Lucio Fulci es conocido principalmente en la actualidad por sus películas de terror, llenas de decadentes zombis y gore. Pero, antes de ser encasillado como director de cine de terror, Fulci cultivó todos los géneros posibles. Un gran ejemplo de ello es Luca el contrabandista (Luca il contrabbandiere, 1980), una cinta mafiosa que tiñe Nápoles de rojo sangre debido a una guerra de bandas, llena de traiciones y tiroteos.
Según cuenta la película (desconozco si era realmente así), la economía de Nápoles se sostenía con el contrabando de tabaco. Uno de los mejores contrabandistas es Luca Di Angelo (Fabio Testi). Cuando una reciente operación de contrabando sale mal, Luca sospecha que alguien les ha traicionado. Entonces, su hermano Mickey (Enrico Maisto) es asesinado y Luca se lanza en una misión de venganza en la que se convertirá en el objetivo de François Jacois (Marcel Bozzuffi), alias El Marsellés, un peligroso narcotraficante.
Es posible que recordéis una escena en El padrino (The Godfather, Francis Ford Coppola, 1972), en la que don Corleone (Marlon Brando), rechaza mezclarse con traficantes de drogas, argumentando que el licor y el juego son vicios comunes entre los hombres, lo que hace que la policía sea más permisiva, algo que no sucedería si de repente se metieran en negocios de drogas. Igual sucede en esta película, en la que los contrabandistas de tabaco son héroes que sostienen la economía del lugar, enfrentados con aquellos que pretenden introducir heroína y cocaína en el país. Una situación que podría tener una lectura socioeconómica: los contrabandistas son italianos de pura cepa que siguen el negocio familiar, mientras los traficantes son extranjeros que pretenden quitarles el trabajo y contaminar su país.
Una lectura que dudo mucho estuviera en las mentes de los cineastas que simplemente querían hacer una película de acción con Fabio Testi como hombre duro. Y si bien hay bastante acción mientras cuenta su historia de guerra de traficantes, este film es recordado principalmente por la ultraviolencia que Fulci lanza sobre el espectador. Escenas brutales, como una en la que le queman la cara a una mujer con un soplete o los sangrientos tiroteos, se quedan grabadas en la retina del espectador y son las que realmente hacen destacar esta película comparada con otras del género.
Fulci no abandonó la sangre y el gore aunque cambiara de género. Además de resultar impactante, también le dan un aire de realismo, al ser tan pasadas de vueltas se acercan bastante a lo que eran este tipo de guerras en la realidad. En definitiva, un Fulci diferente, aunque no tanto, que interesará a los aficionados al cine mafioso, además de a los fans del maestro italiano.
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