Lo que te voy a
contar ahora sucedió realmente. Puedes comprobarlo:
El dos de julio de
1932, el guionista y director de cine Paul Bern se casó con la sex symbol
de la época Jean Harlow. Dos meses más tarde fue encontrado desnudo con un
disparo en la cabeza en su mansión de Beverly Hills. La investigación que se
hizo entonces llegó a la conclusión de que se trataba de un suicidio y para
evitar escándalos los representantes de la MGM crearon una explicación y
pruebas para la misma. La razón que dieron para el suicidio de Bern fue que era
impotente. Se encontró una nota cerca de su cuerpo que creaba más preguntas y
no aclaraba nada. A día de hoy siguen habiendo rumores y teorías que aseguran
que Bern fue asesinado.
En 1966, la casa de
Bern pertenecía al peluquero Jay Sebring. Una noche, Sharon Tate, su amante
entonces, se despertó sobresaltada una noche. Cuando encendió la luz se vio
sorprendida por una fantasmagórica figura que según Tate se parecía a Paul
Bern. Tate salió corriendo del dormitorio para encontrarse un horror mayor:
otra figura fantasmal. Esta otra aparición era una figura encapuchada que
estaba atada al pie de las escaleras y la cual sangraba abundantemente por su
garganta cortada. Si bien el rostro no se veía, Tate tuvo la sensación de que
se trataba de ella misma o su amante Jay Sebring.
En 1968, Tate tenía
una nueva pareja: el director de cine Roman Polanski. Polanski acababa de
triunfar con su película La semilla del diablo, en la que se representaba
a una secta satánica. En la noche del nueve al diez de agosto de 1969, mientras
Polanski se encontraba fuera del país por una película, en su casa se
encontraban Sharon Tate, entonces embarazada de Polanski, Jay Sebring, Wojciech
Frykowski y Abigail Folger; todos ellos fueron asesinados por la secta de
Charles Manson, la Familia.
Manson creía que la
canción Helter Skelter escrita por John Lennon era una señal para
empezar su racha de asesinatos. En 1980, Lennon fue asesinado a la puerta de su
casa, que entonces se encontraba en el edificio Dakota de Nueva York. Edificio
en el cual Roman Polanski había filmado el clásico La semilla del diablo.
Todo lo que te voy a contar a continuación es
mentira.
Marta Duna entró en
el café Miralls de Barcelona, se sentó en una mesa del fondo, dejó su teléfono
móvil encima de la mesa, pidió un cortado y se puso a leer Postales de
Invierno de Ann Beattie mientras esperaba que llegase Romeu Torba.
Llevaba cinco
minutos esperando cuando el móvil empezó a vibrar sobre la mesa. Marta miró
quién llamaba y contestó.
-Ey, Laurota, ¿qué pasa?
-Dime, ¿qué haces
el viernes?
-No sé. De momento
nada. Depende de cómo vaya con el Romeu.
-Pues ya tienes
plan para el viernes. ¿Te acuerdas de cómo fue escuchar la canción bizarra?
Laura Miró, la
amiga con la estaba hablando Marta, se refería a la canción We All Love
Peanut Butter de One Way Streets. Marta y Laura la escucharon por primera
vez una tarde que estaban en casa de Laura fumando porros y escuchando música
garage de los años sesenta. Ambas se quedaron fascinadas por la extraña y
apocalíptica letra de esta canción.
-Pues he encontrado
un espectáculo que es casi lo mismo. No se parece a nada que hayas visto antes.
-Vale, mira, ya
hablaremos más tarde que puede llegar ya pronto.
-Vale, venga. Que
haya suerte. Un beso.
-Un beso. Hablamos.
Marta colgó. El
deseo de buena suerte por parte de Laura tenía su origen en la complicada
relación que habían mantenido en los últimos meses Marta y Romeu. Habían
empezado a salir hacía casi seis años, al poco de empezar ambos a estudiar en
la Facultad de Filología de la Universidad de Barcelona. Y al principio todo
era maravilloso como suele ser. Es por eso que al cabo de sólo tres años
empezaron a vivir juntos. Demasiado pronto, según amistades de ambos. Pero ¿qué
más daba lo que dijeran los demás? Ellos no sabían lo bien que estaban juntos
ni lo lógica que era aquella decisión desde todos los puntos de vista.
Al cabo de un año
de vivir juntos las discusiones entre ellos eran cada vez más frecuentes. Una
noche que Romeu salió con sus compañeros de trabajo, se enrolló con una chica
con la que ligó en un bar al que fueron a tomar unas cervezas. La chica se
llamaba Joanna y él nunca supo como se apellidaba. Se apellidaba Clima. Se
empezaron a besar y a buscarse con las manos entre la multitud que llenaba el
local. Más tarde fueron a casa de ella y se pusieron a follar. La primera vez
él se corrió antes que ella, pero la segunda vez ella también se corrió.
Joanna estudiaba
Bellas Artes, tenía un bonito pelo negro y ojos grandes. Se parecía a Barbara
Steele. Le gustaba escuchar a Sufjan Stevens y a April March. Unos meses más
tarde de follar con Romeu se casó con un ejecutivo de La Caixa y dejó los estudios.
En otra ocasión, Marta
salió con sus amigas de la universidad a celebrar que habían aprobado una
asignatura particularmente complicada. Mientras bailaban en la disco Karma,
Marta se fijó en un atractivo chico que la miraba mostrando interés. Marta se
apartó de su grupo y se acercó al chico para evitar llamar la atención de sus
amigas. “Voy al lavabo”, les dijo. Él se llamaba Pep, Mata nunca supo su
apellido pero era Lib. A Marta le gustó y quedaron fuera. Se despidió de sus
amigas alegando cansancio, aunque el lunes le explicó a Laura lo que realmente
había pasado, cosa que Laura ya se olía.
Fueron a casa de
él. Marta tuvo un primer orgasmo mientras Pep le hacía un cunnilingus y un
segundo mientras follaban. Pep le hizo una foto a Marta desnuda y la guardó
como recuerdo. Marta normalmente no habría aceptado pero se encontraba en un
estado de mareada satisfacción que la llevó a decir sí.
Pep guardó la foto
durante años y nunca se la enseñó a nadie. Cuando a los ochenta años Pep murió,
la foto fue encontrada por una de sus nietas, Mireia Dai. Mireia empezó
entonces a investigar quién era aquella desconocida pero jamás lo averiguó.
Escribió un libro relatando la experiencia que se convirtió en un gran éxito de
ventas. El libro se tituló Media Luna por una pequeña marca de
nacimiento que tenía Marta sobre el ombligo.
Incidentes como
estos no fueron aislados. Ni Marta ni Romeu fueron conscientes de las
infidelidades del otro. Esto no ayudó a su relación. La convivencia entre los
dos se empezó a hacer tensa, malo, o aburrida, peor. La verdad era que Marta
seguía queriendo y mucho a Romeu y él a ella igual, pero a veces el amor no es
suficiente.
A mitad del sexto
año de relación decidieron darse un periodo de reflexión. Un periodo en el cual
cada uno por su lado analizaría la relación y decidirían que hacer.
Una noche, durante
este periodo de reflexión, Laura sacó a Marta de fiesta porque la veía muy
deprimida. Fueron haciendo ruta por los bares del Barrio Gótico. En uno de
estos locales Marta conoció a Sastre, que en realidad se llamaba Hugo, y se
enrollaron sentados en un sofá, ignorados por el resto de las personas que se
encontraban allí. Quiso el destino que Romeu entrara en aquel mismo local y
viera a Marta enrollándose con Sastre, aunque él no sabía como se llamaba el
tío con el estaba Marta. Romeu pidió a los amigos con los que estaba que
salieran de allí inmediatamente.
Al cabo de un par
de días Romeu se enfrentó a Marta y le pidió explicaciones. Tras una larga y
amarga discusión, Romeu dio por terminada la relación.
Fue un duro golpe
para Marta. A veces se ponía a llorar en el trabajo y la mandaban a casa. En
casa, que compartía con Laura, hacía poco más que quedarse tirada en la cama,
escuchando The Shangri-Las, Glasvegas y la canción It’s Raining On Prom
Night del musical Grease hasta el punto que Laura amenazó con tirar
el CD por la ventana si no dejaba de escucharlo.
Al cabo de un par
de semanas se volvieron a ver Romeu y Marta. Empezaron intentando hablarse de
forma civilizada y acabaron enrollándose. De forma esporádica durante las
siguientes semanas se acostaron juntos.
Aquella tarde que
Marta esperaba que Romeu llegara, tenía la esperanza de que fuera el primer
paso para darse una segunda oportunidad y volver a salir juntos de forma
oficial.
Al cabo de unas
cuantas páginas Marta no se acababa de decidir sobre si el libro era muy
divertido o muy triste y también se dio cuenta de que Romeu llegaba media hora
tarde. Algo que no era normal en él. Tal vez se había estropeado el metro.
Marta no le dio excesiva importancia. Sin embargo, cuando pasada una hora él
todavía no había llegado, Marta le llamó.
-Hola, oye, ¿qué pasa que no has llegado
todavía?
-¿No has visto el
mail que te he enviado?
-Eh, no. ¿Qué mail?
-El mail en que te
digo que ya no quiero que nos veamos más, que doy lo nuestro por acabado y que
ya no me interesas.
-…
-Tendrías que mirar
el correo más a menudo. En fin, ya lo sabes. Por mi parte todo ha terminado.
-…
-Bueno. Pues adiós.
Cuando Marta tenía
ocho años se cayó de un árbol al que había trepado para enseñarle al idiota de
Marc Dufi que podía trepar por cualquier árbol. En un primer momento no sintió
nada cuando cayó al suelo. Poco a poco el dolor se fue extendiendo desde sus
posaderas. En su cabeza, Marta vio como se extendía una mancha de vino cuando
la absorbía una servilleta de papel. Entonces empezó a llorar.
Aquel momento en el café Miralls fue
bastante parecido. Al principio Marta se había quedado demasiado aturdida para
responder nada. Después de que Romeu colgara se quedó quieta con el móvil
todavía pegado a la oreja como si siguiera hablando. Poco a poco dejó el
teléfono sobre la mesa. Pagó el cortado, recogió sus cosas y se fue para casa.
Mientras caminaba de vuelta a casa la gente se quedaba mirando su pálida cara y
su expresión de absoluta desolación. Una vez llegó a casa dejó sus cosas y se
fue al lavabo. En el lavabo vomitó y vomitó hasta que se quedó vacía. Entonces
se sentó en el suelo y se puso a llorar. Al cabo de tres horas paró de llorar,
se levantó, se estiró en el sofá del comedor y se quedó dormida. Así fue como
se la encontró Laura.
Al día siguiente Laura y Marta hablaron de lo
que había pasado. Marta le explicó lo que había pasado. Laura la escuchó.
-La verdad que me
parece que ayer lo saqué todo. Toda la angustia, la tristeza, el no saber… todo
fuera. Es casi un alivio saber que se ha terminado este jugueteo. Por otro lado
me jode que terminase todo así. Ni siquiera tuvo el valor, el coraje de terminar con todo a la
cara, ¿sabes lo que te digo? Quiero decir, terminar con seis años de relación
con un mail. Joder, ¿qué bajo es caer eso? Es como si todo este tiempo que
hemos pasado juntos no hubiera significado nada. Me siento como si hubiera
desperdiciado toda una parte de mi vida, ¿sabes? Y lo peor es que aún hay una
parte de mí que quiere estar con él. Que le quiere.
-Mujer, claro.
Porque tú no has terminado la relación, para ti sigue activa, aún palpitaba
cuando él dio puerta. El trabajo que tienes ahora es ir podando, ir quitando
todo lo que te ha dejado dentro. Que con lo que ha hecho tampoco debería ser
muy difícil. Además, todos pensábamos que no pegaba nada para ti de todos
modos.
Los días pasaron.
Marta se sentía triste, pero por periodos cortos. Poco a poco iba recuperándose
de la traumática y definitiva ruptura. Marta pensaba que lo estaba llevando
bastante bien hasta que se enteró de que Romeu estaba con otra chica. Este
inesperado evento provocó una nueva recaída en una espiral de desprecio y baja
autoestima. La piedra de toque fue descubrir que cuando cortó con ella ya
estaría saliendo con esa… esa… tía. Seguramente por eso cogió la salida
cobarde, para ahorrarse una escena porque ya estaba saliendo con otra. El
desprecio y la baja autoestima dieron paso a la furia. La furia de nuevo dio
paso a la baja autoestima y a la tristeza. Y de nuevo cambió. Y otra vez más. Un
día Laura le dijo:
-¿Cómo va todo por
la casa del dolor?
-Comfortably
Numb. De aquella manera.
-Oye, no sé si te
acuerdas pero el día que cortasteis tú y Romeu te dije de ir a un sitio nuevo,
algo diferente que había descubierto.
-Vagamente, para
que te voy a engañar.
-¿Te acuerdas de
aquella web en la que salían postales donde la gente escribía algún secreto y
luego lo dejaban por ahí y alguien las sacaba luego por la web?
-Eh, sí. Que luego
eso lo sacaron en un capítulo de C.S.I. Nueva York.
-Efectivamente.
Pues ahora lo hacen en vivo.
-¿Cómo en vivo?
-Pues que tú te sientas en un sitio oscuro
para que no te vean y va pasando gente por una especie de escenario desde el
cual pues, eso, cuentan secretos y cosas que no sabe nadie más. Hay gente que
va de público y gente que va a confesar, como si dijéramos.
-Qué tontería.
Seguro que los que confiesan son actores, no personas de la calle.
-Tía que sí. Que ya
he ido una vez y eso no son actores ni nada, es gente corriente.
El viernes fue el
día escogido. No fueron a un teatro exactamente. Laura llevó a Marta por
callejuelas y más callejuelas hasta que finalmente se pararon frente a una gran
puerta, como las de las antiguas masías. Antes de que Laura llamase, Marta le
cogió el brazo.
-Mi sentido
arácnido me dice que no tendríamos que entrar. Me parece que no me acaba de
apetecer después de todo.
-Pero si ya estamos
aquí. Relájate que ya verás que está muy bien.
Laura llamó tres
veces y la puerta se abrió. Marta fue arrastrada por Laura a través de un
oscuro pasillo hasta que entraron en una habitación donde había una serie de
sillas puestas en fila, la mayoría ocupadas. Al poco de sentarse se apagaron
las luces. Una cortina se abrió descubriendo una ventana que daba a una
habitación iluminada en la que se veía una solitaria silla. Marta se dio cuenta
entonces que era uno de esos espejos de un sentido que había visto en infinidad
de películas. Entró una joven de cabello castaño y aspecto anodino. Se quedó
mirando su propio reflejo, imaginó Marta, intentando dilucidar si había alguien
al otro lado. Por unos segundos eso fue todo lo que hizo. Después de volver a
mirar a su alrededor tomó aire, se quedó con la vista al frente y dijo:
-Perdí la
virginidad con mi hermano.
La confesión fue
recibida en silencio. A la chica se le subieron los colores a la cara, como si
hubiese estado corriendo o haciendo el amor. Se levantó y se fue. Tras esa
primera intervención a Marta no le quedaba claro que no acababa de ver la
representación de una actriz. Pero eso era sólo el principio.
Por aquella
habitación fueron desfilando diferentes personas de diferentes aspectos. Un
hombre con aspecto de ejecutivo: “lloro por las noches”. Una mujer de mediana
edad: “no me gustan mis hijos”. Un hombre que parecía un vagabundo: “le robé a
un compañero”.
A medida que fueron
pasando los confesores, Marta se sentía cada vez más aburrida. Fueran actores o
no, no le encontraba la gracia a aquello de quedarse sentada escuchando las
miserias de los demás. La respuesta de Laura a eso era que la clave estaba en que
todos formaban parte de la performance. La obra la creaban tanto los
espectadores como los confesores. Para Marta todo seguía siendo aburrimiento y
morbo barato. Estaba por irse porque lo único que había sacado de la
experiencia hasta ese momento era un tremendo dolor de culo por estar sentada
mucho rato en unas sillas incómodas. Se iba a levantar cuando entró otra chica
en la cabina de las confesiones, como la había bautizado Marta. Conocía a esa
chica, estaba segura. Mientras miraba como se sentaba se devanó los sesos
pensando dónde la había visto antes. La chica contó su secreto y se fue.
Cuando salían Laura
le preguntó cual era su conclusión final de lo que acababan de ver.
-No sabría que
decirte. Por un lado, es casi pornográfico quedarte ahí sentada escuchando las
intimidades más íntimas de la gente, sean o no reales. Y como el porno puede
resultar muy excitante y muy aburrido, dependiendo de, bueno, de la persona que
haga la confesión.
-Yo lo encuentro
muy fascinante. Y por el lenguaje corporal te diría que no son actores
actuando. Que es gente de verdad. Porque no conozco actores tan buenos.
Continuaron la
discusión de camino a casa.
El lunes siguiente,
Marta iba hacia el trabajo en metro. Subiendo al mismo vagón que ella, vio a la
chica del secreto. Claro. A lo mejor le sonaba de esto. De ir juntas en el
metro por la mañana al trabajo. La observó sin que la chica se diera cuenta. La
Chica, como había pasado a denominarla Marta, era alta y pelirroja natural, o
al menos no parecía teñida. Llevaba gafas de pasta negra, tenía pómulos altos y
labios carnosos pero no en exceso. Iba escuchando música con un Ipod. Al bajar
en su parada pasó al lado de la Chica y por lo poco que pudo escuchar pensó que
lo que escuchaba era Patterns de Band of Skulls.
El metro se alejó
con la Chica dentro. ¿Dónde debería trabajar?
Terminó su jornada
laboral y volvió para casa. De nuevo en su hogar, se conectó a internet para
ver el correo y ponerse al día. Entre los mensajes recientes, uno de Romeu. Se
quedó helada por un momento. En el asunto ponía simplemente: lectura salón
cisne. Lo abrió y sólo ponía que iba a realizar una lectura de poemas en la
librería Cisne Roto dentro de una semana. Se lo había enviado a un montón de
gente, ni siquiera era un mensaje donde la invitara especialmente, simplemente
era una dirección más entre todas las que había incluido. El llanto empezó sin
que se diera cuenta.
Más tarde, Laura le
dejó un té en la mesita de noche.
-Aquí tienes. No
irás a la lectura que hará, ¿no?
-No, claro que no.
Pero ambas sabían
que sí iría.
Dijo que estaba
enferma y no fue a trabajar. Se fue al metro a la misma hora de siempre. Allí
estaba la Chica. Hizo el trayecto como siempre, pero al llegar a la parada
donde normalmente se apeaba bajó para volver a subirse a otro vagón. Desde ahí
podía fijarse en la Chica sin que ella la viera. Cuando la Chica bajó, Marta la
siguió para ver donde trabajaba. Esperó por los alrededores hasta que la Chica
terminó su jornada y volvió para casa.
Al día siguiente
fue a trabajar como siempre. Al terminar, calculó la hora en que el metro de
vuelta de la Chica pasaría con ella dentro de vuelta a casa. Y allí estaba. No
le costó averiguar donde vivía la Chica.
Laura le preguntó
que hacía tanto tiempo fuera de casa, alegre del cambio producido en ella, ya
que no se pasaba el día encerrada en casa. Marta se encogió de hombros. Lo que
había estado haciendo era seguir a la Chica. Desde la distancia. Un impulso
dentro de ella le mandaba hacerlo desde que la vio en la performance y
supo su secreto.
El Cisne Roto era
una librería que tenía unas mesas donde la gente podía sentarse a beber café,
un zumo o una cerveza mientras leía lo que había comprado o, como en aquella
ocasión, escuchar poetas noveles recitando sus creaciones. Marta llegó no muy
tarde y se sentó en una mesa lo más alejada posible del escenario,
preferiblemente en Marte. Escondida tras su cerveza, vio a algunos conocidos y
conocidas que también la vieron a ella y la saludaron con la cabeza. Por
supuesto, en primera fila estaba sentada la nueva novia de Romeu, rubia y
angelical como la asquerosa que era.
Marta no tardó en
darse cuenta de lo mala que había sido aquella idea en cuanto Romeu empezó su
lectura. Cada poema era como una bofetada: Borrada, Doble cara, Te
olvido en martes, Masticando corazones… Marta pudo sentir durante la
breve lectura las miradas de la gente que la conocía que estaban entre el
público. Decían algo, la miraban y volvían a decirse algo. Por un momento se
sintió como si estuviera desnuda delante de un montón de desconocidos. Como si
estuviera desnuda delante de un montón de desconocidos y estos la señalasen y
se rieran y gritaran: ¡barriguita, barriguita!
Salió tambaleándose
como si estuviera borracha. De hecho, un poco aturdida sí que estaba. Sentía un
remolino agitarse en su interior. Pero no lloró. No lloró al salir de la
lectura y no lloró cuando llegó a casa y se estiró en su cama. El techo no
había cambiado desde la mañana.
Pidió un día de
asuntos personales en el trabajo. Se quedó leyendo Snuff de Chuck
Palahniuk en un bar mientras esperaba que la Chica saliese de trabajar. Cuando
llegó la hora, Marta la esperó en la puerta. Cuando la Chica salió se paró,
sorprendida al ver que Marta se le acercaba. Se miraron la una a la otra
durante unos segundos. Marta dio un paso al frente y abrazó a la Chica
murmurando unas palabras.
La Chica le devolvió el abrazo.