Este parece ser el momento perfecto para recuperar El proceso (Le procès, Orson Welles, 1962). No solo por la celebración del centenario del nacimiento del genial Welles, también porque la pesadilla paranoide que se retrata en esta genial comedia negra sigue siendo tan vigente hoy día como la primera vez que se estrenó en cines (igual que la novela de Franz Kafka que adapta). Por desgracia para nosotros.
Josef K. (Anthony Perkins) es despertado en su casa por unos agentes que le comunican que acusado de un horrible crimen y será juzgado por ello. ¿De qué crimen? Nadie lo sabe. La odisea de Josef K. para descubrir de qué se le acusa y cómo puede defenderse le llevará a internarse en un laberinto burocrático que parece el infierno de Dante. Junto a K., el espectador se verá igualmente sumergido en las profundidades de una ciudad caótica y delirante.
Welles fue, junto a directores como Sam Fuller, uno de los primeros directores rebeldes, incapaz de encajar en la industria de Hollywood. Posiblemente hoy día Welles sería un director de cine independiente, pero en su momento no encajar en la industria de Hollywood significaba no encajar en la industria del cine. De ahí los continuos viajes para encontrar financiación para sus proyectos (muchos de los cuales pagaba con sus servicios como actor). Fue así que contactó con el productor Alexandre Salkind mientras Welles se encontraba en Francia, el cual le ofreció la oportunidad de llevar al cine la novela de Kafka El proceso.
Para que el espectador recién llegado tenga una cierta idea de cómo es esta película, se podría decir que es como un cruce entre Jo, ¡qué noche! (After Hours, Martin Scorsese, 1985), La conversación (The Conversation, Francis Ford Coppola, 1974) y los retratos de la burocracia de Terry Gilliam. Welles coge el humor negro presente ya en la obra de Kafka y le da un giro pesadillesco. Un aire onírico que le da pleno significado al término kafkiano. Otro ejemplo parecido de saber capturar la esencia de Kafka con gran fidelidad seria la escena que abre Sombras y niebla (Shadows and Fog, Woody Allen, 1991).
El film de Welles resulta muy moderno. No solo por su contenido y guion, también por la forma en que Welles dirige, usando un estilo lleno de fluidos movimientos y complejas secuencias como el plano secuencia que abre la película. Todo ello al servicio de esta sátira alegórica sobre un individuo aplastado por un estado opresor. Una obra maestra que sigue atrapando a un espectador que no sabe si reír o gritar horrorizado.
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