punk y la música de los setenta. Nos sentamos juntos en Vanguardias del siglo XX y cuando terminó la clase continuamos hablando toda la tarde. Hablamos como si ya nos conociéramos desde hacía mucho.
Me dijo que se llamaba Carlota.
Las cosas entre Carlota y yo fueron bastante rápidas. En nuestro primer encuentro la acompañé a su casa, vivía al lado de la universidad, y al despedirnos me dijo que al día siguiente había quedado con unos amigos y si quería venir. Le dije que sí, claro. Aquel viernes terminó con ella y yo de nuevo juntos en la portería de su casa, aunque esta vez nos enrollamos en el portal en lugar de despedirnos de forma amistosa como la vez anterior. Sus padres estaban en casa, así que la cosa no fue a más. El lunes quedamos para comer juntos antes de ir a clase y yo volví a casa muy excitado y sin poder ocultarlo, como decían The Pointer Sisters.
Aquel lunes no rendí mucho en el trabajo, mi mente estaba demasiado ocupada pensando en lo que posiblemente sucedería en unas horas. Desnudez, caricias, sexo. Al mismo tiempo ideaba un plan para no parecer demasiado ansioso, que no pareciera un "hola, ¿vamos a follar?" aunque fuera lo que ambos teníamos en mente. Eso sin mencionar cierta inseguridad y nerviosismo. Pero cuando finalmente se acabó la jornada laboral y llegué a su casa tras un paseo de unos diez minutos, toda preocupación y nerviosismo y ansiedad pareció evaporarse cuando sonriendo me abrió las puertas de su casa. La seguí por el pasillo hasta el comedor donde la comida estaba ya preparada. Había pedido comida japonesa y había confiado en que sería puntual para que no nos la comiéramos fría. Por supuesto, con el sushi se habría sorteado cualquier problema de frialdad alimenticia provocado por un insospechado retraso. Nos sentamos a comer, comentando "cómo ha ido el trabajo" y "qué tenías esta mañana de clase".
-¿Conoces los Glasvegas?
-¿Glas...? No -admití.
-Uy, ya verás. -Se levantó y volvió con un CD que puso en el equipo de música. La portada tenía un dibujo de trazos blancos que parecía una ciudad bajo un cielo creado a partir de curvas como si fueran olas sobre un fondo negro. Empezó a sonar la primera canción.
-Pensé en ellos cuando me dejaste el disco de las Shangri-Las. Creo que comparten la misma sensibilidad melodramática, aunque con estilos musicales diferentes. Es decir, no se parecen en nada musicalmente hablando pero como que se conectan en el fondo.
-Bueno, a mí siempre me ha llamado la atención como son bandas del estilo de New York Dolls o The Damned, incluso Burning hicieron una versión en castellano de una de sus canciones, las que hacen referencias a las Shangri-Las, cuando son estilos que en un principio parecerían opuestos. Y me parece que es la mezcla entre el estilo pop y el melodrama desatado de sus canciones lo que las hace atractivas. Eso y que en las canciones de las Shangri-Las se muere más gente que en una del Tarantino. Y eso se mezcla con cierta ingenuidad y alegría adolescente.
Y así siguió la conversación, nada realmente interesante excepto para nosotros. Terminamos de comer y recogimos la mesa. Me enseñó la casa y lo último fue su habitación. Antes de entrar sentí cierta inquietud. Inquietud que en aquel momento asocié con los nervios y la inseguridad que mencioné antes, aunque ahora creo que era mi sentido arácnido avisándome de la desgracia que acechaba.
La habitación no era muy grande y estaba atestada de fotos, recuerdos, libros y CDs. Carlota señalaba aquí y allá algún recuerdo importante para ella o alguna foto curiosa. Se sentó en la cama y yo a su lado. Tras un momento de silencio, al parecer siguiendo un impulso, Carlota cogió un libro que tenía en un pequeño estante encima de la cama y dijo:
-Mira, ¿te lo has leido? Es mi libro favorito.
Le dije:
-Nno, no lo he leído.
Pero por supuesto que había leído _______________ y me había parecido un montón de basura. Una mierda, lo peor que se había publicado nunca. ¿Cómo podía haberle gustado semejante bosta literaria? No sólo gustado: era su favorito. Su favorito. Su favorito.
Me quedé un poco descolocado. ¿Me habría equivocado completamente con ella? ¿Podía realmente involucrarme emocional y físicamente con una persona a la que le gustaba esa pobre excusa de libro?
Al menos parecía que físicamente sí que podía liarme con ella, ya que, mientras mi mente daba vueltas pensando en cómo era posible que cualquier persona con un mínimo de gusto y sentido común le gustase esa mierda de libro, habíamos empezado a enrollarnos, estirarnos en la cama y quitarnos la ropa.
Después, abrazados en la cama, podía notar el peso del libro sobre mí. Su lomo asomaba ligeramente, se distinguía perfectamente, y yo sabía que se estaba burlando de mí. Carlota se estiró, como una gata.
-Ay, que mandra me da ir ahora a clase. ¿Por qué no nos quedamos aquí el resto de la tarde?
Porque me siento sucio y decepcionado, pensé.
-Me encantaría, pero tengo que entregar un trabajo. Además, ¿no han de venir tus padres?
-Es verdad. Bueno, pues nada, a la uni.
Desde entonces, todo lo que Carlota decía y opinaba estaba manchado por el hecho de que ____________ era su libro favorito. Era incapaz de respetar nada de lo que me dijese. Por supuesto, pensé que lo mejor era cortar, no podía seguir adelante con la relación. Y lo habría hecho si no fuera porque me había vuelto adicto a su cuerpo: el sexo con ella era increíble. Y me da vergüenza admitirlo, pero llegados a este punto o lo confieso todo o no vale la pena esta humillación, también me gustaba la sensación de pasear con ella por la calle y que otros hombres me mirasen con envidia al pasear con semejante belleza al lado.
Al cabo de un par de semanas de que lo hiciéramos por primera vez me trajo el libro cuando nos vimos en la uni.
-Me dijiste que no lo habías leído y es un libro que me apasiona. Para mí que es hasta mucho mejor que La broma infinita. En fin, te lo traigo para que te lo leas.
¡¿QUE?! La broma infinita de David Foster Wallace es uno de MIS libros favoritos y es una OBRA MAESTRA. ¿Cómo lo puedes comparar con una novelucha que es una mierda pinchada en un palo?
-Ah, muy bien. Lo leeré a ver qué tal está.
Durante la siguiente semana, ya que ella sabía que no tardaba mucho más de una semana en leerme un libro, menos si no llegaba a las 400 páginas, tuve que llevar el libro conmigo a todas partes y fingir que lo leía. Claro, que eso siginficaba que tenía que volver a leerlo, por lo menos algunas páginas, para comentarlo con Carlota y que no se diera cuenta de que odiaba el dichoso libro con toda mi alma. Tenía que tener cuidado ya que muchas veces comentábamos el libro desnudos en su cama y no quería que aquellas sesiones terminaran. Además, era obvio que el libraco de marras era importante para ella y tampoco quería herirla innecesariamente.
Igual que el demente protagonista de El corazón delator de Poe no dejaba de oír el latido del corazón del benefactor al que había asesinado a través de las tablas del suelo, no dejaba de sentir la sombra del libro flotando sobre nosotros. Cada día que pasaba odiaba más y más aquel libro que reflejaba mi propia mentira. En realidad, todas las mentiras y las actitudes hipócritas que había mantenido a lo largo de mi vida hasta entonces era ejemplificadas por la forma en que seguía manteniendo la relación con Carlota a pesar de que ya no sentía ninguna afinidad ni conexión con ella. Todo por seguir disfrutando de maravillosas sesiones sexuales, las cuales eran seguidas de largas horas de sentirme sucio y culpable, como si fuera un masturbador crónico.
La hostilidad y odio hacia el libro llegaron a su momento álgido una noche que Carlota organizó una cena en su casa aprovechando que sus padres se habían ido de fin de semana. Era una cena pequeña, ella, yo y una pareja de amigos solamente. Yo no comía mucho, las ondas radioactivas que manaban del libro y flotaban por toda la casa me habían quitado el apetito, pero el resto comía y estaba enfrascado en la conversación, disfrutando de la velada.
Hacia la mitad de la cena me levanté para ir al lavabo. Cuando terminé de aliviarme la vejiga y volvía al comedor me detuve frente a la habitación de Carlota. Abrí la puerta y allí estaba triunfante el puto libro. Entré y cerré la puerta silenciosamente. Cogí el libro y lo abrí por el centro. Lentamente, arranqué un par de páginas. Luego, dos más: una del principio y otra del final. El alivio y la felicidad me inundaron. Aquella pequeña venganza sobre el libro me había hecho sentir bien de una manera que no había sentido en mucho tiempo. No podía arriesgarme a tirar aquellas páginas en la papelera de metal que había en el suelo de la habitación, así que me desabroché los pantalones y me metí las páginas de modo que se aguantaran sujetas con los calzoncinllos pero sin que hicieran bultos, cosa que me recordó cuando era adolescente y me compraba una revista porno y la escondía de la misma manera al meterla en casa para que no la viera mi madre. Me preocupaba ligeramente que alguien se diera cuenta del ruido que hacían las páginas al rozarse con mi piel, pero nadie pareció darse cuenta.
Disfruté enormemente el resto de la cena. Las páginas las tiré al váter del lavabo de un bar al que fuimos luego. Luego caí que podría haberlas tirado al váter en casa de Carlota.
Aquel acto liberador se convirtió en una costumbre. Cada vez que podía, arrancaba unas cuantas páginas del libro. Mi relación con Carlota mejoró enormente. Incluso la situación global política del mundo, hasta entonces llena de guerras civiles y atentados, mejoró sustancialmente, estoy convencido que gracias a la felicidad que irradiaba de mí.
Pero nada dura eternamente. Llegó un punto en que no podía arriesgarme a arrancar más páginas o Carlota se daría cuenta de que su libro estaba adelgazando más rápido que una famosa después de dar a luz. La solución era fácil: comprar otro ejemplar del mismo libro. No fue difícil de encontrar, la mierda vende mucho, lo que fue más difícil fue envejecer el libro de manera que no pareciera lo que era: nuevo.
Durante unas semanas me dediqué a llevarlo siempre en la bolsa donde llevaba mis cosas, para que se viera un libro viajado, y antes de dormir lo sobaba y abría el libro para arrugar el lomo, para que se viera un libro leído. Cuando consideré que podía pasar por el mismo ejemplar que Carlota tenía en casa me dispuse a hacer el cambiazo.
El día que escogí fue un miércoles. Acabamos las clases y la acompañé a casa. Era tarde y sus padres estaban en casa, así que era cuestión de entrar y salir, nada de sexo o salir a tomar algo aprovechando que al día siguiente no había clase o trabajo. Fue muy fácil, mientras ella saludaba a su madre yo hice el cambio rápidamente y sin problemas.
Al cabo de un rato de charla, me levanté para irme. Me despedí de sus padres y ella me acompañó a la puerta. Nos despedimos y cerró la puerta. Yo me quedé un momento parado, pensando lo bien que había salido todo. Ella no se había dado cuenta de nada. Entonces saqué su ejemplar de mi bolsa, arranqué unas cuantas páginas más y lo dejé en el suelo, apoyado contra la puerta del piso en que vivía, de modo que cayera a los pies de la primera persona que abriera la puerta.
Me fui a mi casa.
Aquel lunes no rendí mucho en el trabajo, mi mente estaba demasiado ocupada pensando en lo que posiblemente sucedería en unas horas. Desnudez, caricias, sexo. Al mismo tiempo ideaba un plan para no parecer demasiado ansioso, que no pareciera un "hola, ¿vamos a follar?" aunque fuera lo que ambos teníamos en mente. Eso sin mencionar cierta inseguridad y nerviosismo. Pero cuando finalmente se acabó la jornada laboral y llegué a su casa tras un paseo de unos diez minutos, toda preocupación y nerviosismo y ansiedad pareció evaporarse cuando sonriendo me abrió las puertas de su casa. La seguí por el pasillo hasta el comedor donde la comida estaba ya preparada. Había pedido comida japonesa y había confiado en que sería puntual para que no nos la comiéramos fría. Por supuesto, con el sushi se habría sorteado cualquier problema de frialdad alimenticia provocado por un insospechado retraso. Nos sentamos a comer, comentando "cómo ha ido el trabajo" y "qué tenías esta mañana de clase".
-¿Conoces los Glasvegas?
-¿Glas...? No -admití.
-Uy, ya verás. -Se levantó y volvió con un CD que puso en el equipo de música. La portada tenía un dibujo de trazos blancos que parecía una ciudad bajo un cielo creado a partir de curvas como si fueran olas sobre un fondo negro. Empezó a sonar la primera canción.
-Pensé en ellos cuando me dejaste el disco de las Shangri-Las. Creo que comparten la misma sensibilidad melodramática, aunque con estilos musicales diferentes. Es decir, no se parecen en nada musicalmente hablando pero como que se conectan en el fondo.
-Bueno, a mí siempre me ha llamado la atención como son bandas del estilo de New York Dolls o The Damned, incluso Burning hicieron una versión en castellano de una de sus canciones, las que hacen referencias a las Shangri-Las, cuando son estilos que en un principio parecerían opuestos. Y me parece que es la mezcla entre el estilo pop y el melodrama desatado de sus canciones lo que las hace atractivas. Eso y que en las canciones de las Shangri-Las se muere más gente que en una del Tarantino. Y eso se mezcla con cierta ingenuidad y alegría adolescente.
Y así siguió la conversación, nada realmente interesante excepto para nosotros. Terminamos de comer y recogimos la mesa. Me enseñó la casa y lo último fue su habitación. Antes de entrar sentí cierta inquietud. Inquietud que en aquel momento asocié con los nervios y la inseguridad que mencioné antes, aunque ahora creo que era mi sentido arácnido avisándome de la desgracia que acechaba.
La habitación no era muy grande y estaba atestada de fotos, recuerdos, libros y CDs. Carlota señalaba aquí y allá algún recuerdo importante para ella o alguna foto curiosa. Se sentó en la cama y yo a su lado. Tras un momento de silencio, al parecer siguiendo un impulso, Carlota cogió un libro que tenía en un pequeño estante encima de la cama y dijo:
-Mira, ¿te lo has leido? Es mi libro favorito.
Le dije:
-Nno, no lo he leído.
Pero por supuesto que había leído _______________ y me había parecido un montón de basura. Una mierda, lo peor que se había publicado nunca. ¿Cómo podía haberle gustado semejante bosta literaria? No sólo gustado: era su favorito. Su favorito. Su favorito.
Me quedé un poco descolocado. ¿Me habría equivocado completamente con ella? ¿Podía realmente involucrarme emocional y físicamente con una persona a la que le gustaba esa pobre excusa de libro?
Al menos parecía que físicamente sí que podía liarme con ella, ya que, mientras mi mente daba vueltas pensando en cómo era posible que cualquier persona con un mínimo de gusto y sentido común le gustase esa mierda de libro, habíamos empezado a enrollarnos, estirarnos en la cama y quitarnos la ropa.
Después, abrazados en la cama, podía notar el peso del libro sobre mí. Su lomo asomaba ligeramente, se distinguía perfectamente, y yo sabía que se estaba burlando de mí. Carlota se estiró, como una gata.
-Ay, que mandra me da ir ahora a clase. ¿Por qué no nos quedamos aquí el resto de la tarde?
Porque me siento sucio y decepcionado, pensé.
-Me encantaría, pero tengo que entregar un trabajo. Además, ¿no han de venir tus padres?
-Es verdad. Bueno, pues nada, a la uni.
Desde entonces, todo lo que Carlota decía y opinaba estaba manchado por el hecho de que ____________ era su libro favorito. Era incapaz de respetar nada de lo que me dijese. Por supuesto, pensé que lo mejor era cortar, no podía seguir adelante con la relación. Y lo habría hecho si no fuera porque me había vuelto adicto a su cuerpo: el sexo con ella era increíble. Y me da vergüenza admitirlo, pero llegados a este punto o lo confieso todo o no vale la pena esta humillación, también me gustaba la sensación de pasear con ella por la calle y que otros hombres me mirasen con envidia al pasear con semejante belleza al lado.
Al cabo de un par de semanas de que lo hiciéramos por primera vez me trajo el libro cuando nos vimos en la uni.
-Me dijiste que no lo habías leído y es un libro que me apasiona. Para mí que es hasta mucho mejor que La broma infinita. En fin, te lo traigo para que te lo leas.
¡¿QUE?! La broma infinita de David Foster Wallace es uno de MIS libros favoritos y es una OBRA MAESTRA. ¿Cómo lo puedes comparar con una novelucha que es una mierda pinchada en un palo?
-Ah, muy bien. Lo leeré a ver qué tal está.
Durante la siguiente semana, ya que ella sabía que no tardaba mucho más de una semana en leerme un libro, menos si no llegaba a las 400 páginas, tuve que llevar el libro conmigo a todas partes y fingir que lo leía. Claro, que eso siginficaba que tenía que volver a leerlo, por lo menos algunas páginas, para comentarlo con Carlota y que no se diera cuenta de que odiaba el dichoso libro con toda mi alma. Tenía que tener cuidado ya que muchas veces comentábamos el libro desnudos en su cama y no quería que aquellas sesiones terminaran. Además, era obvio que el libraco de marras era importante para ella y tampoco quería herirla innecesariamente.
Igual que el demente protagonista de El corazón delator de Poe no dejaba de oír el latido del corazón del benefactor al que había asesinado a través de las tablas del suelo, no dejaba de sentir la sombra del libro flotando sobre nosotros. Cada día que pasaba odiaba más y más aquel libro que reflejaba mi propia mentira. En realidad, todas las mentiras y las actitudes hipócritas que había mantenido a lo largo de mi vida hasta entonces era ejemplificadas por la forma en que seguía manteniendo la relación con Carlota a pesar de que ya no sentía ninguna afinidad ni conexión con ella. Todo por seguir disfrutando de maravillosas sesiones sexuales, las cuales eran seguidas de largas horas de sentirme sucio y culpable, como si fuera un masturbador crónico.
La hostilidad y odio hacia el libro llegaron a su momento álgido una noche que Carlota organizó una cena en su casa aprovechando que sus padres se habían ido de fin de semana. Era una cena pequeña, ella, yo y una pareja de amigos solamente. Yo no comía mucho, las ondas radioactivas que manaban del libro y flotaban por toda la casa me habían quitado el apetito, pero el resto comía y estaba enfrascado en la conversación, disfrutando de la velada.
Hacia la mitad de la cena me levanté para ir al lavabo. Cuando terminé de aliviarme la vejiga y volvía al comedor me detuve frente a la habitación de Carlota. Abrí la puerta y allí estaba triunfante el puto libro. Entré y cerré la puerta silenciosamente. Cogí el libro y lo abrí por el centro. Lentamente, arranqué un par de páginas. Luego, dos más: una del principio y otra del final. El alivio y la felicidad me inundaron. Aquella pequeña venganza sobre el libro me había hecho sentir bien de una manera que no había sentido en mucho tiempo. No podía arriesgarme a tirar aquellas páginas en la papelera de metal que había en el suelo de la habitación, así que me desabroché los pantalones y me metí las páginas de modo que se aguantaran sujetas con los calzoncinllos pero sin que hicieran bultos, cosa que me recordó cuando era adolescente y me compraba una revista porno y la escondía de la misma manera al meterla en casa para que no la viera mi madre. Me preocupaba ligeramente que alguien se diera cuenta del ruido que hacían las páginas al rozarse con mi piel, pero nadie pareció darse cuenta.
Disfruté enormemente el resto de la cena. Las páginas las tiré al váter del lavabo de un bar al que fuimos luego. Luego caí que podría haberlas tirado al váter en casa de Carlota.
Aquel acto liberador se convirtió en una costumbre. Cada vez que podía, arrancaba unas cuantas páginas del libro. Mi relación con Carlota mejoró enormente. Incluso la situación global política del mundo, hasta entonces llena de guerras civiles y atentados, mejoró sustancialmente, estoy convencido que gracias a la felicidad que irradiaba de mí.
Pero nada dura eternamente. Llegó un punto en que no podía arriesgarme a arrancar más páginas o Carlota se daría cuenta de que su libro estaba adelgazando más rápido que una famosa después de dar a luz. La solución era fácil: comprar otro ejemplar del mismo libro. No fue difícil de encontrar, la mierda vende mucho, lo que fue más difícil fue envejecer el libro de manera que no pareciera lo que era: nuevo.
Durante unas semanas me dediqué a llevarlo siempre en la bolsa donde llevaba mis cosas, para que se viera un libro viajado, y antes de dormir lo sobaba y abría el libro para arrugar el lomo, para que se viera un libro leído. Cuando consideré que podía pasar por el mismo ejemplar que Carlota tenía en casa me dispuse a hacer el cambiazo.
El día que escogí fue un miércoles. Acabamos las clases y la acompañé a casa. Era tarde y sus padres estaban en casa, así que era cuestión de entrar y salir, nada de sexo o salir a tomar algo aprovechando que al día siguiente no había clase o trabajo. Fue muy fácil, mientras ella saludaba a su madre yo hice el cambio rápidamente y sin problemas.
Al cabo de un rato de charla, me levanté para irme. Me despedí de sus padres y ella me acompañó a la puerta. Nos despedimos y cerró la puerta. Yo me quedé un momento parado, pensando lo bien que había salido todo. Ella no se había dado cuenta de nada. Entonces saqué su ejemplar de mi bolsa, arranqué unas cuantas páginas más y lo dejé en el suelo, apoyado contra la puerta del piso en que vivía, de modo que cayera a los pies de la primera persona que abriera la puerta.
Me fui a mi casa.
Me ha molado. Además, todo el mundo sabe que _______________ es una mierda. Esa chica no valía la pena.
ResponderEliminarMe alegro que te gustase, aunque para mí es el narrador (de la historia, no el autor que soy yo) el que no vale la pena. O el villano, se podría decir.
ResponderEliminarHola Raül, me tope con este articulo: "Diseccionando los 80: American Psycho" y yo estoy de acuerdo en que todos los asesinatos ocurrieron y ademas de que es una critica de como la sociedad es tan fria y egoista que no son capaces de ver las atrocidades de Bateman, pero algo que no me quedó claro fue cuando llega a al departamento de Paul Allen y está todo limpio ¿La inmobiliaria lo mando a limpiar? me cuesta un poco creer que no denunciaria los cuerpos encontrados ¿Usted que opina?
ResponderEliminarSaludos.
Yo creo que efectivamente la inmobiliaria lo mandó todo limpiar pq quiere evitarse problemas y vender el piso y ganar dinero, que es parte de la sátira/crítica: lo único que importa es ganar dinero, sin importar los medios. Ten en cuenta que no se trata de una historia realista, no trata de representar una realidad sino burlarse de ella. Se explica así también la extraña reacción de la encargada de enseñar el piso, que parece detectar algo extraño en Bateman pero prefiere ignorarlo y ganar su comisión. Y ésa es la tragedia de Bateman: es un psicópata sanguinario pero a nadie le importa.
ResponderEliminar