El rascacielos y los bloques de viviendas han empezado a afianzarse como escenarios alegóricos de nuestra sociedad. El horror ya no se esconde en lejanos castillos encantados ni en casas solitarias, se encuentra presente a nuestro alrededor. Vivimos en él.
El gran pionero fue Ira Levin, que en su novela de 1967 La semilla del diablo sitúa una implacable secta satánica en pleno Nueva York, viviendo puerta con puerta con los sufridos protagonistas. Roman Polanski realizó una fantástica adaptación cinematográfica (aquí), sin embargo el cine de terror seguiría buscando los lugares lejanos y apartados como fuente del horror.
J. G. Ballard publica en 1975 Rascacielos, en la cual la capacidad como metáfora del rascacielos es explotada de forma brillante. En esta novela, los habitantes de un lujoso bloque de viviendas empezarán a adoptar actitudes violentas y territoriales, sumergiéndose en una brutal guerra de clases (cuánto más alta la planta en que se vive, mayor estatus social). Esta guerra psicótica queda confinada al interior del edificio, en cuanto salen a trabajar los guerreros vuelven a adoptar la apariencia de normales y cuerdos ciudadanos.
Ballard nos presenta un edifico que crea su propia sociedad aislada, su arquitectura lleva a sus residentes hacia la psicosis, los llena de ansias de violencia. El protagonista es el doctor Robert Laing, que en un principio asiste perplejo a los eventos que se producen en el edificio y progresivamente se va viendo seducido por ellos, yendo más allá que cualquiera de sus "conciudadanos".
Ese mismo año que Ballard publicó su novela, David Cronenberg estrenó Vinieron de dentro de... (Shivers). Aquí el bloque de viviendas es usado como alegoría de la sociedad. Principalmente esta alegoría representa el horror de la sociedad conservadora ante la revolución sexual que empezó a finales de los 60 y explotó en los 70.
Estos son los antecedentes, los pioneros a la hora de utilizar las posibilidades metafóricas del rascacielos. Sin embargo, su ejemplo no sería seguido de inmediato. Más fácil situar el terror en los lugares aislados comunes que explotar posibilidades nuevas. Películas como Demons 2 (Dèmoni 2, Lamberto Bava, 1986) o Poltergeist III (Gary Sherman, 1988) hacen poco más que utilizar los edificios como localizaciones, igual que hiciera la clásica La jungla de cristal (Die Hard, John McTiernan, 1988).
Pero ahora que nos adentramos en el siglo XXI, una serie de recientes films vuelve a meternos en edificios de pesadilla. Junto al subgénero de las invasiones del hogar, que también explota miedos y paranoias urbanos, dentro del terror, la ciencia ficción y el cine de acción se empieza a contemplar de nuevo las posibilidades estilísticas y metafóricas del rascacielos.
Dos películas en particular lo hacen forma asombrosa, así que me centraré en ellas. Por otro lado, en el momento de escribir este artículo no he visto Citadel (Ciaran Foy, 2012) ni Tower Block (James Nunn, Ronnie Thompson, 2012), así que es posible que lo amplíe en el futuro.
A primera vista, Redada asesina (The Raid, Gareth Evans, 2011) es una impresionante y adrenalítica cinta de acción. Pero también tiene elementos de terror de supervivencia, como señala su director en el audiocomentario que acompaña su edición en Blu-ray.
En el film, un grupo de policías se verá atrapado en un edificio propiedad de un señor del crimen cuando llevan a cabo una operación para detenerlo. Rama (Iko Uwais), el policía protagonista, se verá pronto aislado y sin armas, con la única posibilidad de defenderse usando sus habilidades como luchador de artes marciales.
Evans nos ofrece un gran espectáculo de acción. Una cinta violenta, tan brutal como salvajemente entretenida. El edificio en el que transcurre la acción es tan decadente y corrupto como la mayoría de sus habitantes. Subir cada piso es como adentrarse en un nuevo nivel del infierno de Dante. Un microcosmos criminal, una ciudad corrupta en miniatura solo posible por encontrarse dentro de otra ciudad corrupta.
Como decía, en la película se mezclan distintos géneros con su género principal, la acción. Lo más relevante para nosotros aquí son sus toques de terror de supervivencia. Normalmente, las historias de supervivencia se ambientan en lugares aislados y remotos, de difícil acceso y en plena naturaleza. En The Raid se lleva hasta el extremo el temor que un urbanita cualquiera puede tener hacia las partes menos seguras de la ciudad.
Cuánto más grande es la ciudad, mayor es el riesgo. Diversas películas hollywoodienses nos han ilustrado sobre los peligros de ciertos barrios de Los Ángeles o Nueva York. En una ciudad como Barcelona no se da nada parecido, pero se sabe que hay zonas en las que las posibilidades de que te roben son más altas que en otras.
La maestría de The Raid es tratar esta angustia urbana pero cargándola de adrenalina y acción. El resultado es un film fantástico, donde se clava el realismo irreal.
Dredd (Pete Travis, 2012) es una estupenda adaptación del clásico personaje creado por John Wagner y Carlos Ezquerra. Dejando de lado el desperdicio de celuloide que fue la película protagonizada por Sylvester Stallone, esta película es bastante fiel al cómic ya que fue escrita y realizada por fans británicos del personaje con el input del propio John Wagner. Así, las típicas animaladas de los estudios de Hollywood para destrozar un personaje en orden de "americanizarlo" (como sucedió en las vomitivas Constantine [Francis Lawrence, 2005] y Dylan Dog: Los muertos de la noche [Dylan Dog: Dead of Night, Kevin Munroe, 2010]) fueron evitadas.
Lo interesante del Juez Dredd es que es un personaje que se adecua a diferentes tipos de historia. Su aspecto físico puede variar de ser humano normal a masa imponente dependiendo de las necesidades de la historia y cómo de elevado sea el nivel de sátira y humor negro.
El film aprovecha bastante bien los elementos satíricos del cómic. Entre estos elementos, la sátira de la vida moderna en la ciudad. Para ello centra la acción en uno de los gigantescos edificios de viviendas en los que viven miles de megaciudadanos.
Esto es algo que ya había sucedido en el cómic, donde se nos presentan edificios que son como ciudades concentradas. La sencillez de la historia, en la cual el juez Dredd (Karl Urban) y la juez "en pruebas" Anderson (Olivia Thirlby) se adentran en uno de estos bloques para capturar a la criminal Madeline "Ma-Ma" Madrigal (Lena Heady), permite adornar el film con diversos detalles satíricos en la misma vena que el cómic y adornar el argumento con distintos matices.
La sociedad distópica que representa el film se trata de una visión exagerada y tremendista de nuestra sociedad, lo que le añade interés más allá de que también sea un entretenido film de acción. Urban encarna perfectamente al Juez Dredd, de una manera que me recuerda a las primeras historias dibujadas por Ezquerra.
El edificio que se nos presenta en esta película es la pesadilla urbana definitiva. Estos megaedificios son completamente autosuficientes, de manera que un habitante se podría pasar la vida entera dentro sin tener necesidad de salir nunca al exterior. Sin embargo, en este mundo futuro eso no significa que estés más seguro, todo lo contrario. Debido a su cualidad de "barrio de segunda", criminales como Ma-Ma pueden crear sus propios estados anárquicos en estos megaedificios. Esto añade al film un elemento de crítica social, en directa referencia a como ciertos barrios son descuidados por el gobierno, dejando que se degraden.
Todo esto no significa que Dredd no sea un film trepidante y cargado de acción. Lo es, es un film que nos ofrece una buena dosis de acción y aventura en su superficie, pero el guionista Alex Garland nos ofrece también interesantes reflexiones, las cuales, por supuesto, ya aparecían en las historias originales del Juez Dredd.