Ay, este Schumacher. Tengo una regla (la única en lo que se refiere a qué películas ver) que llamo "la regla de las tres películas". Consiste en que si veo tres películas de un director que no me gustan, dejo de seguirlo y me despreocupo de lo que haga. Sin embargo, con Schumacher no puedo seguir esta regla porque es tremendamente irregular, capaz de hacer buenas y malas películas dependiendo del proyecto en el cual trabaje. De ahí que el verano del 2003 me encontrase en una sala de cine esperando a que empezase la nueva película de Joel Schumacher, cruzando los dedos porque fuera el Schumacher de Jóvenes ocultos (The Lost Boys, 1987) y Un día de furia (Falling Down, 1993), no el de Elegir un amor (Dying Young, 1991) o el que hizo esas películas de Batman.
Había un importante factor que jugaba a favor de Última llamada: el guion corrió a cargo del maestro Larry Cohen. Éste originalmente concibió la idea trabajando con Alfred Hitchcock en los 60, pero no pudieron determinar un argumento que hiciese plausible que transcurriese toda la película en una cabina telefónica. Cohen finalmente tuvo la inspiración de convertir al villano en francotirador, actualizó el guion para el siglo XXI y convirtió la película en un éxito, posibilitando que varios de sus guiones entraran en producción rápidamente.
Sin llegar a la hora y veinte de duración, la película consigue mantener la tensión a lo largo de todo el metraje. De hecho, cuando la volví a ver este fin de semana me sorprendió descubrir lo bien que se había conservado en este aspecto. Hay que ser justos y hay que admitir que Schumacher sabía lo que hacía cuando filmó esta película y la editó con Mark Stevens, haciendo que el ritmo y la tensión no decaigan. Por otro lado, Schumacher hace un buen uso de las pantallas partidas como recurso narrativo, cumpliendo una importante función: transmitir información al espectador sin apartarnos en ningún momento del centro de la acción, en lugar de ser usadas como simple recurso estético superficial.
Otro factor que ayuda a mantener la tensión y el arco de las interpretaciones fue que las escenas se filmaron en orden cronológico, algo muy muy raro en el rodaje de una película. También se dejó cierto espacio para la improvisación y las reacciones espontáneas que le dan un toque más auténtico.
En el terreno artístico tenemos como protagonista a Colin Farrell. Farrell no es que sea precisamente un actorazo, pero cumple bien su trabajo aquí, más teniendo en cuenta que es un irlandés haciendo de neoyorquino y que aguanta parte del peso de la película. Forest Whitaker hace su habitual "hombre angustiado", Radha Mitchell está algo desaprovechada como la esposa del protagonista y Katie Holmes por fortuna no molesta, interpretando un papel secundario que no la obliga a hacer mucha cosa aparte de estar ahí.
Pero, dejando de lado el guion de Cohen y la habilidad con la cámara de Schumacher, uno de los factores principales por los que esta película funciona se resume en dos palabras: Kiefer Sutherland. Sutherland interpreta la voz del misterioso psicópata que tiene atrapado al personaje de Farrell en una cabina. Y su papel es esencial porque en una película de estas características, si el villano no resulta interesante no funciona la película. Pero Sutherland consigue crear un personaje interesante (más aún teniendo en cuenta que no aparece en pantalla durante el 99% del metraje) mezclando las dosis adecuadas de locura, maldad e hijoputez.
En breve, volver a ver esta película tras mucho tiempo sin hacerlo fue una experiencia agradable y su aspecto de cuento moral no me molestó. La recomiendo sin prejuicios. Aunque no puedo despedirme sin referir una historia que no sé si es cierta o no, pero desde luego lo parece: los productores y el guionista antes de hablar con Schumacher se reunieron con Michael Bay. La primera pregunta que hizo Bay fue: "Vale, ¿cómo sacamos al protagonista de la cabina?" Michael Bay, damas y caballeros, el Spinal Tap del cine.
Había un importante factor que jugaba a favor de Última llamada: el guion corrió a cargo del maestro Larry Cohen. Éste originalmente concibió la idea trabajando con Alfred Hitchcock en los 60, pero no pudieron determinar un argumento que hiciese plausible que transcurriese toda la película en una cabina telefónica. Cohen finalmente tuvo la inspiración de convertir al villano en francotirador, actualizó el guion para el siglo XXI y convirtió la película en un éxito, posibilitando que varios de sus guiones entraran en producción rápidamente.
Sin llegar a la hora y veinte de duración, la película consigue mantener la tensión a lo largo de todo el metraje. De hecho, cuando la volví a ver este fin de semana me sorprendió descubrir lo bien que se había conservado en este aspecto. Hay que ser justos y hay que admitir que Schumacher sabía lo que hacía cuando filmó esta película y la editó con Mark Stevens, haciendo que el ritmo y la tensión no decaigan. Por otro lado, Schumacher hace un buen uso de las pantallas partidas como recurso narrativo, cumpliendo una importante función: transmitir información al espectador sin apartarnos en ningún momento del centro de la acción, en lugar de ser usadas como simple recurso estético superficial.
Otro factor que ayuda a mantener la tensión y el arco de las interpretaciones fue que las escenas se filmaron en orden cronológico, algo muy muy raro en el rodaje de una película. También se dejó cierto espacio para la improvisación y las reacciones espontáneas que le dan un toque más auténtico.
En el terreno artístico tenemos como protagonista a Colin Farrell. Farrell no es que sea precisamente un actorazo, pero cumple bien su trabajo aquí, más teniendo en cuenta que es un irlandés haciendo de neoyorquino y que aguanta parte del peso de la película. Forest Whitaker hace su habitual "hombre angustiado", Radha Mitchell está algo desaprovechada como la esposa del protagonista y Katie Holmes por fortuna no molesta, interpretando un papel secundario que no la obliga a hacer mucha cosa aparte de estar ahí.
Pero, dejando de lado el guion de Cohen y la habilidad con la cámara de Schumacher, uno de los factores principales por los que esta película funciona se resume en dos palabras: Kiefer Sutherland. Sutherland interpreta la voz del misterioso psicópata que tiene atrapado al personaje de Farrell en una cabina. Y su papel es esencial porque en una película de estas características, si el villano no resulta interesante no funciona la película. Pero Sutherland consigue crear un personaje interesante (más aún teniendo en cuenta que no aparece en pantalla durante el 99% del metraje) mezclando las dosis adecuadas de locura, maldad e hijoputez.
En breve, volver a ver esta película tras mucho tiempo sin hacerlo fue una experiencia agradable y su aspecto de cuento moral no me molestó. La recomiendo sin prejuicios. Aunque no puedo despedirme sin referir una historia que no sé si es cierta o no, pero desde luego lo parece: los productores y el guionista antes de hablar con Schumacher se reunieron con Michael Bay. La primera pregunta que hizo Bay fue: "Vale, ¿cómo sacamos al protagonista de la cabina?" Michael Bay, damas y caballeros, el Spinal Tap del cine.
3 comentarios:
Muy buena película. Recuerdo haberla visto al poco de estrenarse, y desde entonces no la he vuelto a revisar.
La interpretación de Farrell me parece correctísima (de hecho, no lo considero un mal actor), y el guión es un prodigio. Siempre me llama la atención como este tipo de guiones centrados en un único lugar, sin posibilidad de expandirse y con una trama tan cerrada, consiguen enganchar y desarrollar la historia. Si yo hubiese escrito esta película o, por ejemplo, Buried, no habría pasado de las dos primeras páginas antes de atascarme para siempre.
De modo que me parece una película fantástica, pero (por poner un pero) me hubiese gustado verla dirigida por un director con más estilo propio.
Recuerdo cuando la vi por primera vez y cómo me gustó y me enganchó; una pelicula que te mantiene quieto en su adrenalínica propuesta. Farrel está tremendo.
Saludos.
Dr. Gonzo, creo que esta película se habría visto perjudicada por un director que pretendiera imponerse a la narrativa. En esta ocasión me parece que Schumacher hizo bien en dejar que la historia se contara por si misma y poner todos los recursos narrativos al servicio del guion.
daniel, pues aún mantiene ese efecto desde mi punto de vista. Saludos.
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