Ni colegialas ni violadas son las protagonistas de Colegialas violadas (Die Säge des Todes, Jess Franco, 1981), un descacharrante slasher más conocido por su título inglés Bloody Moon. Un film tremendamente divertido que es la primera, y de momento única, película dirigida por Jess Franco que me ha gustado.
Este film cargado de deliciosos despropósitos arranca en una fiesta en un internado femenino para aprender idiomas en España (el film se rodó en Alicante). Miguel (Alexander Waechter) oculta su deforme rostro tras una máscara para ligar con una de las estudiantes, a la cual asesina brutalmente con unas tijeras en el bungaló número 13. Después de solo cinco años en una institución psiquiátrica, Miguel es puesto al cuidado de su hermana Manuela (Nadja Gerganoff), la cual dirige el internado. Tras el regreso de Miguel, nuevos asesinatos empiezan a tener lugar y la actual ocupante del bungaló 13, Angela (Olivia Pascal), siente cada vez más próximo al asesino.
Había visto varias películas de Jess Franco y ninguna me había gustado, así que había perdido totalmente el interés por este director de culto. De modo que, aunque conocía de la existencia de Bloody Moon, nunca estuve tentado de verla. Mi cambio de opinión se dio mientras escuchaba el audiocomentario que las críticas Kat Ellinger y Samm Deighan realizaron para la edición en Blu-ray de Deadly Manor (José Ramón Larraz, 1989). Ellinger y Deighan comparaban Deadly Manor con Mil gritos tiene la noche (Juan Piquer Simón, 1982) y Bloody Moon, en el sentido que las tres son slashers dirigidos por directores de culto europeos con poco o ningún interés en la fórmula del slasher, lo que da como resultado películas demenciales, sin ninguna lógica, y tremendamente entretenidas, que proporcionan grandes dosis de psicotrónico entretenimiento. Sabía que era así en el caso de Deadly Manor y Mil gritos, lo que despertó mi curiosidad sobre Bloody Moon.
El proyecto surge por el deseo de unos productores alemanes de filmar una película a imitación de las películas de terror americanas que estaban arrasando en taquilla en aquel entonces, la era dorada del slasher. Jess Franco fue contratado para dirigir el film, siendo una de las pocas veces en que el director contó con plena libertad creativa para hacer lo que quisiera siempre y cuando acabara entregando una película de terror con escenas sangrientas. El guion corrió a cargo del productor Erich Tomek, que usó el pseudónimo Rayo Casablanca. Es posible que Tomek hubiera visto algún slasher en el cine, pero está claro que, como apuntaban Ellinger y Deighan, a Franco le importaba poco o nada el género, creando un film llenó de bizarras opciones y sangrientos asesinatos, tan exagerados que acaban siendo cómicos. Hay escenas que parecen parodiar el género, como la habitual escena en la que el asesino acecha a la protagonista, en la que lo que está fuera de plano no existe. Observad:
Angela se dispone a dormir sin darle importancia a los ruidos que ha escuchado antes.
Apenas ha apuesto Angela la cabeza en la almohada aparece el brazo del asesino de la nada. Tal como está rodado y teniendo en cuenta que no hay lugar dónde esconderse, significa que el asesino estaba de pie en la habitación y Angela no lo vio.
El asesino se acerca rápidamente hasta que se coloca a los pies de la cama de Angela.
Y cuando ya está casi a punto de matarla...
Un ruido despierta a Angela y el asesino desparece como por arte de magia de la habitación.
Y hay varios momentos como este, como otra escena en la que se abre la puerta de un armario y se ve una de las víctimas dentro, pero ninguna de las chicas que están en la habiación se dan cuenta de que está allí.
El resultado es un film en el que parece que al director le da igual todo, excepto crear un film entretenido. Ciertamente, hay escenas, como la descrita anteriormente, que indican un ánimo paródico, como también resulta paródico representar a la protagonista al borde del histerismo continuamente, pero otras escenas sirven para dar rienda suelta a las perversiones y manias del director. La mezcla es un film con un guion que, en otras manos, habría resultado mediocre y típico, así como predecible, pero he de admitir que Jess Franco lo convierte en algo memorable, divertido y demencial.
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