Los sectores más políticamente correctos de la crítica cinematográfica (tanto profesional como amateur) parecen considerar el género de la justicia vigilante o de la venganza como un subproducto fascista. Jesús Palacios en su artículo "Mía es la venganza es mía. Vigilantes y vengadores" (dentro del libro El thriller USA de los 70 -gracias a Evil E. que me hizo saber de su existencia), ya hace una adecuada argumentación sobre lo absurda que resulta esta noción, así que no me detendré mucho en ello, os recomiendo directamente leer el artículo, pero sí me gustaría hablar sobre la manera en que, desde mi casi nunca humilde punto de vista, debe o debería ser visto este género. Para ello me centraré en el clásico del género El justiciero de la ciudad (Death Wish, Michael Winner, 1974).
No he oído nunca a nadie descalificar o considerar fascista películas como Raíces profundas (Shane, George Stevens, 1953) o El jinete pálido (Pale Rider, Clint Eastwood, 1985) cuyos argumentos giran en torno a hombres que deciden tomarse la justicia por su mano. Muchos títulos del western giran en torno a desconocidos que llegan a una ciudad sin ley para acabar con los malvados a tiro limpio. Sin embargo, cuando una película de argumento parecido se sitúa no en las grandes planicies del oeste americano sino en un entorno urbano, la cosa cambia. Uno podría argumentar que el Salvaje Oeste era una época sin civilizar, mientras que en la actualidad ya existen recursos y medios para implantar justicia.
Pero lo cierto es que tanto si se ambientan en el Far West como en la actual Nueva York, estas películas sirven un mismo propósito. Un propósito que es mitad fantasía y mitad catarsis. No son películas políticas, todo lo contrario, son películas que sirven para complacer y dar gusto a cierta hambre de escapismo, además del efecto catártico producto de vivir en grandes ciudades, en las que el ciudadano se siente desprotegido en ocasiones. Pero la gran diferencia entre los westerns y las películas de justicia vigilante es que normalmente al protagonista de las segundas se le retrata como a una persona mentalmente inestable, mientras que el protagonista de las primeras es retratado como un héroe.
Fijémonos en Paul Kersey, el arquitecto convertido en justiciero al que dio vida el pétreo Charles Bronson. Al inicio de El justiciero de la ciudad es representado como un hombre pacífico al que no le gustan las armas y que cree que la delincuencia es causa de la pobreza y la desigualdad social. La cosa cambia, claro, cuando su familia es atacada: su esposa es asesinada y su hija violada. Al ver que los culpables quedan libres, poco a poco alimentará la idea de encargarse él mismo de los culpables. De paso, empezará a limpiar la ciudad de criminales.
Hay varios detalles que hacen esta película más interesante de lo que aquellos que la critican (muchos apostaría que sin haberla visto) dan a entender. Primero de todo hay que ser consciente del momento en que esta película fue producida en Estados Unidos, en un periodo histórico donde los índices de criminalidad eran muy altos, especialmente en la ciudad de Nueva York, que parecía casi el infierno en la Tierra (algo que explotó muy bien John Carpenter en 1997: Rescate en Nueva York (Escape from New York, 1981)). Por lo tanto, se ha de entender que en aquel momento había una sensación generalizada de inseguridad que hizo que ésta película fuera un éxito, así como las imitaciones y secuelas oficiales que la siguieron.
Sin embargo, lo que creo resulta más interesante que el aspecto social del film es la manera en que se caracteriza a Kersey y el arco que experimenta su personaje. Presentado en un principio como un liberal contrario a las armas, realiza un viaje a Texas, representada de manera que parece que sigue anclada en el Salvaje Oeste, y allí se le empieza a educar en el amor a las armas. Así, en un principio inseguro, poco a poco se le ve seducido por el poder que parece transmitir el tener un arma en la mano. Esta seducción y la manera en que se ve atraído por el arma hacen que el ataque a su familia parezca más una excusa que el motivo real por el que se lanza en su afán justiciero. Kersey le empieza a coger el gusto a matar gente y empieza a provocar situaciones que le permitan disparar a quien se le ponga por delante.
Como haría más tarde la interesante Ángel de venganza (Ms. 45, Abel Ferrara, 1981), en El justiciero de la ciudad su protagonista es representado como un psicópata. Una persona que tras experimentar lo que es matar a un ser humano, simplemente no puede parar. Por suerte para el resto de mortales, el objetivo de Kersey son los criminales. Así, Kersey se gana la simpatía de los ciudadanos de Nueva York mientras la policía trata de detenerle. Pero, ¿se gana las simpatías del espectador?
La película dirigida por Michael Winner parece oscilar entre convertir a Kersey en un héroe y criticar lo que hace. Esto me hace pensar que a Winner le daba bastante igual una cosa u otra y lo único que le interesaba era hacer una película entretenida. Brian Garfield, el autor de la novela en que se basa la película, declaró que la había escrito como un alegato contra la pena de muerte y que quedó horrorizado por la adaptación cinematográfica.
Teniendo en cuenta estas dos perspectivas, he de decir que como espectador Kersey tiene mis simpatías, aunque eso no quiera decir que no me parezca un psicópata, y las tiene porque este film me parece divertido. No me gusta porque esté a favor de la pena de muerte (no lo estoy, me parece abominable que haya gobiernos que la apliquen) ni porque crea que todos los criminales son escoria (no lo creo), me gusta porque es divertida. Es una ficción inofensiva que me permite vivir durante 90 minutos en un mundo de fantasía en el que un pirado se va cargando criminales de manera impune. ¿Quiere eso decir que tengo un sentido del humor enfermizo? Posiblemente, ya que también disfruto con otras películas del estilo como El exterminador (The Exterminator, James Glickenhaus, 1980).
Moralmente hablando, me parece más reprobable un film como Pretty Woman (Garry Marshall, 1990), con su exaltación del materialismo y su idealización de la prostitución, que una fantasía catártica como El justiciero de la ciudad. Pero me encantaría saber vuestra opinión al respecto.