El director John Carpenter, en una mesa redonda con diversos artistas dedicados al género fantástico y el terror, agrupaba las películas de terror, esencialmente, en dos categorías: progresivas y conservadoras. Esta definición no tenía relación con el contenido político de las películas, sino con el hecho de que, en las llamadas progresivas, la amenaza procede del interior del grupo y, en las consevadoras, del exterior.
Esta misma definición también se puede aplicar a algunas películas de acción, aunque en este género sí que hay una mayor implicación política, sobre todo durante la conservadora década de los 80 del siglo XX. Un ejemplo perfecto de estas distintas maneras de hacer son dos películas de argumento parecido y enfoques radicalmente distintos: Asalto al poder (White House Down, Roland Emmerich, 2013) y Objetivo: La Casa Blanca (Olympus Has Fallen, Antoine Fuqua, 2013).
En ambas, la Casa Blanca sufre un atentado terrorista, con un personaje solitario que se enfrenta a los malos y salva la situación con la valuosa colaboración del presidente. Ambas son obvias variaciones de La jungla de cristal (Die Hard, John McTiernan, 1988) y ambas son muy superiores al humeante montón de estiércol que es La jungla: Un buen día para morir (A Good Day to Die Hard, John Moore, 2013), la secuela oficial de La jungla de cristal que se estrenó por las mismas fechas.
Las diferencias entre ambas empiezan con el tono y el estilo. Asalto al poder es PG-13, con un tono más ligero y con muchos más momentos cómicos. Objetivo: La Casa Blanca es R, mucho más violenta, sangrienta y más seria, aunque tenga sus respiros cómicos. Pero lo que hace Asalto al poder una cinta de acción progresiva, además de la obvia referencia a Barack Obama, es que la amenaza terrorista procede del interior, es americana, uno de esos grupos filofascistas que corretean por Estados Unidos. En Objetivo: La Casa Blanca, la amenaza procede el exterior, de la pérfida Corea del Norte.
Ambos enfoques son perfectamente válidos, con esto no quiero decir que uno sea mejor que el otro, aunque personalmente prefiera Asalto al poder y la vea cuando hago algún maratón Jungla de cristal en lugar de la apestosa quinta entrega. Dicho esto, está claro que para muchos críticos y espectadores es difícil desconectar el enfoque político, muchas veces prejuzgando una película de manera algo injusta.
Un ejemplo reciente de esto, relacionado con dos películas radicalmente distintas que tuvieron similar suerte en la taquilla, fue la negativa recepción que tuvieron Rambo: Last Blood (Adrian Grunberg, 2019) y Terminator: Destino oscuro (Terminator: Dark Fate, Tim Miller, 2019).
Los problemas de Rambo: Last Blood empezaron antes siquiera de que se empezara a rodar, cuando se hizo pública la sinopsis, como sucede en este artículo de una conocida web de cine. Aparte de los peligros de juzgar una película solo por una sinopsis, el artículo es un ejemplo del peso que saber que Sylvester Stallone es de derechas y que apoyó a Donald Trump en su día, cuando Trump se dedicaba a soltar idióticos comentarios racistas, tiene a la hora de juzgar las películas en las que interviene. Teniendo en cuenta como, durante los 80, la figura de John Rambo fue apropiada por la derecha americana (sobre lo que he escrito un par de artículos aquí y aquí) era de esperar que crítica y público esperaran ver un film que reafirmara las ideas -es un decir- de Trump. Y prácticamente todas las críticas acusaban a la película de ser racista (con alguna excepción).
Estas críticas encajaban más con la película que la crítica esperaba ver que con la película que realmente se estrenó. No nos engañemos: Rambo: Last Blood entra dentro de lo que he llamado película de acción conservadora: la amenaza procede del exterior y es despachada con grandes dosis de violencia, buscando provocar una catarsis en el espectador. Pero no es racista ya que no crea un discurso triunfalista ni representa a TODOS los mejicanos como despreciables criminales. En otras palabras, ¿Es la serie Narcos racista por tratar sobre, pues eso, narcos? Los cárteles mejicanos son una lacra y una triste realidad, ignorarlo es tan peligroso como cualquiera de los comentarios racistas de Trump. Por otro lado, ¿es Rambo un héroe en esta película? Hay momentos en que claramente se le representa a un paso de la pura psicopatía. Cuando descubre que con su manera de hacer las cosas no se soluciona nada, se dedica a una sangrienta y brutal venganza que busca su propia satisfacción personal, no salvar al país de pérfidos mejicanos que quieren robar el trabajo a los honestos americanos.
El principal problema de Rambo: Last Blood es que se estrenó en el momento equivocado, de una fuerte polarización en el que una película de acción muy ochentera como esta no tiene ahora la misma recepción que habría tenido hace unos años.
El caso de Terminator: Destino oscuro es curioso porque le pasó justo lo contrario que a Rambo: Last Blood. Es decir, el film de Tim Miller sí que buscaba lanzar un mensaje político que fue ignorado en la mayoría de los casos.
La intención estaba clara con su trío protagonista femenino de lanzar un fuerte mensaje de empoderamiento femenino, además de un mensaje antirracista, ambas intenciones unidas en el hecho de convertir a la salvadora de la humanidad en una joven mujer mexicana. Secuencias como el cruce de fronteras y la huida del centro de detención enfatizaban este mensaje. La influencia de James Cameron en el guion se notaba en este aspecto.
Pero el film fue recibido con mucha indiferencia y negatividad. En algunas críticas incluso negando que la mencionada secuencia en el centro de detención tuviera ninguna intención política. Los únicos que vieron intención política son los habituales llorones misóginos debido al protagonismo femenino, pero estos se habrían quejado de todas formas, aunque no hubiera ninguna intención feminista.
He dicho que procuro dejar de lado la política de una película a la hora de juzgarla, disfrutando con películas de las que me encuentro muy alejado desde el punto de vista político como la mencionada Rambo. Por eso, cuando encuentro una película de acción con la que además coincido políticamente, me provoca una satisfacción extra. Estando a favor del empoderamiento femenino y el feminismo, me produjo gran placer encontrar este mensaje en una película de Terminator. Pero imagino que la falta de éxito y poco interés generado por las anteriores secuelas pesó demasiado en la recepción de la nueva Terminator. Su mensaje completamente ignorado.
¿Qué peso ha de tener la inclinación política de una película a la hora de valorarla? Eso es algo que cada uno ha de decidir, pero si que aconsejo no ignorar o prejuzgar una película por su supuesta inclinación ideológica. Os ayudará a tener una mente abierta.
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