Al principio, la única razón por la que me interesó The Evil Within (Andrew Getty, 2017) fue la bizarra manera en que fue creada. Tras haber visto la película, queda claro que solo hay una cosa más demencial que la forma en que fue hecha: el delirante resultado final.
Andrew Getty era el heredero de una poderosa familia del mundo del petróleo. Getty decidió invertir su fortuna personal en escribir, dirigir y producir una película de terror inspirado en las pesadillas que tenía a menudo, lo que eventualmente lo llevaría a la ruina. Sin ninguna experiencia ni preparación, en 2002 empezó a rodar. Luego el rodaje se detuvo. Y volvió a empezar. Y se detuvo. Y volvió a empezar. Y así, con conflictos continuos con reparto y equipo que significaron continuas sustituciones (del reparto, solo Frederick Koehler y Michael Berryman estuvieron en todos los distintos rodajes), el rodaje se alargó cinco años. Y entonces empezó la posproducción.
Getty estaba obsesionado con crear sus propios trucajes de cámara y efectos especiales en vivo, para ello convirtió su mansión en un estudio. Encerrado, se dedicó con enfermizo perfeccionismo a trabajar en su creación. Este obsesivo trabajo fue en paralelo con su adicción a la metaenfetamina, posiblemente inspiradora de muchas de las imágenes que aparecen en la película, lo que lo llevó a una muerte prematura en el 2015, cuando tenía 47 años. El productor Michael Luceri, decidió darle los pocos toques finales que le quedaban a la película para luego distribuirla en los diversos sistemas domésticos actuales. Así, el film finalmente vio la luz el 2017.
Tras 15 años de producción, ¿cuál es el resultado final? Un film extraño y único, producto de las manías y obsesiones de una persona, sin que ningún estudio interviniera para darle sentido a la locura. En pocas palabras, The Evil Within es el Glen or Glenda del siglo XXI.
El argumento es bastante típico: Dennis (Frederick Koehler) es un hombre con discapacidad mental que se convierte en un asesino en serio azuzado por un demonio (Michael Berryman) que le acosa en las pesadillas que tiene a menudo. Y el desarrollo de este argumento es el que te esperarías de alguien amateur sin ningún tipo de experiencia: personajes van y vienen sin motivo, malos diálogos, desarrollo torpe...
Pero, al mismo tiempo, es este desarrollo amateur, no olvidemos: de alguien aficionado a las sustancias ilegales, lo que hace de este un film inolvidable por su metraje lleno de escenas oníricas y surrealistas que se te quedan grabadas en la memoria. En especial por la dedicación de Getty en desarrollar sus propios efectos y trucajes de cámara. Las escenas banales son un respiro, después de experimentar las pesadillas que el film lanza al espectador. La secuencia inicial solo la podría haber firmado David Lynch.
Así, The Evil Within es un film fascinante no por su calidad objetiva cinematográfica, sino por la ventana que nos ofrece a la locura y las obsesiones de su autor. Como el mencionado clásico de Ed Wood, este es un film que está más allá de la simple calificación bueno/mediocre/malo, ya que parece realizado en otro planeta. Toda una experiencia.
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