Chris Thorne (Chevy Chase) es un asesor financiero que busca ligar con la abogada Diane Lightson (Demi Moore), de modo que se ofrece a llevarla en coche hasta Atlantic City, viaje al que se suman los clientes de Thorne Fausto (Taylor Negron) y Renalda (Bertila Damas). Durante el trayecto cometen el error de saltarse una señal de stop en un pequeño pueblo alejado de todo. Caen así en las garras del juez Valkenheiser (Dan Aykroyd), que solo tiene una sentencia para todos los crímenes: muerte.
Viendo El gran lío es fácil entender porqué fue un fracaso en su día: es una película rara, rara, rara. Los protagonistas están atrapados en la enorme mansión de la familia del juez, llena de trampas, pasajes secretos y extraños mecanismos. La familia es una colección de locos psicópatas, con la excepción de uno de los miembros interpretado por John Candy. Dos bebés gigantes forman parte de la familia. Los incautos que acaban en manos del juez son ejecutados mediante una gigantesca máquina que los reduce a sangrientos huesos. Todo presentado con un peculiar tono de comedia negra pasada de vueltas con toques absurdos. Sí, es fácil entender que no funcionara demasiado bien con el gran público, pero creo que si el estudio no hubiera forzado que la película fuera reeditada para obtener la calificación PG-13, tal vez hubiera tenido mejor suerte con los fans del terror que la hubieran convertido en una cinta de culto. Además, no sabían bien cómo venderla, el tráiler es terrible y no muestra lo demencial que es el film.
Como comedia, Nothing But Trouble no provoca grandes carcajadas precisamente, aunque algunas escenas me hacen reír. Su mayor atractivo, para mí, es ver cómo evoluciona su demente historia. Ver qué nuevo elemento bizarro o qué nuevo problema se encontrarán los protagonistas. Es una película que transita por la delgada línea que separa la comedia del terror, un equilibrio difícil de conseguir y esta película no lo consigue al 100%. A pesar de todo, es lo bastante grotesca como para que se me haga interesante. Y por la misma razón no es una película para todo el mundo.
Así es cómo funciona mi cerebro: hace una semana me llegó la nueva edición limitada de Zombi (Dawn of the Dead, George A. Romero, 1978) que ha editado Second Sight. Además de los siete discos y la novelización de la película, esta edición incluye un libro con diversos artículos analizando el film, fotos, pósteres y una entrevista con George A. Romero. En la entrevista se menciona brevemente Atracción diabólica (Monkey Shines, 1988), que Romero dirigió basándose en una novela. Entonces pensé si estaría la novela en e-book, cuando acabé con el libro sobre Dawn of the Dead busqué Monkey Shines, la encontré en kindle y la compré por 3 euros. Mientras la leía pensé que hacía tiempo que no veía la película. Me puse a ver la película poco después y pensé que no había escrito un artículo sobre ella para el blog. Y aquí estamos.
El argumento, por si acaso hay alguien que no conoce esta película, es este: Allan Mann (Jason Beghe) queda cuadriplégico tras sufrir un accidente. En un intento de sacarlo de la depresión, el doctor Geoffrey Fisher (John Pankow) le regala a Allan una mona capuchina. No es un regalo completamente desinteresado, Geoffrey ha estado experimentando con la mona, inyectándole un suero para hacerla más inteligente, y quiere ver cómo actúa alejada del ambiente de laboratorio. Poco a poco, Allan empieza a notar la influencia emocional que tiene la mona sobre él y él sobre la mona. Hay una conexión emocional entre ambos que no tardará en volverse homicida.
Atracción diabólica es uno de los títulos más infravalorados dentro de la filmografía de George A. Romero. Producido durante uno de los breves periodos en que Romero trabajó dentro del sistema hollywoodiense, es una interesante mezcla de thriller y terror que cuenta con un gran reparto. Romero hace verosímil y efectiva un argumento que perfectamente podía ser carne de alguna serie B pasada de vueltas. Pero Romero nos mete en una historia cargada de suspense, adoptando un estilo más clásico que destaca con los títulos cargados de gore anteriores. De paso, el director introduce algunas reflexiones sobre la naturaleza humana, no muy alejada de la animal.
Como siempre, me sorprendió descubrir que dura casi dos horas, cuando el recuerdo que tenía es el de una película corta y directa. Algo habitual en las películas de Romero, que se hacen más cortas de lo que realmente son, seguramente porque era también editor en sus inicios y sabe exactamente qué es importante y qué sobra. De ahí que algunas de sus películas duren dos horas o las sobrepasen pero nunca se tiene la sensación de estar viendo una película larga.
Que esté situada entre la tercera entrega de su serie sobre muertos vivientes y una adaptación de Stephen King, probablemente ha contribuido a que el film pase desapercibido. Pero eso no quita que sea una película todavía efectiva y absorbente.
Pasa muy a menudo. Te levantas y te dices: "cómo me gustaría ver una peli musical polaca sobre sirenas asesinas". Por suerte, esa película existe y fue muy popular en festivales hace unos cinco años: The Lure (Córki dancingu, Agnieszka Smoczynska, 2015). ¿Qué tal aguanta el film alejado del hype que le dio tanto éxito en su día? Pues bastante bien.
La directora Agnieszka Smoczynska mezcla distintos mitos sobre las sirenas, desde las criaturas que llevaban a los marineros a su muerte hasta las trágicas figuras románticas de los cuentos de hadas. Una mezcla que enriquece esta historia sobre dos sirenas que, atraídas por un grupo ensañando en la orilla de la playa, decide unirse a un decadente acto de cabaret. Así se convierten en las Hijas del Baile a las que alude el título original. Pero las sirenas, Srebrna (Marta Mazurek) y Zlota (Michalina Olszanska), no quedarán intactas por su contacto con los humanos y la tragedia aguarda cerca.
Parte del éxito del film recae en la forma en que la directora presenta esta mezcla de géneros, sin caer en la parodia o el camp. Es un musical, así que la fantasía y la irrealidad son elementos esenciales, pero los sentimientos y, más importante, los apetitos de los personajes son reales. Y son los que traen consigo la tragedia. El contacto con los humanos provoca una inevitable contaminación y corrupción de las sirenas. Srebrna, que parece integrarse más fácilmente, será la que más sufra; mientras Zlota, que prefiere mantenerse más fiel a su naturaleza, tendrá las cosas más relativamente fáciles. Hay que señalar que la naturaleza de estas sirenas es asesina, se alimentan de corazones humanos, literalmente. Es esta cualidad como "devorahombres" la que les resulta más útil, ya que el mundo en el que se mueven no parece ser un mundo para los inocentes. Es un mundo en que incluso criaturas mágicas como estas pueden ser comercializadas y convertidas en otra moda más. Nadie parece sorprenderse en exceso ante la aparición de estas criaturas, por lo menos durante mucho tiempo. Se convierten en otro número más en el decadente cabaret en el que actúan.
The Lure es un musical que funciona a la perfección como tal. Equilibrando la comedia y el terror, las canciones se integran en la narración de manera que sirven para mostrarnos qué sienten los personajes, sin detener la acción. Aunque no tengo ni idea de polaco, algunas canciones se me hicieron pegadizas, así como los números musicales están muy bien ejecutados y concebidos.
Esta es una de esas ocasiones en las que el hype estaba justificado. The Lure se mantiene como un film original, en ocasiones sangriento y siempre entretenido, muy recomendable.
Cuando era adolescente y todavía existían videoclubes, tenía la costumbre de dar vueltas por el barrio buscando rarezas y pelis de terror que todavía no hubiese visto, especialmente películas con un toque lovecraftiano. En una de estas búsquedas, en una tienda que vendía también discos de segunda mano además de alquilar películas, le pregunté al dependiente si tenía "pelis con monstruos con tentáculos", porque imaginaba que si decía "pelis con un toque lovecraftiano" no sabría de lo que estaba hablando. El dependiente me dijo "si te gustan las pelis con tentáculos, esta te gustará" y me señaló La lengua asesina (Alberto Sciamma, 1996). No era exactamente lo que me esperaba, pero me pareció... interesante.
Candy (Melinda Clark) está esperando que su novio Johnny (Jason Durr) salga de la cárcel cuando, accidentalmente, un pedazo de un meteorito acaba en su boca. El meteorita la transforma, provocando que su lengua se transforme en una criatura asesina con conciencia propia. Además, el metereorito transforma sus perros en cuatro personajes estereotípicos gays. Candy inicia una lucha contra su lengua mientras la trama se va complicando con diversos personajes, como el sádico jefe carcelero (Robert Englund) que busca hacerle la vida imposible a Johnny.
La lengua asesina apareció en un momento interesante del cine español. Durante la década de los 80 del siglo XX, se produjo una desconexión entre el cine español y el público español. El origen se encuentra en el deseo de hacer cine serio y de calidad, alejado del cine de la década anterior. Desde el Ministerio de Cultura se marcaba el tipo de cine que se tenía que hacer, buscando el prestigio y la satisfacción intelectual. Esto se tradujo, generalizando mucho, en que la mayoría de las producciones eran o comedias sobre la vida de los progres en Madrid o dramas con la Guerra Civil de fondo. Todavía se hacía alguna película notable, pero la desconexión que he mencionado era evidente. Esta tendencia empezó a cambiar con la llegada de los 90 y el estreno de grandes éxitos como Belle Êpoque (Fernando Trueba, 1992) y Acción mutante (Álex de la Iglesia, 1993). El estreno de Acción mutante fue particularmente significativo, ya que se trataba de una violenta comedia de ciencia ficción nada habitual en el cine que se hacía en aquella época en España. El éxito del debut de De la Iglesia hizo que el cine de género volviera a estar permitido y abrió las puertas a producir películas del mismo estilo y una renovación del cine español que se bautizó, sin mucha imaginación, Nuevo Cine Español.
Es en este ambiente que aparece La lengua asesina, una película que mezcla comedia con ciencia ficción y body horror, muy extravagante y pasada de vueltas, que hubiera sido impensable unos pocos años antes. El film hace gala de una estética muy, muy noventera, con diversos guiños a la estética americana de los años 50, que ayuda a crear el mundo de tebeo en el que la delirante historia transcurre. Algunos elementos del film no han envejecido bien, como los mencionados estereotipos gays o la banda sonora de Fangoria (que admito es un grupo que nunca me gustó), además de que en algunos tramos parece que no sabe cómo seguir la historia. Pero, en su mayor parte, es un film que sigue siendo bastante divertido, con una trama que hace diversos homenajes a clásicos del fantaterror como la genial Brain Damage (Frank Henenlotter, 1988).
La película fue una coproducción británico-española. Eso se tradujo en un excelente reparto en el que nos encontramos a dos leyendas del terror como son Robert Englund y Doug Bradley, así como a un jovencísimo Jonathan Rhys Meyers como uno de los caniches transformado en humano. Por supuesto, el film está dominado por la fantástica Melinda Clarke, que no se puede decir que no haya tenido una carrera entretenida. Por tanto, la película se rodó en inglés y, por alguna razón que desconozco, las producciones o coproducciones españolas rodadas en inglés suelen tener un doblaje terrible. Pero, al tratarse de un guion traducido al inglés concebido en castellano, los diálogos tienen más gracia en castellano. O la tendrían si no fuera por el terrible doblaje. Personalmente, siempre opto por la versión original, por las interpretaciones de los actores principales.
Aquellos que no conozcan la película se encontrarán con un producto muy de su época, con un estilo exagerado de tebeo que puede hacer que la odiéis o, si tenéis la sensibilidad adecuada para este tipo de bizarradas, la disfrutéis con ganas.
Tan irreverente, hilarante y escatológica como cuando se estrenó en 1977, La bestia del reino (Jabberwocky) fue el inicio de la carrera de Terry Gilliam como director en solitario, sin los Monty Python (más o menos). Un inicio que ya plantea muchos de los temas y fetiches que el director exploraría en futuros filmes.
Inspirado en el poema de Lewis Carroll, el film nos cuenta la historia de Dennis Cooper (Michael Palin), que llega al reino del rey Bruno el Cuestionable (Max Wall) en busca de fortuna. Su intención es encontrar un trabajo tranquilo que le permita ganar suficiente dinero para casarse con su amada Griselda (Annette Badland). La llegada de Cooper coincide con el asedio que sufre la ciudad por parte de un terrible monstruo, el Jabberwock, que no para de devorar ciudadanos. Cooper hace todo lo posible por no meterse en líos, por evitar cualquier conflicto o problema, pero, por supuesto, involuntariamente se ve metido en diversas peripecias que lo llevarán a enfrentarse con el Jabberwock.
Jabberwocky fue el primer proyecto en solitario de Terry Gilliam, aunque miembros de los Monty Python aparecen como actores, como el protagonista Michael Palin, y algunos gags todavía recuerdan al estilo de los Python. Sin embargo, el mediocre protagonista Dennis Cooper recuerda bastante a futuros héroes de Gilliam, como el Sam Lowry que Jonathan Pryce interpretó en Brazil (1985). La mediocridad y la mercantilización es uno de los principales temas de Jabberwocky, donde se nos presenta un mundo donde no hay sitio para los artistas, ya que su lugar lo ocupan mediocres sin imaginación interesados solo en obtener el máximo provecho económico. También se dispara contra la monarquía, el poder eclesiástico y los empresarios. Estos dos últimos estamentos, de hecho, no quieren que se mate al monstruo ya que esta situación de terror les beneficia.
El film funciona también a la perfección como una parodia del cine de fantasía y de monstruos. Demoliendo todos los tópicos posibles, con su demente princesa (Deborah Fallender) y sus caballeros tan estúpidos como violentos. Y siendo como es una sátira, una parodia, un film no muy interesado en el rigor histórico, resulta más auténtico y realista en su descripción de la Edad Media que muchos dramas serios ambientados en esta época.
Pero lo más importante a señalar de Jabberwocky es que es una comedia que hace reír de principio a fin, ya sea por sus momentos absurdos, sus bromas escatológicas, sus escenas gore o la estupidez de los personajes. Es un clásico que sigue siendo punk y actual.
Es posible que si menciono el nombre de Ryû Murakami muchos os quedéis igual. Pero si os digo que es el autor de la novela en que se basó el perturbador clásico de Takashi Miike Audition (Audición) (Ôdishon, 1999), la cosa cambia. O eso espero, si no habéis visto Audition no perdáis un segundo en remediarlo. En cualquier caso, Piercing (Nicolas Pesce, 2018) es otra adaptación de una novela de Murakami, con distinto resultado.
Reed (Christopher Abbott) es un hombre que lo tiene todo: un buen trabajo, una esposa, Mona (Laia Costa), que lo quiere y un precioso hijo recién nacido. También tiene un montón de impulsos homicidas, por eso se queda observando a su hijo picahielos en mano. Reed decide llevar a cabo sus fantasías homicidas a lo grande: en una habitación de hotel planea torturar y matar a una prostituta de la manera más sangrienta y brutal que surja de su enfermiza mente. Llega el día y llega la prostituta, Jackie (Mia Wasikowska), a la habitación de Reed. Pero las cosas no irán según el plan y a Reed y Jackie les espera por delante una larga noche.
Piercing es una película que resulta algo frustrante. En una mano tiene un montón de elementos y momentos que me gustaron mucho. En la otra, el director Nicolas Pesce nunca acaba de explotar al máximo el argumento ni los elementos que maneja.
Empezando por lo bueno, desde el punto de vista visual y de diseño es un film con un gran acabado. Los escenarios tienen un toque retro que hace que sea difícil de determinar en qué año transcurre la acción. El bajo presupuesto y la naturaleza confinada de la historia obligaron a rodar en estudios y decorados, pero en lugar de intentar infructuosamente crear una ciudad real con tan limitados medios, se decide por una completa estilización, con una ciudad creada a partir de maquetas y modelos. Una especie de Japón de fantasía por el que la cámara se desliza para sumergir al espectador en el mundo de Piercing. El diseño y estilo visual se ve apuntalado por una banda sonora construida a partir de canciones, en la que destaca la utilización de temas sacados de bandas sonoras clásicas del giallo, como el tema principal de Rojo oscuro (Profondo rosso, Dario Argento, 1975) de Goblin y temas compuestos por Bruno Nicolai para La dama roja mata siete veces (La dama rossa uccide sette volte, Emilio P. Miraglia, 1972). Por supuesto, el diseño y la banda sonora del film me encantaron. Las interpretaciones de Christopher Abbott y Mia Wasikowska son muy buenas, en particular la manera en que Abbott interpreta la locura en la que vive su personaje. El film contiene algunas escenas chocantes muy efectivas y otros momentos de humor negro también muy bien ejecutados.
Y ahora lo malo. La película tiene una estructura muy semejante a la de Audition, el tramo final es prácticamente igual. Por supuesto, las semejanzas es posible que surjan debido a que ambas se basan en novelas del mismo autor, pero teniendo en cuenta la influencia que ha tenido la película de Takashi Miike es obvio que ha tenido un fuerte impacto en la película de Nicolas Pesce, lo que provoca que Piercing resulte algo predecible y no tan impactante como cree ser. Pero el principal problema de esta película es que Pesce no acaba de crear la tensión que la historia le exije, casi como si esperara que la tensión ya la proporcionara la retorcida historia por ella misma.
En definitiva, Piercing cuenta con una interesante y morbosa historia, unas buenas interpretaciones, un fantástico diseño de producción y una gran banda sonora, pero también cuenta con un director que no crea tensión ni suspense. A pesar de todo creo que vale la pena por lo menos verla una vez, solamente por los elementos que sí funcionan.
Esto sí que es toda una sorpresa: Jing Wong, el guionista de Desnuda para matar (Naked Killer aka Chik loh goh yeung, Clarence Yiu-leung Fok, 1992), sobre unas asesinas a sueldo comandadas por una mujer, es el mismo guionista de Arma desnuda (Naked Weapon aka Chik loh dak gung, Siu-Tung Ching, 2002), sobre unas asesinas a sueldo comandadas por una mujer. Arma desnuda es una película de acción pasada de vueltas que se mea en las leyes de la física.
El film arranca con Jack Chen (Daniel Wu), agente novato que acompaña a dos agentes veteranos en una operación para capturar a Madam M (Almen Pui-Ha Wong), la líder de un grupo de asesinas a sueldo. La operación sale mal. Chen ve a sus compañeros morir y Madam M pierde a una asesina. Para reemplazar a la asesina perdida, Madam M secuestra a un montón de niñas que tiene alrededor de 13 años y con habilidades deportivas y de lucha. La película se transforma por un rato en Battle Royale y seis años después solo quedan vivas Katherine (Anya), Charlene Ching (Maggie Q) y Jing (Jewel Lee), que son devueltas al mundo para servir como asesinas a sueldo. Chen descubre a una de las asesinas y, aunque parezca mentira, a partir de aquí se complica la historia y arranca la trama de verdad.
Arma desnuda es un ejemplo del cine de acción hongkonés en el siglo XXI, no muy distinto del cine de acción hongkonés del siglo XX. Interpretaciones exageradas, argumentos rocambolescos y acción frenética que desprecia cualquier atisbo de realismo. Algunas cosas no cambian. Pero otras sí: Arma desnuda fue rodada en inglés, lo que hace que resalten los actores doblados, pensando en el mercado internacional. Los títulos y rótulos aparecen en chino e inglés, lo que provoca algunos momentos involuntariamente divertidos (mi favorito: uno en el que aparece simplemente: "España morgue"). Y también aparecen efectos visuales realizados por ordenador no particularmente convincentes, utilizados para subir la exageración de las escenas de acción al 11.
He de admitir que es un gusto ver a Maggie Q en su salsa, repartiendo patadas a diestro y siniestro, después de verla desperdiciada en películas de acción americanas como la cuarta entrega de las desventuras de John McClane. El resto del reparto, en lo que se refiere a acción, no se queda atrás. Por supuesto, es el continuo desmadre de patadas, saltos, tiroteos y explosiones lo que hace que Arma desnuda resulte entretendia a pesar de sus fallos. El principal de ellos un tramo final que, sin destriparlo, lleva a la protagonista a una confrontación no tan satisfactoria como la que tendría que haber sido la más natural.
Un guion flojo es lo peor que se puede decir de esta película, lo cual no impide que sea tremendamente entretenida de principio a fin, en particular el ya mencionado segmento Battle Royale. Si os atrae el género, ya sabéis que la queréis ver si no lo habéis hecho ya.
Durante los años 90 del siglo XX, el género wuxia (espadachines kung-fu) experimentó una nueva popularidad en Hong Kong, coincidiendo con la llegada a Occidente de estas películas. Estrenada en el momento álgido del resurgir de este género, logrando un gran éxito también fuera de Hong Kong, La novia del cabello blanco (Bak fat moh lui zyun, Ronny Yu, 1993) se ha convertido en todo un clásico del género.
La historia gira en torno de Cho Yat-Hang (Leslie Cheung) y Lien (Brigitte Lin). Cada uno es el guerrero más destacado de sus respectivos clanes. Clanes que están enfrentados entre sí, lo que no impedirá que Cho y Lien se enamoren, lo que pondrá en marcha una serie de sangrientos enfrentamientos y traiciones. La historia de amor es el centro del film, lo que diferencia esta película de anteriores títulos, además de mezclar fantasía y elementos sobrenaturales con las clásicas escenas de acción que el género exige.
El argumento de La novia del cabello blanco, más conocida como The Bride with White Hair y cuyo título original se traduce aproximadamente como El cuento de la demonio de pelo blanco, se basa en una popular, en Asia, novela de Yusheng Liang publicada a mediados de los 50 del siglo XX. Tan popular que, previamente, ya había sido llevada dos veces a la gran pantalla, además de que también ha sido la base de series de televisión. Al parecer, la novela es muy extensa, llena de referencias históricas, así que Ronny Yu decidió que en su versión se eliminarían las intrigas políticas y los misterios palaciegos, centrándose en la historia de Cho y Lien. Yu lo hizo no solo para realizar una película que se adaptara más a su personalidad como director, también pensando en exportar la película fuera de Hong Kong. Yu pensó que sería más fácil de digerir la historia para el espectador occidental sin las complicadas intrigas históricas. Y tenía razón, ya que el film triunfó en el mercado internacional y es la película que hizo que lo llamaran de Hollywood.
Aunque se simplificó la historia eliminando las tramas palaciegas, en el film abundan las referencias políticas y las alegorías al retorno de Hong Kong a China, con la consecuente inquietud y preocupación que provocaba en los hongkoneses. Pero son alusiones y alegorías que pasan completamente desapercibidas para el espectador occidental, a no ser que esté muy versado en la historia China, su lenguaje y su cultura. Lo que significa que el espectador occidental puede disfrutar de La novia del cabello blanco como un genial film cargado de romanticismo, fantasía, escenas de acción increíbles y toques de terror. Todo ello contado con la habitual energía y rápido montaje habitual en el cine asiático de esta época.
La novia del cabello blanco es un clásico para los amantes del género, pero también puede servir como plataforma para entrar en él. La combinación de historia de amor y acción puede facilitar que el espectador no acostumbrado a este tipo de película pueda aceptar los elementos más fantásticos e increíbles. Porque La novia del cabello blanco tiene mucho de fantástico y de increíble.
Tras el engañoso título Desnuda para matar (Naked Killer aka Chik loh goh yeung, Clarence Yiu-leung Fok, 1992) no encontramos una entretenida cinta de acción made in Hong Kong perteneciente a la famosa Categoría III. Abandonad todo realismo aquellos que entréis aquí.
Tinam (Simon Yam) es un inspector de policía que investiga una serie de asesinatos brutales. Tinam arrastra ciertos traumas desde que provocó la muerte de su hermano, siendo el principal que reacciona violentamente cuando tiene un arma en la mano: no puede evitar vomitar. Un día mientras se corta el pelo conoce, cuando intenta arrestarla, a Kitty (Chingmy Yau). Los dos se enamoran, pero entonces el padre de Kitty es asesinado y esta provoca una sangrienta matanza para vengar su muerte. Es así como empieza a entrenarse bajo la batuta de Sister Cindy (Wei Yao como Kelly Yao), una asesina profesional responsable de los asesinatos que investiga Tinam. Pero, a partir de aquí, la historia se complica (todavía más), ya que Princess (Carrie Ng), otra estudiante de Sister Cindy, y su amante Baby (Madoka Sugawara) reciben el encargo de matar a Sister Cindy, como venganza por uno de los trabajitos de Sister Cindy. Buf, menos mal que solo dura 92 minutos, al ritmo que la película va construyendo el argumento en media hora pasan más cosas que en una película americana de tres horas.
A pesar de pertenecer a la Categoría III, a pesar de mostrar cierta influencia de Instinto básico (Basic Instinct, Paul Verhoeven, 1992) y a pesar de promocionarse como una película con una fuerte carga erótica, no os hagáis ilusiones en este aspecto. Es una película bastante casta en lo que se ve en pantalla, por muchas referencias sexuales que se hagan. Lo que sí abunda son las escenas de acción pasadas de vueltas, los tiroteos en los que centenares de secuaces salen de la nada para ser matados y los movimientos acelerados. Exageración es la palabra clave, todas las reacciones, todos los gestos, todas las emociones están subidas al 11. Incluso hay una escena cómica en la que un policía se come el pene cortado de una víctima al confundirlo con una salchicha.
Esta manera de enfocar la narrativa hace que la historia entre los dos protagonistas sea también ferozmente romántica y dramática, convirtiendo Naked Killer en un cruce entre un culebrón y una película de John Woo. Como ya he dicho antes, puro cine estilo Hong Kong. Y teniendo todo esto en cuenta, no es tan pasada de vueltas como otros ejemplos del género, hay momentos en que pasan más de diez minutos sin que muera nadie.
Entretendia y cargada de escenas de acción surrealistas, su rocambolesca historia permite que el espectador disfrute de unos concentrados 90 minutos de locura oriental. Si habéis llegado hasta aquí, ya sabéis si es el tipo de veneno que os gusta.
Durante la década de los 80 del siglo XX, la industria cinematográfica italiana empezaba a decaer, pero aún pudieron producir bastantes copias y versiones propias de éxitos ajenos, como la divertida y delirante El guerrero del mundo perdido (Warrior of the Lost World aka I predatori dell'anno omega, David Worth, 1984). Cine trash del bueno.
Un jinete motorizado (Robert Ginty) viaja por las arrasadas carreteras de un mundo posapocalíptico. Su vagabundeo cesa cuando Nastasia (Persis Khambatta) lo alista para que le ayude a rescatar a su padre, McWayne (Harrison Muller) el líder de El Nuevo Camino, de las garras de Prossor (Donald Pleasence), el líder de Omega. Arranca así una batalla por el futuro de este mundo ídem.
No hay que ser un gran experto en cine para ver que El guerrero del mundo perdido copia Mad Max 2, el guerrero de la carretera (Mad Max 2, George Miller, 1981), que fue un gran éxito de taquilla en todo el mundo. Aunque el protagonsita sin nombre lleva una moto, el modelo es bastante obvio. Pero no se detiene ahí: el film coge/plagia/roba elementos y detalles de decenas de películas distópicas futuras estrenadas entre los 70 y los 80. Por si eso fuera poco, Donald Pleasence va vestido igual que cuando hizo de Blofeld en Sólo se vive dos veces (You Only Live Twice, Lewis Gilbert, 1967). Para darle más sabor a la mezcla, también se copia la entonces exitosa serie El coche fantástico (Knight Rider, creador Glen A. Larson, 1982-1986). Es esta mezcla imposible, presentada de manera algo torpe y con cero presupuesto, lo que hace que esta película sea tremendamente entretenida. Sobre todo gracias al tremendo reparto que lo da todo en este delirante cóctel. Además del siempre efectivo Robert Ginty, la bella Persis Khambata y de un Donald Pleasence que parece que se lo está pasando pipa, también hay que sumar al gran Fred Williamson, que buscaba alargar su estancia en Italia, y a Geretta Geretta, acredita como Janna Ryan, haciendo de amazona del futuro.
Desde el primer minuto la diversión está asegurada, con los intercambios entre Robert Ginty y su moto sabia, de lo más ridículos y deliciosos. Personalmente, una de las cosas que más me gustó es como la película añade efectos sonoros futuristas a las ametralladoras y otras armas, obviamente anticuadas. Mucha gracia también me hizo cuando el jinete le pregunta a la moto, Einstein, cómo ha sido capaz de hacer un gran salto, cuando al inicio del film apreta un botón para hacer exactamente lo mismo. Por desgracia, el momento que más me hizo reír no lo puedo comentar, ya que sería un gran destripe del final, pero baste decir que la espera vale la pena.
Esta psicotrónica película pasó desapercibida por las salas de cine, pero sobrevivió en las estanterías de los videoclubes, en las que sus cualidades únicas han asegurado que sea comentada por los aficionados a la vanguardia casual de todo el mundo. Para los interesados en este tipo de cine, 90 minutos de alegre despiporre.
A principios y mediados de los 90 del siglo XX, se produjo un nuevo fenómeno dentro del cómic de superhéroes: el dibujante estrella. Artistas como Erik Larsen, Jim Lee y, especialmente, Todd McFarlane, entre otros, que habían empezado a trabajar en Marvel y DC a finales de los 80, vieron como su popularidad se disparaba. Esto se tradujo en nuevas maniobras editoriales, como publicar un mismo cómic con distintas portadas, y que las historias se simplificaran para dar cabida a grandes escenas épicas que se desplegaban en ilustraciones de doble página. Por suerte, esta fiebre fue efímera, seguramente provocada por la marcha de Marvel y DC de estos artistas para formar Image. Image es una editorial independiente que empezó publicando el mismo tipo de material que las dos grandes, pero en la que los artistas tenían un control total sobre sus creaciones. Así, Todd McFarlane empezó lo que quería que fuera un imperio basado en su creación Spawn. McFarlane, que ahora se dedica principalmente a diseñar juguetes y figuras, quiso meter su creación en todos los campos posibles. Entre estos estaba, por supuesto, el cine.
El cine moderno de superhéroes, la edad dorada que hemos vivido recientemente, para mí siempre arrancó con Blade (Stephen Norrington, 1998). Con esta película sobre el cazavampiros medio vampiro de la Marvel empezó todo. Pero Blade no sale de la nada, éxitos como El cuervo (The Crow, Alex Proyas, 1994) aplanarían el camino, probando que una adaptación "oscura" de un cómic podía funcionar, sobre todo después de que las películas de Batman derivaran hacia el camp. No contribuyó en nada al género Spawn (Mark A. Z. Dippé, 1997), estrenada justo un año antes que Blade. McFarlane había planeado crear toda una franquicia cinematográfica, presentando el proyecto a New Line con el apoyo de los millones de ejemplares vendidos de su creación. McFarlane, al mismo tiempo, puso en marcha una serie de animación para adultos que trasladaba fielmente el cómic a la pantalla. Para la película, considerando las grandes cantidades de merchandising asociadas a ella, se pensó en hacer algo que fuera más accesible para el gran público. Planear la película para mayores de 13 años no sirvió de nada, de todas formas la censura americana se cebó sobre el film, de forma bastante injusta y arbitraria teniendo en cuenta lo mostrado en otras películas para mayores de 13 años de la época. Esta versión del film fue la que se estrenó en cines, sin llegar a ser el éxito deseado.
Es esta versión del film la que todavía conservo en una cinta VHS con una funda verde fosforito. La compré sin haber visto la película en el cine, solo porque me gustaba leer Spawn (un placer que se quedó en la adolescencia, perdiendo mucho de su atractivo con el tiempo). Mi reacción fue un poco la misma que tuve después de comprar la cinta VHS de Tank Girl (Rachel Talalay, 1995) igualmente solo porque era fan del cómic: decepción. Con el tiempo, le fui cogiendo el gusto a Tank Girl, pero Spawn era una de esas películas que nunca tuve ganas de revisitar. Hasta que supe de la existencia de una versión sin censurar de la película, una versión que se ajustaba más a la visión del director Mark A.Z. Dippé. Una versión que en Estados Unidos se comercializó en DVD en su día, pero que aquí solo llegó en tiempos más recientes.
Entre esta versión sin cortes absurdos y generosas dosis de nostalgia, también le he empezado a coger el gusto a esta película que, para muchos, no será más que una abominación producto de una época pasada. Algo de razón no les falta. El mayor problema de Spawn para ser aceptada hoy día son los efectos visuales por ordenador, que para la época eran avanzados pero hoy día tienen un aspecto muy cutre. En particular el demonio Malebolgia, creación completamente digital y completamente terrible. En su momento no tuvieron presupuesto para construir un animatrónico para integrarlo en el paisaje digital y la tecnología no estaba lo bastante desarrollada para crear un personaje completamente digital creíble. Violator también es digital, pero al mezclarlo con un animatrónico tiene algo más de realismo, aunque resulte igualmente falso.
Pero si algo salva esta película es el reparto. Martin Sheen es un malo malísimo, Michael Jai White encarna al héroe con gran convicción y la siempre fantástica Melinda Clarke es una asesina embutida en cuero. Y el rey de la película: John Leguizamo como el Payaso, un demoníaco personaje que en esta versión ve todos sus diálogos restaurados y es lo mejor del film sin duda. Todos ellos se lanzan a darle vida a esta absurda historia llena de tópicos.
Como ya he mencionado, creo que es imposible que alguien que no hubiese vivido los 90 se la pueda tomar como otra cosa que una terrible película. Y, repito, muchos que sí los vivieron pensaran más o menos lo mismo. Sin embargo, puede que sea terrible, pero desde luego no es mediocre. Pasada de vueltas, sí. Con efectos visuales ridículos, también. Y también muy divertida, muy entretenida y muy absurda. No es que la vaya a recomendar a nadie, puede que me ciegue la nostalgia, pero con esta versión la película se redime para mi gusto.
No importa el tiempo que pase uno sumergido en pilas y pilas de discos y VHS, siempre hay sitio para nuevos descubrimientos. Con gran placer os presento uno de estos descubrimientos, la demencial White Fire (Vivre pour survivre, Jean-Marie Pallardy, 1984). Un entretenido film que mezcla sangrienta acción con un romance incentuoso.
Sobre el papel, la historia es bastante básica, no parecería extraña en una más típica película de acción de bajo presupuesto. Ingrid (Belinda Mayne) y Boris "Bo" Donnelly (Robert Ginty) son una pareja de hermanos que se dedican a robar y traficar con diamantes junto a su padre adoptivo Sam (Jess Hahn). Las cosas se les complicarán cuando Olaf (Gordon Mitchell), el jefe de seguridad compichado con los hermanos para robar diamantes, descubre que en la mina se esconde el Fuego Blanco, un enorme diamante radioactivo que puede matar. Traiciones, muertes y venganzas se suceden a continuación. Hasta aquí, como ya he dicho, todo normal. Pero esta película es muchas cosas pero "normal" no es una de ellas. Uno de los giros que ha hecho este film tan notorio es que, después de que al inicio Ingrid sea asesinada, Bo y Sam deciden sustituirla con Olga (Diana Goodman), una prostituta con cierto parecido con Ingrid. Olga se someterá a cirugía plástica para convertirse en una réplica exacta de Ingrid. Esto permite al film desarrollar un morboso romance entre Bo y su hermana que no es su hermana. Además, Olga es perseguida por una banda encabezada por Noah Barclay (Fred Williamson), para complicar un poco más la trama.
Por supuesto, el film no sería tan complicado (y divertido) de seguir si se molestara en dar alguna explicación. Arranca con un prólogo en el que Ingrid y Bo escapan de niños junto a sus padres de un ejército. Por los nombres que tienen y el hecho que se menciona que Ingrid habla ruso de forma fluida deduzco que escapan de algún país comunista, pero no se aclara ni se indica ninguna localización. Así es como mueren los padres de Ingrid y Bo y acaban adoptados por Sam, que los convierte en americanos. De la misma forma, se introduce a Noah sin ninguna explicación, aunque hay un diálogo algo extraño entre Olga y Sam que podría explicarlo, pero no sé si por la traducción o el montaje queda bastante incomprensible. He aquí mi momento de diálogo preferido, sin ningún sentido en absoluto:
Sophia (Mirella Banti): ¿Dices que solo dos personas saben sobre el diamante? ¿Tú y quién?
Olaf: Pues, la chica americana.
Sophia: Solo una persona.
Olaf: Se llama Ingrid.
Sophia: Solo una persona. La chica, Ingrid, está muerta.
Olaf: ¿Dónde? ¿Por qué? ¿Cómo?
Sophia: No, es importante. Tenemos que saberlo.
Olaf: Ella y yo somos las únicas personas que sabemos dónde está.
No es cosa mía, ¿verdad? Este diálogo es innecesariamente enrevesado y es dicho de la manera más sobreactuada posible. Mirella Banti es el drama exagerado personificado. El contraste perfecto para Robet Ginty, que lo da todo y trabaja su interpretación como si estuviera haciendo Shakespeare, mientras que Fred Williamson hace su papel habitual de sonriente chulo.
White Fire está lleno de momentos ojipláticos. La mina en que trabaja Ingrid parace sacada de una nave espacial setentera, con sus puertas automáticas y sus guardas vestidos con monos espaciales y cascos. El lugar al que va Olga a hacerse la cirugía es una especia de colonia lésbica futurista, donde las mujeres se visten con túnicas y se pasean como si fuera la isla de las amazonas. Y las escenas de acción son sorprendentemente sangrientas y brutales, empezando por Ginty y su pelea sierra mecánica en ristre o un pobre informante al que parten en dos de cintura para abajo.
De este modo, esta demencial película es entretenida de principio a fin. La manera de presentar la historia, el romance incestuoso, la violencia, el reparto, la banda sonora de rock ochentero... Todo esto convierte White Fire en una película única.
La primera vez que vi The Spirit (Frank Miller, 2008) no pude pasar de la primera media hora, me causó un inmediato rechazo. Pero, pasado el tiempo, le he cogido el gusto a esta muy odiada película. ¿Cómo ha sido posible? Para empezar, intentar olvidar que es una adaptación de una obra fundamental en la historia del cómic, creada por un maestro que revolucionó el lenguaje de este arte. Y tener un sentido del humor bizarro también ayuda.
Antes, un poco de contexto. Al inicio del siglo XXI se empezaba a gestar una nueva era en el cine basado en cómics. Normalmente se relaciona cómics y cine con superhéroes, pero en 2005 se estrenó con gran éxito Sin City: Ciudad del pecado (Sin City, Robert Rodriguez, Quentin Tarantino, Frank Miller). La película, aprovechando las nuevas técnicas digitales, trasladaba las páginas del clásico de Frank Miller a la pantalla con gran fidelidad, así se creó un gran espectáculo visual que asombró a los espectadores. Como antiguo fan de Frank Miller (y digo antiguo porque para mí dejó de tener interés como autor a partir precisamente de entrar en el siglo XXI), Sin City me encantó. Esta exitosa adaptación fue seguida de otro gran éxito basado en una obra de Miller: 300 (Zack Snyder, 2006). De nuevo, una fiel adaptación que revalorizó el nombre de Frank Miller como un valor seguro en taquilla. Fue en este momento de subidón que se le ofreció a Miller escribir y dirigir una versión cinematográfica de la clásica creación de Will Eisner The Spirit.
No voy a intentar resumir en unas pocas líneas la gran importancia de Eisner en el desarrollo del lenguaje del cómic, la creación de las novelas gráficas y que el cómic se viera como un arte también dirigido a los adultos. Baste decir que gran parte del cómic moderno se basa en los cimientos que Eisner sentó en las historias protagonizadas por The Spirit, que empezaron a publicarse en 1938. En relación a este artículo sí que hay que mencionar que ya había habido varios intentos de llevar esta obra a la pantalla, como una película de animación que no pasó de las primeras fases de producción y un telefilme de 1987, protagonizado por Sam Jones, que fue concebido como un episodio piloto de una serie que no existió.
Cuando supe que Frank Miller sería el guionista y director de una adaptación de The Spirit en el mismo estilo usado en Sin City, no me fue muy difícil profetizar un fracaso. Como ya he mencionado, el Miller de esta época no era el mismo de sus momentos de gloria. Su estilo se había ido simplificando y brutalizando, sus historias ya no tenían el interés y la complejidad que me convirtieron en fan suyo. Además, el estilo visual minimalista de Sin City no encajaba para nada con la riqueza visual de las aventuras de The Spirit. De ahí que no me sorprendiera en absoluto la recepción que tuvo el film, que fue destrozado por la crítica y un sonoro fracaso de taquilla. De hecho, fue un fracaso tan brutal que puso fin a la carrera de Miller como director, volviendo únicamente a dirigir junto a Robert Rodriguez Sin City: Una dama por la que matar (Sin City: A Dame to Kill For, 2014) (otro fracaso de crítica y taquilla, este no lo entendí porque es una fiel adaptación del cómic en que se basa, si te gustó Sin City lo lógico es que también te gustara esta película).
Años después, me he enfrentado de nuevo a esta película. Y lo hice con una nueva perspectiva. Decidí olvidarme del Spirit que conocía. Como adaptación, The Spirit es tremendamente infiel, cambiando completamente el personaje, tanto el look, como la personalidad e incluso se le otorgan unos poderes curativos a lo Lobezno que el personaje nunca tuvo. De hecho, The Spirit no era más que un justiciero sin ningún tipo de poder o habilidad especial. Así, a pesar de algún guiño visual, de adaptar una histora clásica del personaje y alguna frase que hace referencia a la obra de Will Eisner, esta película es puro Frank Miller. Así que lo mejor es olvidarse de que se trata de una adaptación, no estar continuamente señalando todas las maneras en que se aleja de la obra de Eisner.
No, esta película no hay que verla como una adaptación de The Spirit. O como una típica cinta de acción neo noir. Esta película hay que verla como una comedia absurda. Está llena de bizarros toques de humor que, si estás del adecuado ídem, resultan bastante divertidos. Por lo menos, en esta ocasión me resultaron divertidos, aunque Miller como director en solitario fuera bastante inepto. Tal vez vivimos unos tiempos tan terribles, que incluso The Spirit es capaz de ofrecer alivio. En fin, no tengo excusa, volví a ver esta película y me lo pasé bien. A lo mejor es señal de que el Apocalipsis se acerca.
Alegría en las calles, he escrito un nuevo artículo sobre una saga cinematográfica de culto. En este caso sobre Underworld, la batalla entre vampiros y hombres lobo que protagoniza Kate Beckinsale como la gran pateadora de culos Selene. Tiros y traseros embutidos en látex, es la primera vez que he ido descubriendo una saga al tiempo que escribía el artículo, que podéis leer aquí:
En El sótano del miedo (The People Under the Stairs, 1991), el director Wes Craven utilizaba el género para introducir una crítica sobre la sociedad americana en forma de sangrienta fábula urbana. La mezcla de crítica social y terror no era algo nuevo en la filmografía de Craven, sin embargo, no lo trató de forma más delirante que en el telefilme Invitación al infierno (Invitation to Hell, 1984).
El argumento arranca con los Winslow instalándose en su nueva residencia, debido a que el cabeza de familia Matt Winslow (Robert Urich) ha conseguido un gran trabajo en una compañía electrónica. Allí podrá poner su genio a prueba desarrollando nuevas tecnologías, en particular un traje de astronauta que funcione en Venus. En esta ideal comunidad residencial, la mayoría de las familias forman parte de un exclusivo club con muchas ventajas. Matt empieza a sospechar que este club esconde terribles secretos y su investigación le llevará a descubrir la infernal verdad.
Estoy seguro de que a Craven le pareció interesante la historia. Básicamente, es una especie de Las mujeres de Stepford (The Stepford Wives, Bryan Forbes, 1975) con un toque satánico. Pero también tiene muchos momentos absurdos, empezando por el divertidísimo prólogo y acabando en el delirante final, que parecen indicar que Craven tal vez se estaba tomando todo un poco a cachondeo. En particular me hizo gracia una escena en la que el casco de astronauta en el que está trabajando Matt se fija en la malvada Jessica Jones (Susan Lucci), momento en el que podemos ver que en el interior del casco se indica que no es humana, cosa que se sabe al inicio del film, y que es malvada, cosa que también sabemos, aunque yo no acabo de enteder cómo lo sabe la computadora del casco simplemente observándola.
Principalmente, la película es una sátira de la América de Ronald Reagan, con todo el mundo obsesionado con ganar dinero, subir en la escala social y los intereses más superficiales. El desarrollo es el habitual en este tipo de historias, destacando la presencia en el reparto de Kevin McCarthy que protagonizó la clásica y fundamental historia de paranoia La invasión de los ladrones de cuerpos (Invasion of the Body Snatchers, Don Siegel, 1956), de modo que los toques extravagantes de Craven realmente destacan. Son estos toques los que hacen verdaderamente el film memorable, incluso si tienes debilidad por estas fantasías paranoides como me pasa a mí.
Seguro que os ha pasado ha muchos, por lo menos a aquellos que recuerdan cuando la televisión no era a la carta. Te quedabas viéndola de madrugada y, de vez en cuando, te topabas con alguna locura o alucinante escena, sin contexto, que hacía que al día siguiente te preguntaras si realmente habías visto lo que fuera que habías visto o lo habías soñado. A mí me pasó con 976 - El teléfono del infierno (976-Evil, Robert Englund, 1988), cuando tropecé con la última media hora en un canal local (no recuerdo si Canal 25 o el ahora llamado Betevé). Y, maravillas de la tecnología, ahora la puedo ver en un prístino Blu-ray.
El joven Hoax (Stephen Geoffreys) encuentra refugio de su religiosa fanática madre Lucy (Sandy Dennis) y los abusones del instituto en el teléfono de pago 976-Evil, que ofrece un horroróscopo con indicaciones para mejorar su triste existencia. Y así es, aunque a un alto precio: Hoax se está transformando en una especie de demonio a medida que va llamando a este número. Su primo Spike (Pat O'Brian) intentará detener los asesinatos de Hoax.
Para muchos aficionados al cine de terror lo que más llamará la atención es el nombre de Robert Englund relacionado con esta película, pero no como actor sino como director. Al parecer le ofrecieron a Englund la oportunidad de protagonizar y dirigir la película, pero él prefirió solo dirigir, siendo este su inicio en su corta faceta como director. Englund trajo consigo su larga experiencia en el cine de terror, la comprensión que tenía del género gracias a su papel como Freddy Krueger, pero también un gran sentido estético y visual. El film tiene un look tremendamente estilizado, casi salido de las páginas de algún perdido ejemplar de Cuentos de la cripta. Grafitis omnipresentes, basura en las calles, los personajes pueblan un deprimida zona de las afueras cuyo diseño de producción le da, al mismo tiempo, un toque sórdido y colorido a la película. Es un escenario en el que no desentonan unos jóvenes personajes que se visten con una mezcla de punk y moda de los 50. Estos personajes, además, son todos ellos memorables, no solo por su vestuario, también por el ojo de Englund a la hora de escoger al reparto. Seguro que por su experiencia como actor, Englund reúne un gran grupo de actores y actrices, que le dan vida a esta historia de líneas telefónicas satánicas.
Con su manera de dirigir a los actores y su ojo visual, Englund eleva lo que podría haber sido otra historia de venganza empollona más. El argumento utiliza dos motivos populares en la época: darle un toque diabólico a alguna novedad tecnológica, en este caso las líneas de pago teléfonicas hoy extintas en esta forma, y la venganza al estilo Carrie White. Una mezcla que resultaría familiar al guionista Rhet Topham, autor del guion de Muerte a 33 revoluciones por minuto (Trick or Treat, Charles Martin Smith, 1986) con una trama muy similar. Esta mezcla de tecnología y venganza empollona también recuerda a El legado del diablo (Evilspeak, Eric Weston, 1981). Sin embargo, 976-Evil tiene unos toques satíricos que ayudan a que tenga una personalidad propia. Además, la afición de Hoax a llamar al horroróscopo puede servir también como alegoría a la adicción a las drogas.
Vista hoy día, 976-Evil se mantiene como un film de terror entretenido y efectivo a pesar de su bajo presupuesto. En su día pasó bastante desapercibida en las taquillas, pero con el tiempo se ha ido convirtiendo en una película de culto gracias a sus escenas más originales. Aunque se debería mencionar que la versión que se estrenó en cines no era la versión de Englund, los productores decidieron cortar algunas escenas para rebajar la duración a 90 minutos. En VHS se editó una versión extendida, que también se puede ver en la edición en Blu-ray de Eureka, que es 15 minutos más larga pero no incluye ninguna de las tres escenas mencionadas por Englund en el comentario sobre el film. El material de la versión extendida tiene su interés, pero creo que la versión cinematográfica funciona perfectamente. Además, el film ha adquirido con el tiempo un encanto ochentero enfatizado por el magnífico trabajo de Kevin Yagher en los efectos de maquillaje. Yagher y Englund habían trabajado durante mucho tiempo juntos ya que Yagher se había encargado de los maquillajes y efectos de distintas Pesadillasen Elm Street. En definitiva, pensada como una humilde película de terror con la que hacer dinero rápido, gracias al ojo de su director se convirtió en una entretenida cinta de culto.
Ya he insistido bastante en que fue el ojo de Robert Englund el que convirtió en memorable lo que sobre el papel no era nada particularmente original. La secuela lo acaba de demostrar. Aunque no fue un éxito en cines, 976-Evil funcionó bastante bien en el mercado doméstico, lo bastante como para que se produjera una secuela directamente en video: 976-Evil II aka 976-Evil 2: The Astral Factor (Jim Wynorski, 1991).
Jim Wynorski ha dirigido algunas divertidas películas de serie B, pero lo suyo no es crear atmósfera o suspense ni nada por el estilo. La secuela parece hecha con aún menos dinero que la original, con unos efectos especiales bastante cutres y cansinos, así como unos maquillajes sin ningún interés. La historia sigue a Spike, de nuevo Pat O'Brien aunque ahora acreditado como Patrick O'Brien, que sigue acosado por el número satánico. Así se ve envuelto en una serie de asesinatos que son cometidos por un usuario de 976-Evil: el señor Grubeck (René Assa), el decano de la universidad. El número satánico le ha dado la habilidad de proyectar su cuerpo y matar en su forma espiritual. Solo Spike y la joven Robin (Debbie James) son los únicos que saben lo que sucede e intentarán detenerlo.
A pesar de algunos guiños para el fan y una escena bastante conseguida, 976-Evil II es bastante aburrida y plana. No hay nada que destaque en ella, con personajes típicos sin nada que los haga destacar. Es la película que podría haber sido la primera 976-Evil si hubiese sido rodada sin imaginación. Completamente olvidable.
El productor Joel Silver nos alegró los 80 produciendo grandes películas de acción, como La jungla de cristal (Die Hard, John McTiernan, 1988), Arma letal (Lethal Weapon, Richard Donner, 1987) y Depredador (Predator, John McTiernan, 1987). Fue precisamente en el set de Depredador que Joel Silver y el actor Carl Weathers empezaron a planear lo que acabaría siendo Acción Jackson (Action Jackson, Craig R. Baxley, 1988), una película de acción que homenajea la blaxpoitation y se ha convertido en una cinta de culto.
Jericho "Acción" Jackson (Carl Weathers) es un policía que perdió su licencia para llevar armas y degradado en rango por culpa de Peter Dellaplane (Craig T. Nelson). Dellaplane buscaba vengarse de Jackson después de que este enviara a su hijo a prisión. Ahora, Dellaplane tiene en marcha un plan criminal y, para quitarse a Jackson de encima, lo incrimina en el asesinato de su esposa. Jackson deberá demostrar su inocencia y detener el plan de Dellaplane antes de que salgan los títulos de crédito. Un argumento no muy original, pero eso es lo de menos. Aquí se viene por la diversión, las explosiones y las peleas, de lo que el film ofrece en cantidad.
Acción Jackson, como ya he indicado, fue una producción de Joel Silver, lo cual pesa más en la identidad del film que quién la dirigió. Silver se caracterizaba por películas de acción pasadas de rosca, exageradas y brutales, con un tono cómico que indicaba el espíritu de puro cachondeo con que se tenía que tomar el espectador la película. Silver produjó también Commando (Mark L. Lester, 1985), película con la que Acción Jackson tiene en común el estilo y el tono. También los actores secundarios, ya que Acción Jackson está plagada de actores y actrices de reparto que habían aparecido anteriormente en otras producciones de Silver, de ahí que tantos rostros resulten familiares al espectador si se es aficionado al cine de acción.
Joel Silver sigue produciendo películas, algunas muy buenas, pero Acción Jackson creo que marca el final de una era. De un tipo de película de acción que se solo se vio en los 80 del siglo XX, con personajes exagerados, coches que explotaban si se estornudaba fuerte a su lado, violencia gratuita y frases chistosas. Películas en las que, como sucede aquí, no basta con matar a alguien de un tiro en la cabeza, hay que dispararle con un lanzagranadas para que su cuerpo en llamas caiga desde lo alto de un edificio y atraviese el techo de cristal de un restaurante. Y esto sucede a los cinco minutos de empezar la película. Otro momento que muestra la esencia de este tipo de película es cuando Acción Jackson intenta atrapar a un asesino sujeto al techo del coche en el que huye el malo, esquivan un camión cargado de tuberías que explota en una enorme bola de fuego sin saber bien por qué, provocando la explosión de otros coches que simplemente estaban cerca. Esto seguido de una escena en la que el capitán de policía, interpretado por Bill Duke, llama a gritos a Jackson, del que solo vemos como cae el papel que sostenía antes de desaparecer, como si fuera un dibujo animado.
Este es el tipo de cinta de acción con el que crecí, igual que muchos de mi generación. Películas que no se tomaban en serio a si mismas, cómics hechos realidad cuyo único objetivo era entretener al espectador. Acción Jackson es el más puro ejemplo de este estilo de cine, 90 minutos de puro entretenimiento, diversión y mamporros.
Tras el éxito de The Blood Drinkers (Kulay dugo ang gabi, Gerardo de León, 1964), se decidió hacer otra película de vampiros que no era una continuación o secuela sino una película hermana, en la que repetían director y reparto en una nueva historia. Así nació Curse of the Vampires (Ibulong mo sa hangin, Gerardo de León, 1966).
Leonore (Amalia Fuentes) y Eduardo Escudero (Eddie Garcia) descubren que su padre ha mantenido encadenada en una catacumba a su madre (Mary Walter), una vampira sedienta de sangre. Una vez descubierto el secreto, no tardará en extenderse la maldición vampírica, poniendo en peligro a toda la comunidad.
Curse of the Vampires, como ya he dicho, mantiene algunas conexiones con The Blood Drinkers. Además del reparto y el director, también se mantiene el motivo de iluminar con luz roja a los vampiros, en este caso la matriarca Escudero. Pero el tono y el estilo son muy distintos. Curse mezcla el estilo de terror gótico con el culebrón, con una historia en la que se enfatiza la tragedia romántica de los protagonistas en una ambientación de final del siglo XIX. Los elementos góticos, su catacumba iluminada al estilo Mario Bava por ejemplo, apuntalan esta historia en la que el director aprovechó para introducir una sutil crítica del colonialismo. Andrew Leavold, experto en el cine de género filipino, explica en el comentario que hace sobre el film, incluido en el Blu-ray de Severin, que, por ejemplo, el hecho de que el servicio y los criados aparezcan maquillados con la piel oscura era un recurso para señalar las diferencias de clase. También se enfatiza la decadencia de la clase alta con abundantes referencias al incesto, de forma bastante directa en algunas escenas.
Con su estilo gótico colorido y su argumento de culebrón, Curse es una versión más exótica de las películas de vampiros al estilo Hammer que en los 60 del siglo XX eran muy populares. Una curiosidad que resultará atractiva a los amantes del terror gótico.