26 ene 2021

Drácula (Dracula, 1979)


Se han hecho muchas, muchas, pero que muchas adaptaciones de la clásica novela de Bram Stoker Drácula. Algunas muy buenas, otras muy malas, pero todas son indicativas del momento en que se hicieron y de los cineastas implicados. Una de las adaptaciones más logradas y distintas es Drácula (Dracula, John Badham, 1979).

La historia tiene el planteamiento clásico: el conde Drácula llega a Inglaterra con ganas de alimentarse y dejar venas secas a su paso. Frank Langella interpretó a Drácula convirtiéndole en una criatura muy sensual, romántica y triste sin dejar de ser un cruel y brutal asesino. Langella fue, de hecho, la razón por la que se rodó esta película.

A mediados de los 70 se empezó a representar una adaptación teatral de Drácula con gran éxito. La obra se representaba con un estilo semiparódico, irónico, lo que los americanos llaman camp. El efecto se lograba interpretando sin cambios la obra que escribieron Hamilton Deane y John L. Balderston en los años 30, la base para Drácula (Dracula, Tod Browning,  1931), interpretaciones exageradas y el diseño de decorados y vestuario del gran Edward Gorey. Lo único que era realmente serio, y según la prensa de la época memorable, era la interpretación que ofrecía Frank Langella como Drácula.

El productor Walter Mirisch vio la obra con su esposa y esta le aconsejó hacer una película de la obra con Langella repitiendo como Drácula. Mirisch no tuvo problemas en poner en marcha el proyecto con la Universal, que tenía los derechos cinematográficos de la obra desde que la llevó al cine con Bela Lugosi. Universal había obtenido un enorme éxito con Tiburón (Jaws, Steven Spielberg, 1975), así que estaba más que dispuesta a volver al cine de terror con el que había estado asociada en la década de los 30 y 40. La producción se enfocó como un proyecto de prestigio con un alto presupuesto y un reparto de calidad, que contaba, además de Frank Langella, con Donald Pleasence como doctor Seward y Laurence Olivier como Van Helsing. En la parte creativa se puso al frente una interesante pareja formada por el director John Badham, que acababa de obtener un gran éxito con Fiebre del sábado noche (Saturday Night Fever, 1977), y el guionista W. D. Richter, que había escrito con enorme éxito el guion de la nueva La invasión de los ultracuerpos (Invasion of the Body Snatchers, Philip Kaufman, 1978).

La película se estrenó en 1979 y no funcionó en taquilla. Creo que la razón de este fracaso no se haya en la película sino en el equivocado momento en que se estrenó. La década de los 60 había sido dominada por el terror gótico, representado por un lado por las producciones de la AIP adaptando a Edgar Allan Poe, y por otro lado la franquicia iniciada por la Hammer con Drácula (Dracula, Terence Fisher, 1958). La última secuela, Kung Fu contra los siete vampiros de oro (The Legend of the 7 Golden Vampires, Roy Ward Baker, 1974), había tenido que recurrir a las artes marciales para intentar atraer a los espectadores. Ya desde principios de los 70 se estaba produciendo un cambio en el género, el gótico estaba siendo sustituido por un enfoque más realista y violento, de ahí que la Hammer entrara en crisis. El Drácula de 1979 era un retorno al terror gótico que entonces era visto como algo anticuado y pasado de moda.

Además había una saturación de Drácula, presente también en televisión, cereales y en los cómics con la clásica serie de Marvel La tumba de Drácula. Se habían estrenado diversas películas con el personaje, además de la franquicia de la Hammer, como la particular versión de Jesús Franco El conde Drácula (Nachts, wenn Dracula erwacht, 1970), la satírica Sangre para Drácula (Blood for Dracula, Paul Morrisey, 1974) o el telefilme Dracula (Dan Curtis, 1974). Además, pocos meses antes del estreno del film de John Badham, se había estrenado la parodia de Drácula Amor al primer mordisco (Love at First Bite, Stan Dragoti, 1979). Con este panorama, es fácil de entender que el público no acudiera en masa a ver una película que parecía un retorno al clásico gótico, a pesar de la buena recepción de la crítica.

Con el tiempo, sin embargo, el film ha sido redescubierto y revalorizado. Especialmente por ser una visión original y única del personaje. Richter y Badham utilizaron la obra de teatro como base, por cuestiones de derechos, pero también cogieron elementos de la novela de Bram Stoker y añadieron conceptos originales solo presentes en esta adaptación. Por primera vez se mostraba a Drácula como antihéroe romántico y criatura sexual, lo que trajo consigo una entonces polémica escena en la que Drácula y Lucy (Kate Nelligan) consuman su amor físicamente, traducido en un psicodélico espectáculo láser. Esta presencia de sensualidad también llevó al departamento de publicidad de la Universal a incluir la ridícula afirmación que Drácula solo se interesa en mujeres, mujeres hermosas para que quede más claro, para que nadie se hiciera ideas raras. Lucy, la Mina de la novela de Stoker, es presentada como una mujer moderna, que intenta ir más allá de las constricciones de la época. Pero lo más llamativo posiblemente sea el ambiguo final (¿os acordáis de cuando se podían hacer finales ambiguos o finales abiertos sin que se interpretara como anuncio de una secuela?) muy propio de la época. Los 70 habían sido una década cínica y pesimista, lo que queda reflejado en este film que cerraba la década.

Más polémico que la escena de amor entre Drácula y Lucy fue la decisión del director de cambiar el color del film. Originalmente se concibió Drácula con una paleta de colores pálida que casi lo convirtiera en un film en blanco y negro. Pero la maquinaria para tratar el color se había vendido a China y no era posible realizar el cambio en aquel entonces, así que la película se estrenó con colores cálidos. En 1991, con la llegada de la nueva tecnología, Badham cambió la gradación del color, desaturando el film que ahora tenía un aspecto mucho más apagado. Esta versión había sido la única disponible en DVD y Blu-ray, hasta que hace poco se incluyó la versión cinematográfica en ediciones americanas y alemanas. Yo prefiero la versión cinematográfica, creo que la desaturada solo habría funcionado si se hubiera hecho en blanco y negro con una fotografía más expresionista, no simplemente con los colores apagados. De todos modos, es un clásico y una muy recomendable visión de un personaje tan explotado que es difícil encontrar algo que sea remotamente original como lo es esta película.

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