Salto a veinte años más tarde. Recordé esta anécdota y decidí volver a ver Tuno negro, más que nada porque sí que me acordaba, más o menos, de ella pero era incapaz de recorder qué película era la que queríamos ver. Se me ocurrió que algo tendría este slasher si me acordaba de él a pesar de todo. Aunque ya os digo que no es de esas veces en que resulta que la película que hace unos años me pareció mala ahora me parece buena.
La trama gira en torno al Tuno negro, asesino de estudiantes universitarios que viaja de universidad en universidad. Unos creen que es una leyenda urbana que no existe, otros creen que es un raro caso de psicópata español. Cuando Álex Alonso (Silke) llega a la Universidad de Salamanca para iniciar el curso, descubrirá que es una realidad cuando ella y sus compañeros sean víctimas del Tuno negro.
El film fue producido siguiendo la estela del éxito de la entonces trilogía Scream y los slashers que se produjeron a continuación. La película de Pedro L. Barbero y Vicente J. Martín arranca con un prólogo en el que se incluye un cameo, cambiando Drew Barrymore por Maribel Verdú (un cambio con el que salimos ganando, creo yo), en una secuencia que toma varias cosas prestadas de una secuencia de Scream: Vigila quién llama (Scream, Wes Craven, 1996) y de uno de los asesinatos de Leyenda urbana (Urban Legend, Jamie Blanks, 1998). Y esto ya indica el principal problema del film, la falta de personalidad propia, a pesar de tener un asesino que pertenece a una tradición tan española. Claro, en Cataluña no hay tradición tunera y me parece tan exótico lo de la tuna como le puede parecer a un americano o a un francés. Además, por lo que he comprobado la tuna no era precisamente muy popular ya entonces, así que las reacciones y la pasión tunera de algunos personajes "jóvenes" resulta poco creíble.
Igualmente poco creíble es el reparto. Un reparto que está lastrado por un gran problema del cine español: contratar siguiendo quién está de moda más que quién tiene talento. Silke estuvo incompresiblemente de moda durante los primeros años del siglo XXI, para desaparecer luego. Su inexpresividad y nula química con sus compañeros es evidente aquí como en todas las películas en que participó. Luego tenemos a actores como Jorge Sanz, entonces con 31 años, y Sergio Pazos, que entonces tenía 36 años, haciendo de jóvenes universitarios. Aunque es cierto que en la universidad te encuentras personas de todas las edades y se intenta justificar su presencia diciendo que son repetidores, está claro que los personajes estaban escritos como veintañeros.
A pesar de todo, la distancia temporal ha logrado que lo que entonces me pareciera algo mediocre ahora se me haga más entretenido, más que nada por moda narrativa de entonces, la tecnología puntera de la época, que no se toma en serio a sí misma y que, como sucede en muchos ejemplos del género, la trama no tiene ningún sentido. Ahora resulta divertida, bastante más entretenida que cuando se estrenó en su día, demasiado cerca de notables ejemplos del género. No la recomendaría, más que a los que sean muy fans del género o eran jóvenes en aquella época.
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