22 mar 2013

Silvia SIEMPRE será amada

En el sueño, Raúl huye de una extraña y monstruosa criatura que le persigue en la oscuridad. Corre intentando alcanzar el refugio que ve en la distancia. Corre tan rápido como puede, a pesar de que sabe que el refugio al que se dirige es también la criatura que le persigue.

Raúl despertó antes de que sonara el despertador. Su paso del sueño a la consciencia fue casi inmediato, empujado por un sueño extraño. Extraño, pero no exactamente perturbador. De todos modos, los detalles del sueño ya estaban desapareciendo y tenía cosas que hacer. Partía hacia Girona, para celebrar el cumpleaños de una amiga que conoció en la universidad.

En la estación de Sants, en Barcelona, se reunió con Marta y Laura, y de allí cogieron el AVE para Girona. Llegaron cuando pasaban unos minutos de las cinco y media, sin incidentes. La charla durante la media hora de viaje fue muy agradable. Bromas privadas, anécdotas pasadas y las habituales actualizaciones vitales. Una vez en Girona, los tres se reunieron con Anna, la chica del cumpleaños. Abrazos, besos y los hola-qué-tal-cómo-estás de rigor. No fue hasta unas horas más tarde, cuando llegó Sergio de Barcelona tras coger un tren al salir de trabajar hacia las ocho, que Raúl fue consciente de que también se hallaba con ellos una quinta persona. Silvia también se encontraba entre ellos.

Estaba presente a través de su ausencia. Los comentarios que no se hacían, los hechos que no se rememoraban, las preguntas que nadie le hacía. En Barcelona, Raúl estaba acostumbrado a ver a Silvia en todas partes. Visiones fugaces de su rostro, perdido entre la multitud. A veces, por el rabillo del ojo la detectaba a su lado, pero siempre desaparecía al girar la cabeza. Otras veces la podía oír. Su risa en la mesa de al lado cuando se encontraba en algún bar, su voz escondida entre las conversaciones que se mezclaban en el metro. Sin embargo, siempre evitaba el lugar en el que estaba convencido que más fácil sería encontrarla, el puente desde el que saltó.

Cenando antes de irse de copas en el piso de Anna, todos antes o después comentaban sus líos de pareja, los problemas típicos y únicos de cada uno. Todos respetaban el silencio de Raúl al respecto. Antes de que llegase su turno de hablar, se cambiaba de tema porque todos sabían lo que había pasado. No podían hacer nada, más que fingir que todo iba bien. Pero cuánto más evitaban mencionarla, más podía verla Raúl. Aquella noche, yendo de bar en bar, la vio varias veces. Unas al irse de un local, otras al entrar. Reflejada en un escaparate, paseando en la distancia.

Raúl no corría tras ella porque sabía que los reflejos eran solo reflejos. No quería verse como Donald Sutherland en Amenaza en la sombra o James Stewart en Vértigo, persiguiendo fantasmas del pasado. Lo único que conseguiría con ello sería miradas de compasión y pena por parte de sus amigos y ya había tenido suficientes de esas miradas.

Llegaron a casa hacia las cinco, cansados y con ganas de dormir. Anna había dispuesto un par de colchones hinchables, que Raúl y Sergio habían hinchado, en el comedor para acomodar a sus invitados. Tras un sorteo, Anna y Marta dormirían en la cama de Anna; Sergio y Laura compartirían colchón y Raúl tuvo la suerte de tener un colchón hinchable para él solo.

A pesar del viaje, la actividad, el cansancio, Raúl no podía dormir. Se quedó escuchando los ruidos nocturnos de aquella casa ajena. La respiración ligera de Laura, los suaves ronquidos de Sergio. Entonces sintió una presencia a su espalda. Un ligero cambio en el colchón, como si otra persona se hubiera estirado con él. Notó un extraño frío acariciarle la espalda.

Tenía miedo de girarse. Tenía miedo de girarse y ver a Silvia allí con él. Pero más miedo tenía de girarse y no ver nada. Debía hacerlo, tenía que hacerlo. Se giró.

Sus ojos estaban acostumbrados a la oscuridad, pero aún así tuvo cierta dificultad en distinguir lo que estaba viendo. Lo único que asomaba bajo la sábana era media cabeza, la frente, los ojos. Pero no tenía un aspecto sólido, tenía que concentrarse para verlo. Entonces, Silvia le habló. Susurraba y su voz era apenas un suspiro, pero pudo oírla sin dificultad.

Cuando Silvia terminó de hablar, Raúl se levantó con cuidado de no hacer ruido. Estaba cerca de la cocina y no tuvo problemas en encontrar un cuchillo.



Raúl seguía sin poder creérselo. Allí estaba Silvia, arreglándose el pelo. Era un milagro.

-Te quiero.

Silvia le miró sonriendo y contestó:

-Yo también te quiero.

Antes de salir, Raúl se aseguró de que no olvidaran nada. El sofá tapaba los cuerpos y la sangre, así que nada arruinaba la fantástica vista que tenía el piso de Laura. Salieron cogidos de la mano.

Raúl abrió la puerta caballeroso a una señora con la que se cruzaron al salir del edificio. La señora le agradeció el gesto y no pudo evitar sonreír al ver la pareja que se marchaba. Sintió cierta envidia al ver lo jóvenes que eran y lo enamorados que estaban. Porque se notaba, solo con mirarles a la cara, que aquella pareja se quería con locura.

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