A finales de los 80 del siglo XX, cuando la fantasía, el género puesto de moda con el éxito de Conan, el bárbaro (Conan the Barbarian, John Milius, 1982), ya había pasado de moda en las pantallas, obtuvo un gran e inesperado éxito con Warlock, el brujo (Warlock, Steve Miner, 1989), un entretenido film que con su mezcla de géneros y su tono festivo sigue encantando como el primer día.
Cuando está a punto de ser quemado en la hoguera, el brujo Warlock (Julian Sands) escapa del siglo XVII al XX. Allí, el demonio Samael le encarga encontrar un libro que puede destruir toda la creación. Lo único que se interpone entre Warlock y el libro es el equipo formado por Kassandra (Lori Singer), una joven del siglo XX a la que Warlock ha embrujado, y Redfern (Richard E. Grant), un cazador de brujos llegado como Warlock del siglo XVII.
Hay veces en que todo encaja. El guion de David Twohy podría haber acabado convertido en una olvidada cinta de serie B o nunca haberse producido, pero, por suerte, llegó a las manos del productor Arnold Kopelson. Kopelson en aquel momento intentaba llevar adelante un proyecto bélico que nadie quería producir: Platoon (Oliver Stone, 1986). El éxito obtendio con el film de Oliver Stone puso las cosas más fáciles para encontrar financiación para Warlock, que encontró hogar en New World Pictures. Steve Miner había rodado dos éxitos seguidos para New World, así que se le ofreció dirigir el film. Miner y Kopelson crearon un equipo de serie A para lo que parecía una simple serie B. No solo pusieron como protagonistas a dos actores de prestigio como Julian Sands y Richard E. Grant, aunque entonces Grant no era muy conocido, además la banda sonora corrió a cargo de Jerry Goldsmith.
El reparto se lanza con gusto a la hora de dar vida a sus personajes, incluyendo también secundarios como Mary Woronov, logrando que funcionen en sintonía los distintos elementos que forman la película. En Warlock se mezclan elementos del cine de terror y la fantasía, con un tono en el que abundan los toques de comedia que hacen que el viaje que el espectador hace con los personajes sea el doble de divertido y entretenido. Una diversión que ya se dislumbraba en los tráileres, que crearon una gran expectativa de cara al estreno. Por desgracia, New World Pictures fue comprada por otra compañía y Warlock se quedó atrapada en el limbo. Mientras en Europa se estrenó en cines, en Estados Unidos pasaron casi dos años hasta que finalmente tuvo un estreno limitado antes de ser lanzada en vídeo en 1991.
A pesar de las dificultades, el film fue todo un éxito, arrasando particularmente en vídeo, así que no tardó en ponerse en marcha una secuela.
Warlock: Apocalipsis final (Warlock: Armageddon, Anthony Hickox, 1993) es esa rara secuela que, aunque no está a la altura del original, consigue entretener y divertir manteniendo una personalidad propia.
La secuela es completamente independiente de la anterior película, como se hacía antes de que todo estuviera hiperconectado. Warlock, de nuevo interpretado por Julian Sands, es traído de vuelta para que libere a Satán en la Tierra, aprovechando una conjugación planetaria favorable. Para impedir lo que sería un terrible apocalipsis, unos seguidores de la magia druídica deben entrenar a dos nuevos guerreros para que se opongan a Warlock: Kenny Travis (Chris Young) y Samantha Ellison (Paula Marshall), dos jóvenes que no tienen ni idea de su herencia druídica.
Anthony Hickox imprime de una maníaca energía a la historia, de forma parecida a cómo dirigió Hellraiser III: infierno en la Tierra (Hellraiser III: Hell on Earth), con planos que parecen sacados del panel de un cómic y momentos deliciosamente pasados de vueltas. El resultado es un film, como decíamos al principio, que no alcanza la calidad del primero, no hay duda, pero sigue siendo muy entretenido y divertido. Y sangriento, es posiblemente la entrega más sangrienta de la saga.
La trilogía de Warlock tiene bastante en común con la trilogía que protagonizó Candyman: un primer film sobresaliente, una segunda entrega no tan brillante pero igualmente interesante y una terrible tercera entrega.
Warlock 3: El final de la inocencia (Warlock III: The End of Innocence, Eric Freiser, 1999) es un film tremendamente decepcionante y aburrido, especialmente si lo comparamos con las dos anteriores películas. Con un presupuesto significativamente más bajo y una historia nada ambiciosa, no es de extrañar que Julian Sands decidiera pasar de protagonizarla, siendo ahora Warlock interpretado por Bruce Payne, que se dedica a sobreactuar en el estilo villanesco habitual en él. El resto del reparto, encabezado por Ashley Laurence, otra conexión con la saga Hellraiser, no está mal, hace lo que puede con el guion. El otro rostro que posiblemente sea reconocido por aquellos que fueron adolescentes a finales de los 90 es el de Angel Boris, que fue modelo de Playboy.
Los personajes se dedican a deambular por una casa abandonada, mientras Warlock los va tentando con los previsibles resultados. Otro de los problemas del film: mientras en las anteriores Warlock tiene una misión muy específica, aquí sus motivaciones son "soy el malo" y ya está. Olvidable.
La secuela es completamente independiente de la anterior película, como se hacía antes de que todo estuviera hiperconectado. Warlock, de nuevo interpretado por Julian Sands, es traído de vuelta para que libere a Satán en la Tierra, aprovechando una conjugación planetaria favorable. Para impedir lo que sería un terrible apocalipsis, unos seguidores de la magia druídica deben entrenar a dos nuevos guerreros para que se opongan a Warlock: Kenny Travis (Chris Young) y Samantha Ellison (Paula Marshall), dos jóvenes que no tienen ni idea de su herencia druídica.
Anthony Hickox imprime de una maníaca energía a la historia, de forma parecida a cómo dirigió Hellraiser III: infierno en la Tierra (Hellraiser III: Hell on Earth), con planos que parecen sacados del panel de un cómic y momentos deliciosamente pasados de vueltas. El resultado es un film, como decíamos al principio, que no alcanza la calidad del primero, no hay duda, pero sigue siendo muy entretenido y divertido. Y sangriento, es posiblemente la entrega más sangrienta de la saga.
La trilogía de Warlock tiene bastante en común con la trilogía que protagonizó Candyman: un primer film sobresaliente, una segunda entrega no tan brillante pero igualmente interesante y una terrible tercera entrega.
Warlock 3: El final de la inocencia (Warlock III: The End of Innocence, Eric Freiser, 1999) es un film tremendamente decepcionante y aburrido, especialmente si lo comparamos con las dos anteriores películas. Con un presupuesto significativamente más bajo y una historia nada ambiciosa, no es de extrañar que Julian Sands decidiera pasar de protagonizarla, siendo ahora Warlock interpretado por Bruce Payne, que se dedica a sobreactuar en el estilo villanesco habitual en él. El resto del reparto, encabezado por Ashley Laurence, otra conexión con la saga Hellraiser, no está mal, hace lo que puede con el guion. El otro rostro que posiblemente sea reconocido por aquellos que fueron adolescentes a finales de los 90 es el de Angel Boris, que fue modelo de Playboy.
Los personajes se dedican a deambular por una casa abandonada, mientras Warlock los va tentando con los previsibles resultados. Otro de los problemas del film: mientras en las anteriores Warlock tiene una misión muy específica, aquí sus motivaciones son "soy el malo" y ya está. Olvidable.
No he pasado más allá de la primera,,,y ya hace tanto que no la recuerdo mucho. Es hora quizás de volver a verla.
ResponderEliminarUn saludo
Las dos primeras son divertidas de repasar. Un saludo.
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