Aquellos que hayan leído la monumental, increíble, compleja y soberbia novela de David Foster Wallace La broma infinita seguramente tendrán algún problema en resumirla en unas pocas líneas sin dar una imagen equivocada de esta obra. La editorial Mondadori parece haber tirado la toalla y simplemente destaca algunos elementos en el espacio dedicado a la sinopsis de la contraportada, dando una imagen bastante alejada de lo que es la novela en realidad.
Con esta película de Richard Stanley, conocido principalmente por Hardware: Programado para matar (Hardware, 1990), sucede algo parecido: si os cuento el argumento de El demonio del desierto (Dust Devil, 1992) es posible que os hagáis una idea equivocada de cómo es. Si me centro en el estilo con el que está hecha, lo mismo. Así que os digo ahora que, en el caso de que no la hayáis visto, la descubráis por vosotros mismos sin saber nada. Si queréis saber algo más, haré lo posible por hacerle justicia.
El principio de Dust Devil me recordó por igual al clásico de culto Carretera al infierno (The Hitcher, Robert Harmon, 1986) y a Clive Barker. La iconografía, la atmósfera onírica y la manera en que muestra cosas horribles de forma poética convierte este film, sobre un demonio de polvo (John Burke) que vaga por las carreteras de Namibia asesinando a aquellos que comenten la imprudencia de recogerlo, en un espectáculo visualmente fascinante. Mientras seguimos la investigación del policía Ben Mukurob (Zakes Mokae) sobre los asesinatos cometidos por este demonio, paralelamente se nos cuenta la historia de Wendy (Chelsea Field), que acaba de abandonar a su marido y realiza un viaje sin destino en el cual empezará una relación con este demonio al que se encuentra en la carretera.
Es posible que los aspectos más fantásticos, poéticos y oníricos despisten un poco a aquel que busque un simple entretenimiento terrorífico (no es que eso tenga nada de malo, ojo), lo que posiblemente explique que en Estados Unidos se eliminasen de la película unos veinte minutos de esta coproducción entre Inglaterra y Sudáfrica. Pero es precisamente el peculiar estilo de Stanley a la hora de narrar una historia sencilla lo que la hace especial. Y si Stanley puede convertir esta historia en algo especial es precisamente porque es sencilla y recoge elementos folclóricos africanos que, personalmente, me resultaron fascinantes al no conocerlos.
Pero no penséis que toda la película es estilo, sueños y asesinatos. También se alude a la complicada convivencia entre blancos y negros en Sudáfrica y la investigación sigue un desarrollo habitual que ya hemos visto en películas parecidas, así como otros detalles dramáticos (como el marido de Wendy (Rufus Swart) siguiéndola para hacerla volver a casa) familiares para el espectador.
Así, es esta combinación de realismo y fantasía, de elementos conocidos y desconocidos los que hacen que la película sea realmente interesante y curiosa de ver (y disfrutar). Por tanto, la recomiendo a todo el mundo, ya que creo que es suficientemente peculiar como para gustar a aquellos que normalmente no ven películas de terror, porque equivocadamente creen que son todas iguales, y también para aquellos aficionados al género que estén cansados de remakes, reboots y reciclajes varios.
Es posible que los aspectos más fantásticos, poéticos y oníricos despisten un poco a aquel que busque un simple entretenimiento terrorífico (no es que eso tenga nada de malo, ojo), lo que posiblemente explique que en Estados Unidos se eliminasen de la película unos veinte minutos de esta coproducción entre Inglaterra y Sudáfrica. Pero es precisamente el peculiar estilo de Stanley a la hora de narrar una historia sencilla lo que la hace especial. Y si Stanley puede convertir esta historia en algo especial es precisamente porque es sencilla y recoge elementos folclóricos africanos que, personalmente, me resultaron fascinantes al no conocerlos.
Pero no penséis que toda la película es estilo, sueños y asesinatos. También se alude a la complicada convivencia entre blancos y negros en Sudáfrica y la investigación sigue un desarrollo habitual que ya hemos visto en películas parecidas, así como otros detalles dramáticos (como el marido de Wendy (Rufus Swart) siguiéndola para hacerla volver a casa) familiares para el espectador.
Así, es esta combinación de realismo y fantasía, de elementos conocidos y desconocidos los que hacen que la película sea realmente interesante y curiosa de ver (y disfrutar). Por tanto, la recomiendo a todo el mundo, ya que creo que es suficientemente peculiar como para gustar a aquellos que normalmente no ven películas de terror, porque equivocadamente creen que son todas iguales, y también para aquellos aficionados al género que estén cansados de remakes, reboots y reciclajes varios.
De esta película he leído críticas muy positivas, incluyendo la tuya.
ResponderEliminarMe llama la atención, sobre todo por ser una producción sudafricana y saber casi a ciencia cierta que no me voy a encontrar un típico producto made in USA.
Pues ya que lo mencionas, hay bastantes influencias americanas en el film, empezando por la mencionada Carretera al infierno. Pero, bueno, es realmente atípica y diferente, espero que la disfrutes.
ResponderEliminar<ES MUY BUENO ESTE BLOG, LO ENCONTRE DE PEDO...LO VOY A LEER TODO...SALUDOS
ResponderEliminarSaludos a tí también.
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