Últimamente estoy siendo muy errático con esto del blog. La respuesta es bien sencilla: gripe. La que paso yo y la que ha pasado gente cercana a mí. Ahora mismo tengo más cuerpo de quedarme escuchando la mezcla 5.1 del Dark Side Of The Moon y tener una experiencia extracorporal que aburriros a vosotros con largas parrafadas sobre películas casi olvidadas. Es por eso también que este artículo aparece un poco más tarde de lo que habría tocado.
Como ya sabéis, o lo sabéis ahora, todas estas zarandajas de los premios (ya sea el Oscar, el Goya o el TP de Oro) me importan tres pimientos y medio porque no tienen ninguna importancia real artística, sirven un propósito puramente mercantilístico y publicitario. De la misma manera que películas modestas y sin recursos aprovechan los festivales de cine para obtener una proyección que de otro modo les sería difícil (o imposible) conseguir. No lo critico porque soy consciente que en muchos casos es la única manera que películas estupendas sin recursos tienen de promocionarse (esto no se aplica, obviamente, a los premios académicos). Si a la gente le hace gracia el "chou" y el glamour, pues que lo disfrute a tope. A algunos les gusta ver largas ceremonias, a otros les gusta que los aten a la cama y les fustiguen gritando: "chico malo, chico malo"; cada cual tiene sus gustos.
El hecho que no me interesen los premios, los nominados y demás no quiere decir que no me haga gracia observar las reacciones a posteriori de diferentes medios, periodistas y amig@s (aunque me doy cuenta que reírse de los demás es cosa de mala persona y apenas lo hago).
Una cosa que no entiendo, sin embargo, es que la gente utilice haber obtenido o no un premio para sostener que una película es mejor o peor que otra. Recuerdo que cuando Forrest Gump ganó el Oscar a la mejor película en detrimento de Pulp Fiction, varias amistades lo usaron como prueba de que Pulp Fiction era mucho mejor y no le habían dado el Oscar porque era rompedora y Forrest Gump era una "americanada" (las reacciones cuando señalaba que Pulp Fiction en el fondo tenía tantos elementos de americanada como Forrest Gump no fueron recibidos de forma positiva). De la misma manera, me intentaban justificar que Gladiator era una buena película porque había ganado un Oscar.
Para mí los premios no son un factor válido para juzgar una película porque en el caso de los festivales dependen enteramente de los gustos personales del jurado que varía cada año y en el caso de los académicos hay muchos casos de amiguismos (gente que vota a sus amigos sin tener en cuenta el talento de los demás) y en muchos casos no se han visto todas las películas en competición. Se otorgan, además, cuando hace relativamente poco que se han estrenado las películas y se carece de suficiente perspectiva como para juzgar todo el conjunto de lo producido en un año en particular (que, por supuesto, es el objetivo de los premios).
Este año también se ha dado un curioso fenómeno. Mientras por aquí se felicita todo el mundo del sabor europeo que han tenido los Oscars y se ha hecho despliegue de una actitud un poco pueblerina dándose todo el mundo palmadas en la espalda por los premios que se han financiado desde aquí -como cuando Antonio Banderas gana algo, que parece que medio país ha estado actuando con él en la película-; en Estados Unidos se comenta el hecho de que las películas más premiadas y más celebradas (La invención de Hugo y The Artist) han sido rotundos fracasos de taquilla (la primera) o no las ha visto casi nadie (la segunda). También me llama la atención como en las revistas de cine se dedican páginas a detallar las recaudaciones que ha obtenido cada film desde su estreno.
El hecho de que una película recaude más o menos dinero tampoco creo que sea un factor a la hora de justificar que una película sea buena o mala. Para empezar, a mí no me han gustado todas las películas que he ido a ver al cine, pero igualmente se contabiliza el dinero de mi entrada. Es decir, estas cifras sólo indican la cantidad de gente que ha ido a ver una película, algo que puede lograr una campaña publicitaria bien hecha: que te engañen para ir a verla. Por supuesto, el dinero es importante para los estudios, y del éxito de algunas películas depende que se hagan más de un mismo estilo. Aunque hoy día tampoco es así: cuando originalmente se estrenó El caso Bourne fue un fracaso de taquilla pero se hicieron las secuelas cuando se observaron unas espectaculares ventas de la edición en DVD.
Pero yo no soy una gran productora. A mí que una película recaude mucho o poco no me interesa. Ciudadano Kane, Blade Runner, El resplandor... La lista de films que fueron rotundos fracasos de taquilla en su momento y hoy son consideradas clásicas es muy larga. Y ahí realmente encontramos uno de los factores realmente objetivos a la hora de separar una buena película de una mala: el tiempo. Si pasan 30 o 40 o más años desde el estreno de una película y ésta se sigue viendo, desde luego -nos guste personalmente o no- esa película debe tener algo que la hace especial, que ha hecho que sobreviva cuando otras han sido olvidadas.
Pero, en el fondo, ¿qué más da si una película es buena o mala mientras nos guste? ¿Qué más da el dinero que haya recaudado mientras nos emocione? ¿Qué importan los premios que haya o no obtenido mientras nos haga disfrutar?
En el mundo de la música se conoce como One Hit Wonders aquellos artistas o grupos que tienen un gran éxito y luego simplemente desaparecen del mapa, ya sea porque el grupo se separa, el siguiente álbum resulta un fracaso, pasan a dedicarse a otras cosas o son abducidos por extraterrestres. En el cine se da algo parecido, diferenciado porque en ocasiones el éxito no va acompañado de esta única chispa de genio, con directores que estrenan una única película y luego desaparecen, directores que estrenan una genial primera película y luego su talento parace diluirse en producciones mediocres o directores que sólo consiguen hacer una buena película en toda su carrera.
Repasando la filmografía de Stephen Sommers, Deep Rising. El misterio de las profundidades (Deep Rising, 1998) destaca como un único, inspirado y mágico momento de genio por parte de Sommers que luego ha sido incapaz de repetir. Las tres primeras películas de Sommers son una anodina película de acción ambientada en el mundo de las carreras ilegales, Catch Me If You Can (1989), y un par de películas infantiles de aventuras, Las aventuras de Huckleberry Finn (The Adventures of Huck Finn, 1993) y El libro de la selva: La aventura continúa (The Jungle Book, 1994). Las películas que ha dirigido hasta ahora tras Deep Rising fueron las ruidosas La momia - The Mummy (The Mummy, 1999) y El regreso de la momia (The Mummy Returns, 2001), la inducidora al vómito Van Helsing (2004) y la retardada G.I. Joe (2009). Cuatro películas que se caracterizan por ser excesivamente largas, por tener unos efectos especiales de aspecto muy cutre a pesar de ser todas ellas superproducciones y por castigar al espectador con unos personajes insufribles.
Y en medio de todo esto, Deep Rising.
Un grupo de mercenarios son contratados para robar un lujoso y gigantesco transatlántico, pero cuando llegan allí descubren que todo el mundo ha desaparecido. Explorando el barco descubren a unos supervivientes y descubren, también, que ellos son las siguientes víctimas de unas extrañas criaturas que han infestado el lugar.
Con esta sencilla premisa, Sommers construye un entretenido film que mezcla el cine de aventuras, el terror y la más desmelenada serie B. Mantiendo todo el rato un tono que combina las escenas de suspense y terror con cierta ironía y toques de comedia, que indican al espectador que no se ha de tomar demasiado en serio la película y dejarse llevar.
Esto es lo que hicimos un amigo y yo cuando, un caluroso agosto de 1998, entramos a ver la película huyendo de las altas temperaturas y sin tener ni idea de lo que íbamos a ver. Fue toda una sorpresa, y bastante agradable. Con el tiempo, mi opinión sobre la película no ha cambiado. Fue de las primeras que compré en DVD (fue de las primeras que salió en DVD, quiero la edición en Blu pero ya) y no falla a la hora de entretenerme cuando necesito algo para pasar un buen rato.
Hay que destacar dos cosas de esta película de Sommers, sobretodo cuando la comparas con sus películas posteriores. Primero, el tono del film ya mencionado, que aquí funciona pero en las posteriores se hace algo pesado y excesivo en algunos casos (el niño de El retorno de la momia es bastante abofeteable) y, segundo, los efectos especiales. Deep Rising contó con un presupuesto que era mucho menos de la mitad de los presupuestos de sus siguientes películas, pero mientras éstas tienen un aspecto cutre y barato muy de los 90 (lo cual no deja de tener su mérito, en especial en casos como la insufrible Van Helsing, rodada en el 2004 con un presupuesto de 160 millones de dólares), los efectos de Deep Rising se mantienen bastante bien, especialmente en grandes momentos como la aparición de un tío medio digerido que todavía sigue vivo.
El argumento o la incapacidad de reconocer la ironía con que se cuenta (el doblaje no ayuda), ha hecho que cada vez que he recomendado ver esta película a lo largo de los años mi recomendación cayera en oídos sordos. Pero todo aquel que quiera disfrutar de una entretenida y divertida monster movie, con un buen reparto y una memorable criatura, que no busque más: Deep Rising es su película. Atención al genial chiste/guiño a las películas de monstruos japonesas antes de los títulos de crédito finales.
En los 80, el rock duro y el heavy metal habían caído en la horterada y el ridículo más espectacular. No todas las bandas, claro, pero sí un buen número de grupos, de lo que se llamó Hair Metal, parecen parodias de bandas de rock duro más que auténticas bandas. Paralelamente, en los 80 y en los primeros 90, se empezó a asociar heavy metal y rock duro con el cine de terror. Como resultado, se empezaron a estrenar películas que no eran musicales, a pesar de incluir alguna actuación musical, en las cuales una banda de heavy se veía inmersa en alguna trama terrorífica, ya fuera como víctima o instigadora. Inevitablemente, siempre se escogían por norma para estas películas las bandas más ridículas y cutres dando como resultado delirios kitsch como Hard Rock Zombies (Krishna Shah, 1985) o Shock 'Em Dead (Mark Freed, 1991). Aunque hay excepciones, como la genial y ya comentada aquí La puerta (The Gate, Tibor Takács, 1986), la mayoría son films horteras y muy, muy -involuntariamente- divertidos.
Para vuestro disfrute durante el fin de semana, he escogido dos de los títulos más ridículos y cutres del género, ambos dirigidos por John Fasano.
Empezamos con Rock 'n' Roll Nightmare (1987) (o Edge of Hell, el título que aparece al principio de la película), una leyenda en cuanto a cine basura y comedia involuntaria se refiere. La película fue escrita, producida y protagonizada por Jon Mikl Thor (¡THOR!), un culturista y aspirante a estrella de la música heavy canadiense. Desde luego, el look lo tenía, el talento... bueno, eso ya es otro cantar.
La película se rodó directamente en vídeo a lo largo de una semana con un micropresupuesto, y se nota. Después de que una familia muera devorada por unas criaturas demoníacas, la casa en que vivían permanece deshabitada hasta que The Tritons se presentan allí para grabar su nuevo disco. Extraños eventos tienen lugar, criaturas hacen su aparición y os podéis imaginar el resto. Bueno, de hecho, no podéis, porque el film culmina con uno de los finales más ridículamente gloriosos y tramposos que he visto, ilustrado con una épica batalla que me hizo caer al suelo de la risa.
Todas las interpretaciones son bastante malas. Los actores sueltan sus diálogos con la convicción de un grupo de teatro de instituto, con la excepción de Mikl Thor (¡THOR!), que ofrece una interpretación más o menos aceptable y que se convierte en sublime en el mencionado clímax. Los interpretes son tan buenos actores como músicos y los números musicales que interpretan los Tritons, cuyas canciones en realidad también fueron producidas por Mikl Thor (¡THOR!), hacen que los Spinal Tap parezcan los Rolling Stone.
Pero las malas interpretaciones van a la par de la pésima dirección de John Fasano, tremendamente estática y plana, a lo cual no ayuda un pésimo montaje que alarga el final de las escenas demasiado y se asegura que el film carezca por completo de ritmo. Eso sí, para el presupuesto que tenían, los efectos especiales y los maquillajes están bastante bien. Menos en el glorioso, glorioso clímax.
La película, como ya habréis deducido, es tan absolutamente mala que es buena. No cesa en ningún momento de provocar risas y carcajadas, ya sea por una particularmente mala interpretación o un giro absurdo de guion. Diversión asegurada en esta cutre-maravilla, que al parecer ha adquirido un estatus de film de culto y un buen número de fans a juzgar por la cantidad de extras que incluye su edición en DVD.
Una tranquila y soñolienta ciudad en la que nunca pasa nada se ve revolucionada de la noche a la mañana con la llegada de los Black Roses, un grupo de rock muy popular entre la población adolescente del lugar. La mala fama que precede al grupo hace que los padres intenten boicotear las actuaciones del grupo, hasta que descubren que no se trata más que de otra banda de rock con fama de malos chicos pero inofensivos. Lo que estos padres no saben es que cuando abandonan el concierto, los Black Roses se transforman en auténticos demonios que se dedican a lavarle el cerebro a los adolescentes que muy pronto empiezan a extender el caos. El único que parece sospechar que algo extraño sucede es el profe guay de literatura Matt Moorhouse (John Martin).
Desde la experiencia de Rock 'N' Roll Nightmare, Fasano parece que aprendió una o dos cosas sobre dirección y edición, porque Black Roses (1988) es mucho mejor técnicamente hablando: la dirección no es tan plana y el montaje parece que no quiere sabotear la película. Contar con un presupuesto más o menos digno representó también una mejora en cuanto a efectos especiales y maquillaje, que reconozco me gustaron mucho en esta película. Particularmente me gustó una escena en la que un padre es devorado por un altavoz diabólico a causa de la música endemoniada que suena en el maléfico tocadiscos.
Sí, habéis leído bien, en esta peli un hombre adulto es absorbido por un altavoz diabólico del que surge una bestia infernal: esta peli es así de buena.
Mientras que los aspectos técnicos están bastante cuidados y ejecutados profesionalmente, los aspectos de diversión y comedia involuntaria nos lo proporciona un torpe guion, que coge una idea divertida y la convierte en una historia ridícula, y una colección de interpretes que hace que todo resulte más inverosímil. No todos los actores son malos, ya que hay algunos secundarios que hacen un trabajo, digamos, profesional. La ineptitud interpretativa se centra en los adolescentes (con una media de edad entre los 25 y los 30 años) de la función, los cuales no resultan convincentes ni como adolescentes; y en Sal Viviano que interpreta a Damien, el líder de los Black Roses, al cual te dan ganas de abofetear en cuanto empieza a actuar.
Las pequeñas viñetas protagonizadas por los "adolescentes" poseídos, los números musicales, los efectos ochenteros, la banda sonora... todos son elementos que se suman y dan como resultado otra de esas maravillas que es "tan mala que es buena". La lástima es que había material para hacer una interesante sátira mezclando terror y humor negro, pero el talento de los implicados hace que tengamos que conformarnos con una película divertida por lo absurda y ridícula que es. Hortera y cutre pero entretenida.
Cuando hace un tiempo comenté en el blog la fantástica trilogía Red Riding, Alba editorial sólo había publicado los dos primeros libros del cuarteto escrito por David Peace en que se basó esta soberbia serie británica de indiscutible calidad cinematográfica. Este febrero por fin se ha publicado el cuarto título, 1983, quedando completa así la publicación de este genial cuarteto de novelas en castellano.
David Peace mezcla sucesos reales, el caso del destripador de Yorkshire, con ficticios para construir un épico y monumental relato que retrata unas instituciones corruptas que devorarán a los protagonistas de cada una de las novelas. Es por extensión también el retrato de una Inglaterra a las puertas de uno de los periodos más oscuros de su historia. Las políticas conservadoras -por decirlo suavemente-, que Margaret Thatcher llevaría al extremo una vez se convirtiera en primera ministro en 1979, crearon un clima de tensión que, como suele ser habitual, se tradujo en una fertilidad artística envidiable: el punk, series de culto como The Young Ones, el V de Vendetta de Alan Moore...
Periodistas y policías son los protagonistas principales de estas novelas, en las cuales Peace emplea un estilo basado el monólogo de la conciencia para absorber al lector y sumergirlo en una serie de personalidades obsesivas encaminadas hacia su propia destrucción o en busca de redención. Si bien este estilo se hace un poco difícil en la primera novela, una vez se le coge el gusto se leen de forma cada vez más rápida. La prosa de Peace es seca y directa, rozando la prosa poética en ocasiones, y contribuye a meternos de lleno en los terribles eventos que se despliegan ante nosotros.
De nuevo os recomiendo la genial serie británica, tres telefilmes de calidad sobresaliente, y los que ya la hayáis visto podéis disfrutar de toda la historia original por fin.
Modesty Blaise nació en 1963, año en que se empezó a publicar la tira diaria que creó el guionista Peter O'Donnell y que en un principio dibujó Jim Holdaway. En esta tira se cuentan las aventuras de Modesty Blaise, ladrona y espía, acompañada de Willie Garvin, en una mezcla de acción y aventuras con algún toque erótico (censurado cuando se publicó en Estados Unidos). La última de sus aventuras se publicó en el 2001, así que el personaje ha gozado de contínua popularidad en los paises en que se ha publicado.
En 1962 se estrenó una modesta producción de bajo presupuesto protagonizada por actores desconocidos que fue un gran éxito: Agente 007 contra el doctor No (Dr. No, Terence Young). Como ya sabéis, la película adaptaba una novela escrita por Ian Fleming, la sexta de la serie protagonizada por James Bond. El éxito de este film provocó que se empezaran a rodar continuaciones contando con un mayor presupuesto y puso de moda el género de los espías, en un momento en el cual la Guerra Fría se encontraba en uno de sus momentos más "calientes".
El éxito de la serie James Bond (cuyas tres primeras películas son de las tres mejores de toda la serie), y la gran popularidad de la tira Modesty Blaise hizo que en 1966 se pusiera en marcha una adaptación cinematográfica que aprovechara el tirón de las peliculas de espías y el tirón del personaje. Lo que parecía una apuesta segura y prometía ser un gran éxito.
Pero no fue así. No fue así para nada.
En un principio los productores encargaron el guion de la película al propio Peter O'Donnell. Y éste escribió un guion fiel a las aventuras que hasta entonces había escrito para la tira. Pero luego este primer guion fue reescrito y remodelado y nuevos borradores entraron en juego, de modo que el producto final no se parecía en nada a la fuente de origen, excepto por los nombres. El guion definitivo, o el que cuenta con créditos en el film, fue el de Evan Jones, quien convirtió la historia en una farsa que parodia el genero de espías pero que no resulta particularmente divertida o ingeniosa.
Luego Evan Jones escribió una película de espías "seria" mucho mejor: Funeral en Berlín (Funeral in Berlin, Guy Hamilton, 1966), la segunda aventura de Harry Palmer que protagonizó Michael Caine. Por su parte, a Peter O'Donnell se le pidió que escribiera una novela como parte de la campaña Modesty Blaise y venderla cuando se estrenase la película. O'Donnell escribió una novela que adaptaba el guion que él había escrito para la película. Este libro no sólo tuvo mucho más éxito que la película, además fue el inicio de toda una exitosa serie de novelas protagonizadas por Modesty Blaise, escritas por O'Donnell.
La película fue un desastre monumental. Tal vez no tan épico como la horripilante Casino Royale (Val Guest, Ken Hughes, John Huston, Joseph McGrath, Robert Parrish, Richard Talmadge, 1967), pero un señor desastre de tomo y lomo. Tanto Modesty Blaise como Casino Royale fueron películas hechas con gente de probado talento que intentaban parodiar las películas de espías (las de James Bond en particular Casino Royale), pero fallan ambas de forma tan increíble que se hace difícil de creer. Más increíble resulta tal vez en el caso de Casino Royale, ya que contaba entre sus muchos guionistas con el talento de Woody Allen, Billy Wilder, Terry Southern y el propio Peter Sellers.
Volviendo a Modesty Blaise, la película es bastante mala pero no por ello deja de ser entretenida, incluso masoquísticamente entretenida. Monica Vitti -cuyo acento italiano al hablar inglés es bastante sexy- era una gran belleza italiana y también tenía talento para actuar, Terence Stamp (que interpreta a Willie Garvin) es un gran actor, igual que Dirk Bogarde. El diseño del film, puro 60s pop, hace que entre fácilmente por los ojos. La dirección de Joseph Losey es muy dinámica y da con unos cuantos planos y enfoques bastante interesantes. ¿Cuál es el problema, entonces?
El principal problema de la película es un guion aburrido. Uno tiene la sensación de que a pesar de que la película dura casi dos horas no pasa nada digno de mención, sin mucha acción, cuyos intentos de comedia y humor no consiguen el efecto deseado: que el espectador se ría. Eso sí, hay un par de gags aislados que sí me hicieron reír (uno de los cuales aparecería luego desarrollado de nuevo en los films de Austin Powers). Pero un par de gags no salvan una película.
Actualmente la película se puede ver y "disfrutar" como pieza kitsch (incluso se proyectó en la Filmoteca de Barcelona), porque a pesar de lo insulso del guion, el resto funciona (más o menos) bien, así que a los amantes del camp es posible que les haga gracia. El personaje de Modesty Blaise fue adaptado un par de veces más: a principios de los 80 se intentó hacer una serie de televisión de la cual se rodó sólo el piloto y en el 2004 se hizo una película directa a DVD, My Name Is Modesty: A Modesty Blaise Adventure, dirigida por Scott Spiegel y "presentada" por Quentin Tarantino.
Creo que el cine es un tipo de arte corrupto y comprometido, una combinación de negocio y arte. Y creo que los cineastas que lo tratan simplemente como un negocio fallan. Una película orientada exclusivamente al negocio es demasiado vulgar. Tiene que tener algo más. Para mí, las películas exitosas son aquellas que son ligeramente corruptas, que intentan ser a la vez negocio y arte, sabiendo que no pueden ser completamente artísticas y que nunca deben ser sólo negocio.
Roger Corman.
Terminal Island (Stephanie Rothman, 1973) es Battle Royale (Batoru rowaiaru, Kinji Fukasaku, 2000) antes de Battle Royale y 1997: Rescate en Nueva York (Escape from New York, John Carpenter, 1981) antes de 1997: Rescate en Nueva York. Stephanie Rothman combina tópicos carcelarios y sátira en una entretenida exploitation con saludables dosis de desnudos y violencia.
Stephanie Rothman fue de las primeras directoras (y durante un tiempo casi la única) en trabajar dirigiendo películas exploitation, mientras en Hollywood las puertas seguían firmemente cerradas a las directoras, oportunidad que le fue dada por Roger Corman. La corta carrera de Rothman se caracteriza por dirigir películas dentro de géneros bien específicos pero a los cuáles les añadió un toque personal, que introducía en los guiones que coescribía, consistente en tratar temas de importancia social y añadir ciertas dosis de feminismo a los personajes y las historias. Ejemplos de este particular estilo de Rothman sería la anteriormente comentada aquí The Velvet Vampire (1971) o la primera película que estrenó la New World de Roger Corman (y primer gran éxito de la compañía) The Student Nurses (1970), en la cual trata el tema del aborto, entonces ilegal en Estados Unidos, el tipo de tema social que Hollywood, que avanza junto a los cambios sociales con la rapidez de un abuelo al que le han quitado su andador, no tocaba ni refería.
Terminal Island es la película más interesante de Rothman en este aspecto. Henry Jenkins, en su libro The Wow Climax: Tracing the emotional impact of popular culture, le dedica un capítulo a esta directora (Exploiting Feminism in Stephanie Rothman's Terminal Island) y trata, de forma más elocuente y articulada de lo que haré yo aquí, las contradicciones que presenta este film cuando comparmos la forma en que fue promocionado (ved el póster y el tráiler que tenéis abajo) con la película que el espectador se encuentra realmente. Tanto el póster como el tráiler enfatizan los aspectos más comerciales del film, la violencia y los desnudos, de un modo que atraiga al potencial espectador masculino, incidiendo no sólo en la "explotación femenina", también en la curiosa mezcla de racismo y exaltación racial que se daba en la blaxploitation. De hecho, durante décadas las mujeres y los afroamericanos fueron representados -cuando lo eran- desde la misma perspectiva: la del hombre blanco. Esta representación tópica fue progresivamente cambiando gracias a profundos cambios sociales y a las películas independientes y de bajo presupuesto, de nuevo: Hollywood no se adapta con la rapidez deseada a los cambios que se producen en la sociedad.
Sin embargo, el espectador que se adentra en Terminal Island se encuentra algo más interesante de lo que puede a parecer a simple vista desde el mismo momento que arranca la película. El argumento del film gira en torno a una supuesta abolición de la pena de muerte. En California, para ahorrar los costes que representaría mantener a un montón de presos y presas condenados a cadena perpetua, deciden crear una ley según la cual los condenados a la pena de muerte son exiliados y enviados a una isla, abandonados a su suerte y considerados legalmente muertos, en la cual de vez en cuando envían provisiones. En lugar de recurrir a un texto explicativo, la película, de forma bastante interesante y curiosa, nos pone en antecedentes utilizando un imaginado documental que están haciendo en una cadena de televisión sobre la isla. Las opiniones de los entrevistados, así como las actitudes de los periodistas y su jefe, nos ofrecen una divertida sátira de la televisión basura y el amarillismo periodístico, que sigue siendo bastante actual, a la vez que de forma rápida y atípica se nos presentan a los que serán los protagonistas de la película. Jenkins, en el artículo mencionado anteriormente, señala algo que no se me había ocurrido: este prólogo de la película sirve también como parodia de la propia creación del tipo de películas que se hacía en la factoría Corman, con el jefe haciendo de Roger Corman -aunque por entonces Rothman ya no trabajaba en la New World- y una periodista muy parecida a la propia Rothman encarnando a la directora.
Tras este prólogo arranca la historia con Carmen (Ena Hartman), una nueva prisionera abandonada en la isla. Carmen representaría al personaje tipo que Pam Grier encarnó en diversas películas de cárcel de mujeres. Muy pronto se encuentra con el doctor Milford (Tom Selleck) que le pone en antecedentes sobre la situación en la isla. Existen dos grupos: uno bien organizado y preparado, otro que sobrevive como puede. Carmen opta por ir al bien preparado, claro está.
Este grupo bien preparado es uno de los elementos más cargados de simbolismo y sátira, al tiempo que es el lugar en el cual las peores fantasías masculinas se representan, aunque retorcidas y deformadas. El campamento está dirigido por Bobby (Sean Kennedy), un psicópata sanguinario con una curiosa debilidad: le tiene miedo a la oscuridad. La mano derecha de Bobby y subordinado es Monk (Roger E. Mosley). Carmen se dirige a Monk esperando cierta simpatía al ser ambos afroamericanos, sin embargo Monk, por orden de Bobby, rápidamente somete físicamente a Carmen y establece su posición de dominio.
Carmen descubre entonces que las mujeres del campamento son encerradas en una porqueriza y sometidas a una doble esclavitud: por la mañana trabajando y encargándose de cocinar, por la noche obligadas a mantener relaciones sexuales con los prisioneros. Una situación que no hace muy feliz a Carmen, la cual enseguida se pone a idear planes para escapar.
No hay que ser un genio del subtexto para ver que este campamento brutal "de los malos" es una versión caricaturizada de la sociedad contemporánea. Bobby encarna al patriarca, el macho dominante por antonomasia, que en ocasiones actúa como un niño asustado.
Las cosas cambian cuando las mujeres, al estilo Rapto de las Sabinas, son liberadas y se unen al grupo más "desorganizado", a los débiles. Este grupo más igualitario, en el cual actúa como lider A. J. (Don Marshall), permitirá a las mujeres establecer relaciones de igualdad y también que se desarrollen sus habilidades e intelectos. Carmen fabrica veneno para usarlo como arma contra el grupo de Bobby y Lee (Marta Kristen) descubre la manera de hacer pólvora y comanda a los hombres de manera que consiguen varias armas explosivas. Por otro lado, Joy (Phyllis Davis) decide con libertad que hacer con su cuerpo y con quién hacerlo, en lugar de verse sometida al capricho de los hombres.
La película pasa a centrarse entonces al enfrentamiento entre ambos grupos, o lo que es lo mismo: el enfrentamiento simbólico entre la sociedad tradicional patriarcal y una nueva sociedad ideal sin prejuicios raciales o sexuales. Todo esto se hace dentro de los confines del estilo exploitation de puro entretenimiento, manteniendo entretenido al espectador con diversas escenas de acción y desnudos.
Terminal Island es un ejemplo de arte subversivo, o cine "corrupto" como diría Roger Corman, por la manera en que utiliza los tópicos para atraer a los espectadores, al tiempo que subvierte y desmonta esos mismos tópicos. Lo hace, además, sin olvidar que el objetivo principal del film es entrener, algo que consigue de principio a fin. Edición en DVD de Code Red.
Una tranquila tarde de marzo en la Universidad de Barcelona, facultad de filología. Los estudiantes que venían de Dinamarca, Rusia o Noruega ya iban vestidos como si fuera verano, para el resto el invierno empezaba a morir pero la primavera todavía no daba señales de vida, ni lo haría por un tiempo. Llegué a la universidad del trabajo a la una y media, fui a comer y me preparé para ir a clase.
Terminó la primera clase de la tarde y empecé a recoger mis cosas para irme a la segunda y última clase que tenía aquel día cuando una hermosa chica me preguntó: "¿Qué te pareció la peli que pusieron en vanguardias?"
Yo me había fijado antes en ella. Con una llamativa melena pelirroja que parecía sacada de un cuento de Robert E. Howard y una belleza que parecía más adecuada que apareciese fumando al lado de Humphrey Bogart en blanco y negro que vestida con una camiseta de Nirvana y tejanos, por supuesto que me había fijado en ella. Lo que me dejó alucinado es el hecho de que ella se hubiese dado cuenta de que compartíamos dos clases. De que martes y jueves íbamos a las mismas clases. Ella se había dado cuenta de que yo existía, un hecho que mi cerebro empezó a repetir sin parar como si fuese un adolescente (no uno de verdad, sino de esos que salen en las comedias y pelis de terror americanas). La película por la que me preguntaba era El arte de estrangular de Terry Zwigoff, cuya primera mitad habíamos visto el martes en Vanguardias del siglo XX, una de las dos asignaturas que compartíamos, y de la cual hoy veríamos la segunda mitad.
-Me pareció que estaba bien. Es una de las pocas veces que he tenido la sensación de que sabía más sobre el tema que la profesora.- Admito con cierta vergüenza que dije y procedí a explicar que la película se basaba en un cómic de Daniel Clowes, autor que conocía bastante. Fue la respuesta adecuada, ya que resulta que era ella la que le había llevado la película a la profesora para verla en clase y comentarla. De modo que empleamos el cuarto de hora académico entre clases para hablar de cómic underground, del punk y la música de los setenta. Nos sentamos juntos en Vanguardias del siglo XX y cuando terminó la clase continuamos hablando toda la tarde. Hablamos como si ya nos conociéramos desde hacía mucho.
Me dijo que se llamaba Carlota.
Las cosas entre Carlota y yo fueron bastante rápidas. En nuestro primer encuentro la acompañé a su casa, vivía al lado de la universidad, y al despedirnos me dijo que al día siguiente había quedado con unos amigos y si quería venir. Le dije que sí, claro. Aquel viernes terminó con ella y yo de nuevo juntos en la portería de su casa, aunque esta vez nos enrollamos en el portal en lugar de despedirnos de forma amistosa como la vez anterior. Sus padres estaban en casa, así que la cosa no fue a más. El lunes quedamos para comer juntos antes de ir a clase y yo volví a casa muy excitado y sin poder ocultarlo, como decían The Pointer Sisters.
Aquel lunes no rendí mucho en el trabajo, mi mente estaba demasiado ocupada pensando en lo que posiblemente sucedería en unas horas. Desnudez, caricias, sexo. Al mismo tiempo ideaba un plan para no parecer demasiado ansioso, que no pareciera un "hola, ¿vamos a follar?" aunque fuera lo que ambos teníamos en mente. Eso sin mencionar cierta inseguridad y nerviosismo. Pero cuando finalmente se acabó la jornada laboral y llegué a su casa tras un paseo de unos diez minutos, toda preocupación y nerviosismo y ansiedad pareció evaporarse cuando sonriendo me abrió las puertas de su casa. La seguí por el pasillo hasta el comedor donde la comida estaba ya preparada. Había pedido comida japonesa y había confiado en que sería puntual para que no nos la comiéramos fría. Por supuesto, con el sushi se habría sorteado cualquier problema de frialdad alimenticia provocado por un insospechado retraso. Nos sentamos a comer, comentando "cómo ha ido el trabajo" y "qué tenías esta mañana de clase".
-¿Conoces los Glasvegas?
-¿Glas...? No -admití.
-Uy, ya verás. -Se levantó y volvió con un CD que puso en el equipo de música. La portada tenía un dibujo de trazos blancos que parecía una ciudad bajo un cielo creado a partir de curvas como si fueran olas sobre un fondo negro. Empezó a sonar la primera canción.
-Pensé en ellos cuando me dejaste el disco de las Shangri-Las. Creo que comparten la misma sensibilidad melodramática, aunque con estilos musicales diferentes. Es decir, no se parecen en nada musicalmente hablando pero como que se conectan en el fondo.
-Bueno, a mí siempre me ha llamado la atención como son bandas del estilo de New York Dolls o The Damned, incluso Burning hicieron una versión en castellano de una de sus canciones, las que hacen referencias a las Shangri-Las, cuando son estilos que en un principio parecerían opuestos. Y me parece que es la mezcla entre el estilo pop y el melodrama desatado de sus canciones lo que las hace atractivas. Eso y que en las canciones de las Shangri-Las se muere más gente que en una del Tarantino. Y eso se mezcla con cierta ingenuidad y alegría adolescente.
Y así siguió la conversación, nada realmente interesante excepto para nosotros. Terminamos de comer y recogimos la mesa. Me enseñó la casa y lo último fue su habitación. Antes de entrar sentí cierta inquietud. Inquietud que en aquel momento asocié con los nervios y la inseguridad que mencioné antes, aunque ahora creo que era mi sentido arácnido avisándome de la desgracia que acechaba.
La habitación no era muy grande y estaba atestada de fotos, recuerdos, libros y CDs. Carlota señalaba aquí y allá algún recuerdo importante para ella o alguna foto curiosa. Se sentó en la cama y yo a su lado. Tras un momento de silencio, al parecer siguiendo un impulso, Carlota cogió un libro que tenía en un pequeño estante encima de la cama y dijo:
-Mira, ¿te lo has leido? Es mi libro favorito.
Le dije:
-Nno, no lo he leído.
Pero por supuesto que había leído _______________ y me había parecido un montón de basura. Una mierda, lo peor que se había publicado nunca. ¿Cómo podía haberle gustado semejante bosta literaria? No sólo gustado: era su favorito. Su favorito. Su favorito.
Me quedé un poco descolocado. ¿Me habría equivocado completamente con ella? ¿Podía realmente involucrarme emocional y físicamente con una persona a la que le gustaba esa pobre excusa de libro?
Al menos parecía que físicamente sí que podía liarme con ella, ya que, mientras mi mente daba vueltas pensando en cómo era posible que cualquier persona con un mínimo de gusto y sentido común le gustase esa mierda de libro, habíamos empezado a enrollarnos, estirarnos en la cama y quitarnos la ropa.
Después, abrazados en la cama, podía notar el peso del libro sobre mí. Su lomo asomaba ligeramente, se distinguía perfectamente, y yo sabía que se estaba burlando de mí. Carlota se estiró, como una gata.
-Ay, que mandra me da ir ahora a clase. ¿Por qué no nos quedamos aquí el resto de la tarde?
Porque me siento sucio y decepcionado, pensé.
-Me encantaría, pero tengo que entregar un trabajo. Además, ¿no han de venir tus padres?
-Es verdad. Bueno, pues nada, a la uni.
Desde entonces, todo lo que Carlota decía y opinaba estaba manchado por el hecho de que ____________ era su libro favorito. Era incapaz de respetar nada de lo que me dijese. Por supuesto, pensé que lo mejor era cortar, no podía seguir adelante con la relación. Y lo habría hecho si no fuera porque me había vuelto adicto a su cuerpo: el sexo con ella era increíble. Y me da vergüenza admitirlo, pero llegados a este punto o lo confieso todo o no vale la pena esta humillación, también me gustaba la sensación de pasear con ella por la calle y que otros hombres me mirasen con envidia al pasear con semejante belleza al lado.
Al cabo de un par de semanas de que lo hiciéramos por primera vez me trajo el libro cuando nos vimos en la uni.
-Me dijiste que no lo habías leído y es un libro que me apasiona. Para mí que es hasta mucho mejor que La broma infinita. En fin, te lo traigo para que te lo leas.
¡¿QUE?! La broma infinita de David Foster Wallace es uno de MIS libros favoritos y es una OBRA MAESTRA. ¿Cómo lo puedes comparar con una novelucha que es una mierda pinchada en un palo?
-Ah, muy bien. Lo leeré a ver qué tal está.
Durante la siguiente semana, ya que ella sabía que no tardaba mucho más de una semana en leerme un libro, menos si no llegaba a las 400 páginas, tuve que llevar el libro conmigo a todas partes y fingir que lo leía. Claro, que eso siginficaba que tenía que volver a leerlo, por lo menos algunas páginas, para comentarlo con Carlota y que no se diera cuenta de que odiaba el dichoso libro con toda mi alma. Tenía que tener cuidado ya que muchas veces comentábamos el libro desnudos en su cama y no quería que aquellas sesiones terminaran. Además, era obvio que el libraco de marras era importante para ella y tampoco quería herirla innecesariamente.
Igual que el demente protagonista de El corazón delator de Poe no dejaba de oír el latido del corazón del benefactor al que había asesinado a través de las tablas del suelo, no dejaba de sentir la sombra del libro flotando sobre nosotros. Cada día que pasaba odiaba más y más aquel libro que reflejaba mi propia mentira. En realidad, todas las mentiras y las actitudes hipócritas que había mantenido a lo largo de mi vida hasta entonces era ejemplificadas por la forma en que seguía manteniendo la relación con Carlota a pesar de que ya no sentía ninguna afinidad ni conexión con ella. Todo por seguir disfrutando de maravillosas sesiones sexuales, las cuales eran seguidas de largas horas de sentirme sucio y culpable, como si fuera un masturbador crónico.
La hostilidad y odio hacia el libro llegaron a su momento álgido una noche que Carlota organizó una cena en su casa aprovechando que sus padres se habían ido de fin de semana. Era una cena pequeña, ella, yo y una pareja de amigos solamente. Yo no comía mucho, las ondas radioactivas que manaban del libro y flotaban por toda la casa me habían quitado el apetito, pero el resto comía y estaba enfrascado en la conversación, disfrutando de la velada.
Hacia la mitad de la cena me levanté para ir al lavabo. Cuando terminé de aliviarme la vejiga y volvía al comedor me detuve frente a la habitación de Carlota. Abrí la puerta y allí estaba triunfante el puto libro. Entré y cerré la puerta silenciosamente. Cogí el libro y lo abrí por el centro. Lentamente, arranqué un par de páginas. Luego, dos más: una del principio y otra del final. El alivio y la felicidad me inundaron. Aquella pequeña venganza sobre el libro me había hecho sentir bien de una manera que no había sentido en mucho tiempo. No podía arriesgarme a tirar aquellas páginas en la papelera de metal que había en el suelo de la habitación, así que me desabroché los pantalones y me metí las páginas de modo que se aguantaran sujetas con los calzoncinllos pero sin que hicieran bultos, cosa que me recordó cuando era adolescente y me compraba una revista porno y la escondía de la misma manera al meterla en casa para que no la viera mi madre. Me preocupaba ligeramente que alguien se diera cuenta del ruido que hacían las páginas al rozarse con mi piel, pero nadie pareció darse cuenta.
Disfruté enormemente el resto de la cena. Las páginas las tiré al váter del lavabo de un bar al que fuimos luego. Luego caí que podría haberlas tirado al váter en casa de Carlota.
Aquel acto liberador se convirtió en una costumbre. Cada vez que podía, arrancaba unas cuantas páginas del libro. Mi relación con Carlota mejoró enormente. Incluso la situación global política del mundo, hasta entonces llena de guerras civiles y atentados, mejoró sustancialmente, estoy convencido que gracias a la felicidad que irradiaba de mí.
Pero nada dura eternamente. Llegó un punto en que no podía arriesgarme a arrancar más páginas o Carlota se daría cuenta de que su libro estaba adelgazando más rápido que una famosa después de dar a luz. La solución era fácil: comprar otro ejemplar del mismo libro. No fue difícil de encontrar, la mierda vende mucho, lo que fue más difícil fue envejecer el libro de manera que no pareciera lo que era: nuevo.
Durante unas semanas me dediqué a llevarlo siempre en la bolsa donde llevaba mis cosas, para que se viera un libro viajado, y antes de dormir lo sobaba y abría el libro para arrugar el lomo, para que se viera un libro leído. Cuando consideré que podía pasar por el mismo ejemplar que Carlota tenía en casa me dispuse a hacer el cambiazo.
El día que escogí fue un miércoles. Acabamos las clases y la acompañé a casa. Era tarde y sus padres estaban en casa, así que era cuestión de entrar y salir, nada de sexo o salir a tomar algo aprovechando que al día siguiente no había clase o trabajo. Fue muy fácil, mientras ella saludaba a su madre yo hice el cambio rápidamente y sin problemas.
Al cabo de un rato de charla, me levanté para irme. Me despedí de sus padres y ella me acompañó a la puerta. Nos despedimos y cerró la puerta. Yo me quedé un momento parado, pensando lo bien que había salido todo. Ella no se había dado cuenta de nada. Entonces saqué su ejemplar de mi bolsa, arranqué unas cuantas páginas más y lo dejé en el suelo, apoyado contra la puerta del piso en que vivía, de modo que cayera a los pies de la primera persona que abriera la puerta.
A la noticia de la próxima edición en Blu-ray de Rolling Thunder (John Flynn, 1977) y del díptico demónico de Lamberto Bava, le podemos añadir que desde hace unos meses está disponible una fantástica edición en Blu-ray del clásico ¿Qué sucedió entonces? (Quatermass and the Pit, Roy Ward Baker, 1967), mi favorita de las películas y series protagonizadas por el profesor Bernard Quatermass.
Quatermass nace de la fértil imaginación del clásico guionista Nigel Kneale, que lo convierte en el protagonista de la serie The Quatermass Experiment en 1953, interpretado por Reginald Tate y de la cual en el 2005 se hizo un remake. La serie narra como un experimento con cohetes tiene un giro inesperado cuando el astronauta superviviente empieza a transformarse en... algo raro. El éxito de la serie facilitó que se hiciera una segunda, Quatermas II, en 1955, esta vez John Robinson sería el profesor Quatermass. Ese mismo año la Hammer estrena El experimento del Dr. Quatermass (The Quatermass Xperiment, Val Guest), adaptación cinematográfica de la primera serie, en la cual Quatermass sería interpretado por Brian Donlevy. En 1957 llegaría la versión cinematográfica de la segunda serie: Quatermass 2 (Val Guest), en la cual el profesor descubre una terrible conspiración alienígena que planea dominar la Tierra. En 1958 se emitió la tercera serie, Quatermass and the Pit, con André Morell en el papel de Quatermass, y en 1979 se emitiría la última serie original protagonizada por el personaje: Quatermass, con John Mills interpretando al profesor. Esta cuarta serie no tuvo adaptación cinematográfica pero fuera de Inglaterra se estrenó en cines una versión condensada con el título The Quatermass Conclusion (Piers Haggard).
A estas series y películas se han de añadir seriales radiofónicos y en la prensa, así como novelizaciones protagonizadas por el personaje. Un personaje muy influyente en la ciencia-ficción, en series como Doctor Who, y a quién John Carpenter homenajeó utilizando el pseudónimo Martin Quatermass cuando escribió el guion de El príncipe de las tinieblas (Prince of Darkness, 1987).
Entre la emisión de la serie original y el estreno de ¿Qué sucedió entonces? pasaron nueve años. Este periodo tan largo, si lo comparamos con las adaptaciones de las dos series previas, se debe a la insatisfacción de Kneale con las películas que se habían hecho hasta el momento, especialmente por la elección de Brian Donlevy como el Quatermass cinematográfico. Aquí no le falta razón a Kneale, Donlevy parece un fanático enfebrecido en lugar de alguien simplemente apasionado por su trabajo y la ciencia. El Quatermass de Andrew Keir es más equilibrado y se hace más simpático al espectador, además de demostrar una sana pasión por la ciencia y por realizar nuevos descubrimientos en lugar de parecer un maníaco. Teniendo en cuenta la excelente interpretación de Keir, me sorprendió saber que el actor no había sido la primera opción de los productores y del director, sino la segunda, cosa que no le hizo mucha gracia a Keir. A pesar de ello, como digo, su interpretación es muy buena.
La historia de ¿Qué sucedió entonces? arranca cuando se descubre, mientras se hacen obras de remodelación en una parada de metro, un extraño objeto que primero se toma por un proyectil perdido de la IIª Guerra Mundial. Muy pronto se descubre que el objeto es algo mucho más extraño y misterioso, por lo cual se llama al profesor Quatermass para que intente averiguar qué es ese misterioso objeto. Quatermass pronto descubre que se trata de una nave espacial, que se estrelló hace miles de años, y cuya presencia ha afectado y aterrado a los buenos ciudadanos de Londres desde hace siglos. Los restos de la nave parece que no están muertos del todo, así que Quatermass debe encontrar una manera de acabar con los extraterrestres antes de que estos acaben con Londres y, luego, el mundo.
Lifeforce - Fuerza vital (Lifeforce, Tobe Hooper, 1985), la novela de Stephen King Tommyknockers o la serie de televisión Expediente X (The X Files, 1993-2002) son sólo algunos de los ejemplos de la influencia de esta película dentro del género. Y es normal, porque es un film redondo de principio a fin. Empezando por la primera parte de la historia, en la que se investiga el descubrimiento hecho en el metro de Londres, y se enlaza con los diferentes fenómenos paranormales y leyendas que se originan en ese punto geográfico, y pasando luego a la segunda parte con la posesión mental de los tranquilos londinenses por parte de las entidades extraterrestres en teoría muertas y las escenas de caos y pánico.
Uno de los indicadores de lo bien hecha que está la película es que, a pesar de las veces que el argumento del film ha sido copiado, homenajeado, imitado o tratado, sigue resultando fresca e interesante al espectador. O al menos para este espectador que escribe. Kneale desarrolla de forma impecable el argumento, dando nuevas sorpresas y giros al espectador, mientras que Ward Baker hace gala de su mano experta como director de la Hammer a la hora de orquestrar eventos terroríficos y de índole fantástica.
En otras palabras, un clasicazo de la ciencia ficción de agárrate y no te menees.
En el 2006 se estrenó Hatchet de Adam Green. En su momento ya la comenté aquí, mi opinión no ha cambiado desde entonces a ahora que la volví a ver antes de ver la secuela: es un slasher divertido, gore y bastante entretenido. Ahora, ¿la secuela está a su misma altura?
Hatchet II (Adam Green, 2010) es una muy buena secuela, principalmente porque estaba planeada desde el principio. Cuando Green hizo la primera entrega, tenía muy claro lo que quería para la segunda, la historia que contaría y los personajes que aparecerían en ella, así que la primera fue escrita y rodada teniendo en mente la segunda parte, de ahí el cameo de Tony Todd que en la segunda es uno de los protagonistas y otros detalles narrativos que se insinúan en la primera y se explican/expanden en la segunda, además de por qué termina cómo termina la primera.
Ambas películas funcionan como una sola, Hatchet II empieza en el mismo momento exacto en que terminó la primera y continúa a partir de ahí, es la misma historia (por eso recomiendo ver las dos seguidas). La misma historia pero argumento diferente: Marybeth (Danielle Harris) escapa por los pelos de Victor Crowley (Kane Hodder) para volver armada con un grupo de cazadores para vengarse del monstruo. La película tiene a su favor una historia más compleja que la primera, cuyos detalles está claro que no he especificado aquí para no arruinarle la película a nadie, es más oscura y ya no cae tanto en la comedia. Hay muchas muertes, muy espectaculares y el reparto está bastante bien. La película tiene sólo dos puntos negativos al compararla con la primera: Tamara Feldman, que interpreta a Marybeth en la primera, no pudo repetir en la segunda porque estaba trabajando en televisión y fue sustituida por Danielle Harris. Harris tiene una gran base de seguidores y fans por su trabajo en el cine de terror en Estados Unidos, es como una nueva Scream Queen, pero personalmente prefería la presencia de Feldman, no porque fuese mejor actriz (que algo de eso hay) también porque es más alta y tiene un aspecto más duro y creíble que la pequeña Harris, pero esto es sólo un gusto personal. El otro punto negativo es que mientras que Green evitó en la primera caer en tópicos y lugares comunes con cierta gracia, aquí utiliza el viejo recurso de "separémonos para cubrir más terreno", en una maniobra que simplemente parece destinada a que se muera más gente en la segunda, y le quita el suspense y juego de la primera. No hay construcción antes de los asesinatos: aparecen los personajes y son asesinados al segundo, hasta que quedan los principales y la película vuelve a avanzar. Pero, a pesar de todo, es un film que resulta entretenido y divertido, una digna secuela.
Hasta aquí lo que podría interesar sólo a los seguidores de estas películas y género, porque algo sucedió durante el estreno de Hatchet II que merece ser considerado y comentado.
Tras la censura severa a la que fue sometida la primera entrega, Green no tenía ánimos de pasar de nuevo por lo mismo con la segunda. La censura perjudicó la primera película ya que, como explica el director, varió el tono del film. Al reducir y acortar las muertes, pierden la cualidad cómica exagerada que se buscaba y se vuelven muertes más serias y mediocres, a pesar de que se corten solo unos minutos o segundos cambia la manera de ver la película. Es como doblar una película, parece que no afecta mucho pero lo cambia todo.
Green consultó entonces con la productora que había financiado la película si sería posible estrenarla sin censurar ya que el órgano censor MPAA les estaba dando bastantes complicaciones. Dark Sky tenía buenas noticias: la cadena de cines AMC tenía un programa de cine independiente y había aceptado estrenar el film sin censurar, algo que no sucedía en Estados Unidos desde hacía 25 años.
Este hecho llamó la atención de los medios que convirtió en un film polémico esta película, algo que realmente no le favoreció como veréis. La no deseada atención que había recibido la cadena de cines hizo que presionara a Green para que dejara de comentar el hecho, algo a lo que Green accedió.
Todo parecía fantástico, ¿verdad? Y lo habría sido si no fuera porque la noche del estreno, las personas que querían ver Hatchet II, tenían que pasar por una serie de controles absurdos, añadidos a las dificultades de ver en qué sala y cine daban la película. Lo peor es que, sin avisar, la película fue retirada al cabo de 72 horas de las salas.
¿Por qué fue retirada tan súbitamente? La cadena AMC alegó razones económicas: la película no era rentable, aunque teniendo en cuenta lo difícil que era encontrar y acceder a una sala donde se proyectara la película y que sólo habían pasado 3 días desde su estreno resulta difícil de creer. Más teniendo en cuenta que mucha gente acudió a los cines y se encontró que la película había sido súbitamente retirada. Eso sin mencionar que con un presupuesto que no llegaba al millón de dólares, la película había empezado a dar beneficios de forma inmediata.
Parece más factible que la polémica por el hecho de estrenar la película sin censurar y presiones de la propia MPAA sean las verdaderas causas de aquella súbita retirada. La película no ha tenido problemas fuera de América y no se trata de un film perturbador ni de mal rollo como The Human Centipede (First Sequence) (Tom Six, 2009) o la infame A Serbian Film (Srpski film, Srdjan Spasojevic, 2010), el objetivo de ambas Hatchet es pasar un rato de sangrienta diversión. Siendo "diversión" la palabra clave, recuperando un estilo que se hizo popular en los 80.
En otras palabras, Hathcet II es un film inofensivo. Divertido, gore y bien hecho, pero inofensivo. Lo cual hace más extraño que sea atacado de esta manera, lo cual deja como una conclusión que se puso en el punto de mira al querer ser estrenado sin ser censurado.
Si os gusta el slasher y el terror, recomiendo Hatchet II para pasar un buen rato. Y, repito, la disfrutaréis más si la veis después de ver la primera entrega (ambas son bastante cortas y se pasan rápido).
Voy a ser (casi) completamente honesto con vosotr@s, cuando Los soñadores (The Dreamers, Bernardo Bertolucci, 2003) se estrenó no me interesó demasiado. Sí, sabía que los eventos de Mayo del 68 tenían importancia en la trama. Sí, sabía que había referencias cinematográficas y homenajes a lo largo de toda la película. Y sí, sabía que había un alto grado de erotismo en el film, una amiga que la había visto me dijo entre sorprendida y divertida que a la actriz principal "se li veu tota la patata". A pesar de todo, la película simplemente no me había interesado.
Y resulta que fui al cine a ver Casino Royale (Martin Campbell, 2006) y me quedé prendado de la actriz Eva Green, particularmente por una escena en la que sale sin maquillar. Fue entonces que empecé a mirar que otras cosas había hecho Green y me tropecé con Los soñadores. Ya sé, ya sé, no es la mejor razón del mundo ver una película, simplemente porque te atrae un actor o una actriz. La verdad es que no necesito razones para ver o no una película, una parte de mi cerebro se despertó y me indicó que era el momento de ver Los soñadores, puede que usara Eva Green como excusa para hacérmela ver aunque normalmente sólo tengo la necesidad irracional de ver una película en un momento dado, el resultado final es el mismo: he visto la peli y me ha gustado.
La mayoría de críticas y comentarios hablan sobre Mayo del 68 y el homenaje al cine cuando hablan sobre esta película como si fuera lo único importante. En realidad, Mayo del 68 y los eventos que llevaron a ese momento es simplemente el periodo histórico en el que tiene lugar la historia principal, la ambientación, y no se puede decir que juegue realmente un papel importante, exceptuando al principio (cuando se conocen los protagonistas) y al final, pero nunca sin llegar a ser el centro. Los tres protagonistas son amantes del cine, así que los homenajes y referencias cinematográficas forman parte de la construcción de los personajes, tampoco son su centro ni su objetivo.
Aunque como digo no son el centro ni donde realmente radica lo que me interesó de esta película, llama la atención como el director Bertolucci introduce de forma cinematográfica las referencias ya presentes en el guion de Gilbert Adair, basado en su novela (publicada por Alfaguara). Bertolucci recrea la época sin ser fiel al 100% a los eventos, es decir, cambia hechos y lugares para adecuarlos a la narrativa cinematográfica, pero al mismo tiempo alterna la recreación con imágenes de archivo. Al principio, intercala las imágenes rodadas por él con las imágenes de archivo utlizando a las mismas personas: vemos a Jean-Pierre Kalfond y a Jean-Pierre Léaud cuando fueron filmados en el 68 leyendo una declamación y cómo son en la actualidad filmados por Bertolucci leyendo la misma declamación. Esta manera de mezclar, si se me permite, verdad y mentira me resultó muy curiosa e interesante. De la misma manera, la forma en que se alternan las escenas recreadas por los protagonistas con las escenas auténticas de las películas contribuyen a crear un interesante tapiz narrativo.
El centro del film, lo realmente interesante, es la relación que se establece entre el joven americano recién llegado a París Matthew (Michael Pitt) y los hermanos franceses Isabelle y Theo (Eva Green y Louis Garrel). Lo que empieza como una relación de amistad nacida por el común interés por el cine, evoluciona a través de una serie de juegos en una triangular relación amorosa y sexual. Encerrados en un apartamento, los tres crean su propio y aislado mundo, un poco como los protagonistas del clásico de Bertolucci El último tango en París (Ultimo tango a Parigi, 1972).
En un principio, Matthew parece inexperto e ingenuo comparado con la cosmopolita e intelectual pareja que forman Theo e Isabelle. Sin embargo, poco a poco Matthew se revela como la persona más madura e intuitiva de las tres, ya los hermanos se hayan atrapados en una relación de dependencia incestuosa que les impide madurar y avanzar. La perspicacia de Matthew no se verá bien recibida, obviamente, causando tensiones en la relación.
Estos juegos entre los tres y la manera como cambia y evoluciona la relación hacen que el film sea un interesante y obsesivo drama. Es este retrato de Matthew, Theo e Isabelle lo que hace que la película valga la pena de ver y tenga algo de sustancia, más que las referencias históricas y cinematográficas. Es por este aspecto dramático por el que recomiendo ver el film a quién no lo conozca, más que las referencias y la interesante manera de mostrarlas. Mi único "pero" a la película es la algo tópica banda sonora de los sesenta, que creo no representa la variedad y riqueza de entonces.
Frank Henenlotter es un genio. Un genio y un auténtico autor criminalmente infravalorado y a menudo malinterpretado. No sólo por aquellas personas que prejuzgan las películas y desprecían cualquier cosa que no entre dentro de lo que ellos/as creen es cine "de verdad" -no hay peor ciego que el que no quiere ver-; también por muchas personas a quienes sí les gusta lo que han visto, pero se toma por una simple comedieta con sangre que no merece mucha más consideración. Parece un cliché pero es cierto, la gente tiene tendencia a infravalorar y no apreciar artísticamente una película que les hace reír, como si fuera algo fácil. ¿Por qué la gente se toma más en serio una película dramática que una cómica? ¿Es que sólo dentro del drama se puede hacer arte serio? No lo creo. Para mí, una comedia como El Apartamento (The Apartment, Billy Wilder, 1960) es arte serio, aunque me haga reír bastante.
Las películas de Henenlotter son tan rabiosamente originales, únicas, personales, inteligentes, grotescas y divertidas que se merece un lugar en lo más del panteón del cine fantástico. El caso de Henenlotter me recuerda a Guido Crepax, el creador y autor del cómic Valentina, que temía que si su obra era calificada de erótica la gente no tendría en consideración lo onírica, poética y, a riesgo de sonar pretencioso, intelectual que es con todas sus referencias literarias y cinematográficas. En otras palabras, no lo tomarían por un autor serio (podéis leer el comentario de la adaptación cinematográfica de las aventuras de Valentina aquí). Por suerte, a Henenlotter no le preocupa mucho ser considerado un autor serio o no, simplemente hacer películas tal y como él las concibe, sin suavizarlas ni "normalizarlas" (esta integridad provocó que pasaran 16 años hasta que Henenlotter se puso de nuevo a dirigir tras rodar su última película en 1992. Si no podía hacer las películas que él quería hacer sin comprometerse, prefería no hacer películas).
La filmografía de este gran director está comentada en este blog, (aquí, aquí y aquí), y para completarla sólo faltaba Frankenhooker (1990) y aquí la tenéis (en el próximo futuro espero poder comentar el documental que acaba de hacer sobre Herschell Gordon Lewis).
Frankenhooker nace de forma más o menos improvisada en una reunión entre Henenlotter y el productor Edgar Ievins. Éste había rechazado financiar una idea de Henenlotter y le preguntó si tenía algo más. Henenlotter, no queriendo perder la oportunidad que le financiaran una película, empezó a inventar el argumento del film, añadiendo detalles mientras hacía reír a Ievins. Para asegurar el tiro, el director le propuso también hacer una secuela de Basket Case. Ievins decidió financiar el film que acabaría siendo Frankenhooker y la secuela de Basket Case, rodadas ambas seguidas (de ahí que ambas películas tengan parte del mismo equipo de rodaje).
Ésta película puede que sea muy, muy divertida de ver, pero no fue tan divertida de rodar. El rodaje tuvo lugar en una atmósfera tensa y cargada debido a la guerra política entre Henenlotter y el director de fotografía Robert M. Baldwin. Todo empezó cuando el primer director de fotografía contratado para la película, Peter Clark, tuvo que dejar el rodaje ya que tenía otro trabajo y entraba en conflicto con su horario. Durante un tiempo, Henenlotter se encargó de la fotografía hasta que el productor James Glickenhaus le insistió en que contratara a un director de fotografía. Baldwin llegó al set y casi de forma inmediata entró en conflicto con Henenlotter, ya que Baldwin tenía sus propias ideas de cómo se habían de rodar las tomas. Este continuo tira y afloja entre el director y el cinematógrafo hizo que no fuera un rodaje para ser recordado. Además, se ha de añadir que Henenlotter se sintió bastante incomprendido por parte del equipo en cuanto al tipo de película y el tipo de humor que quería hacer.
A pesar de todo, Frankenhooker se completó. Por supuesto, tras completar la película llegó el momento de pasarla por el comité calificador, la MPAA. Este también fue un conflicto sonado. El primer calificativo que recibió fue, literalmente, M de Mierda. Esto, obviamente, hizo que el productor se cabreara bastante e hizo público en la prensa el abuso. Hacer público el abuso no ayudó a que la película fuera calificada de forma justa. A pesar de que no había sangre y el número de desnudos no era mayor que el que se podía encontrar en un centenar de comedias picantes calificadas R (mayores de 17 años acompañados), la película fue calificada X. Lo cual, si habéis visto Frankenhooker, es completamente absurdo. Más aún si la comparáis con otras películas de aquel mismo año que sí fueron calificadas R, como Desafío Total (Total Recall, Paul Verhoeven), estupenda película que tiene el triple de sangre y violencia, lo que hace evidente el doble rasero que aplica (todavía) la MPAA en Estados Unidos según la película sea una gran producción o un film independiente. Decidieron entonces estrenar Frankenhooker sin calificar. Para la edición en vídeo sí que se hizo una versión censurada, que por desgracia era la que apareció también en DVD.
El film cuenta la historia de Jeffrey Franken (James Lorinz), el cual es horrorizado testigo de cómo su novia, Elizabeth Shelley (Patty Mullen), muere en un trágico accidente con una cortadora de césped. Desesperado, Jeffrey idea la manera de resucitar a su novia, usando los miembros obtenidos de prostitutas a las que mata usando un supercrack que literalmente hace que exploten. Por supuesto, el resultado final, la Frankenhooker (Mullen), no es cómo Jeffrey esperaba que fuera.
Frankenhooker es tremendamente divertida y delirante de principio a fin. De hecho, casi me había olvidado de lo carcajeante que es. Ya desde el plano inicial, con Jeffrey experimentando con una cosa que es básicamente un cerebro con un ojo gigante flotando en un líquido púrpura en lo que creemos es un laboratorio pero resulta ser la cocina de una casa. Otra escena memorable es la de las prostitutas que explotan, que Henenlotter especificó que fuera sin sangre para que fuera semejante al estilo de los dibujos animados. Y todas las escenas con Frankenhooker son descacharrantes.
A la efectividad de la película contribuyen las interpretaciones de la pareja protagonista. James Lorinz maneja muy bien la progresiva demencia del personaje y consigue que resulte simpático al espectador. Pero particularmente destaca Patty Mullen, que hace un trabajo muy bueno como Frankenhooker. Tan bueno que me sorprendió que sólo hubiera hecho otra película más y un par de teleseries. Luego descubrí que había sido modelo de la revista Penthouse, lo cual tuviese algo que ver, ya que en Hollywood tienen bastantes prejuicios contra posar desnuda (a no ser que sea en Playboy) o hacer porno. Mullen nunca hizo porno, pero una de las actrices que aparece en Frankenhooker sí, y es casi imposible para un actor o una actiz que ha hecho porno que le dejen participar en películas "normales".
Tras años y años esperando para que apareciera una edición buena de Frankenhooker en DVD, con la película sin censurar y con unos buenos extras, aparecen nada menos que dos ediciones distintas en Blu-ray. Una americana y otra inglesa (yo me he decidido por la edición inglesa, creo que tiene mejores extras). Una gran oportunidad para conocer una estupenda película de un gran autor. Para mí, Frank Henenlotter es como David Cronenberg en clave comedia surrealista.
Empezamos la semana con una película con guion de Everett De Roche, la estupenda y angustiante Largo fin de semana (Long Weekend, Colin Eggleston, 1978), y terminamos la semana con otra película con guion de Everett De Roche, la road movie cargada de suspense Carretera mortal (Roadgames, Richard Franklin, 1981).
Quid (Stacy Keach) es un camionero que, mientras lleva un cargamento de carne a su destino, empieza a sospechar que el conductor de una furgoneta que se encuentra a menudo es un asesino en serie. Comparte sus sospechas con Pamela (Jamie Lee Curtis), una joven autoestopista que Quid recoge en la autopista, y ambos empezarán a investigar si esas sospechas están fundadas o no. El problema es que las sospechas no sólo están fundadas sino que el psicópata empieza a jugar con ellos y además la policía cree que Quid es el psicópata asesino.
Siento debilidad por las películas de terror y suspense ambientadas en la carretera, así que tenía mucho interés por este film por ello. Además, es un film australiano, con lo que las persecuciones y la acción en la carretera estarían filmadas de manera sublime, ya que los australianos parecen expertos en este tipo de cosas. Eso sin olvidar a los responsables de la película: el guionista Everett De Roche y el director Richard Franklin, que ideó la historia original junto a De Roche y dirigió la fantástica Psicosis II: El regreso de Norman (Psycho II, 1983). De hecho, las referencias a Alfred Hitchcock y la habilidad para crear suspense de la que hace gala Franklin en Roadgames hicieron que la Universal lo llamara para dirigir Psicosis II.
Y otro factor importante: al igual que toda auténtica y genial película de culto australiana que se precie, tiene una auténtica y genial banda sonora compuesta por Brian Nada-que-ver-con-el-guitarrista-de-Queen May.
Desde la primera secuencia, en la cual Quid observa por primera vez al misterioso conductor de la furgoneta acompañado de una chica, se marca el tono del film: suspense con unas gotas de humor. También contiene un estilizado asesinato que nos indica que la persona tras la cámara sabe lo que hace.
La gradación del suspense a lo largo del film está muy bien conseguida. Empezamos con pequeños indicios que nos llaman la atención ligeramente y a partir de aquí va subiendo hasta que al final nos estamos mordiendo las uñas al borde de la butaca con el corazón en un puño. Paralelamente, los toques de humor de la película nos lo proporcionan los peculiares personajes que Quid se va encontrando por la carretera. Hay también un genial toque de humor negro al final que me hizo darle puntos extra a la película.
Como he mencionado antes, este film contiene diversas referencias al cine de Hitchcock. El origen de ello lo encontramos en que Franklin es un fanático del maestro y De Roche ideó la historia después de que Franklin le pasara La ventana indiscreta (Rear Window, Alfred Hitchcock, 1954), de cara a una próxima colaboración director-guionista después de trabajar juntos en Patrick (1978). Por tanto, de aquí surge el tono del film, más clásico que la media de lo que se hacía entonces, que contribuye a que la película sea un entretenimiento puro.
Con la ola de frío que tenemos encima, esta es la película ideal para ver encerrados y calentitos en casa.
Fantástica, perturbadora, romántica, poética, histérica, polémica, morbosa, intensa, política, delirante, satírica... Todo eso y mucho más es La posesión (Possession, Andrej Zulawski, 1981).
La extraña y demente historia de La posesión surge cuando, en 1977, Andrej Zulawski se encontraba en Polonia rodando Na srebrnym globie -"en la esfera plateada"-, un épico film de ciencia-ficción. El ministerio de cine decidió que esta película era inaceptable social y políticamente (se encontraban bajo el régimen comunista) y detuvo de inmediato la producción. Zulawski se vio súbitamente puesto en una lista negra que le impedía trabajar, no sólo en el cine, ni siquiera como tendero. Desesperado, mientras recorría las calles de Varsovia, se le ocurrió la historia de una mujer aparentemente normal y sencilla que en un apartemento de su casa mantiene un horror indescriptible. La historia se veía cargada de la desesperación que sentía entonces el director, mezclada con eventos de su vida personal (su mujer le había dejado).
Gracias a un amigo productor, Zulawski sale de Polonia y acaba en Nueva York, trabajando en el guion de La posesión con la ayuda del escritor americano Frederic Tuten, que también pulía el inglés escrito del director (ésta sería la única película de Zulawski, hasta la fecha, rodada en inglés). A pesar de algún problema de financiación (productores que desaparecen -literalmente- y cosas así), la productora Marie-Laure Reyre consigue que se ponga en marcha el rodaje, que tendría lugar en el Berlín divido por el muro por insistencia de Zulawski, ya que quería reflejar por la localización los aspectos políticos que habían originado la historia.
Mark (Sam Neill) vuelve a casa tras terminar su misterioso trabajo y descubre que su mujer Anna (Isabelle Adjani) quiere dejarle porque prefiere el amor de su amante. Desesperado, Mark intenta recuperar a Anna, pero no hay manera, la superioridad del amante es incuestionable. Lo que Mark no sabe es que la naturaleza de su amante no es exactamente humana. Y a partir de aquí, la película se vuelve realmente extraña.
La distribuidora americana recortó media hora de película y la reeditó en un intento de convertirla en una película de terror "normal". Fue un fracaso absoluto, por supuesto. Evitad esta versión truncada a toda costa.
Este verano iba en el metro hacia el centro, ya que había quedado con unas amistades. En una de las paradas subió una pareja discutiendo en voz alta. Llegó un momento en que él dejaba de contestar y miraba ausente hacia la nada, mientras ella al borde de las lágrimas intentaba razonar con él. El resto de los que estábamos en el vagón intentábamos fingir que no nos interesaba la discusión pero sin perdernos detalle. Yo también experimenté cierta incomodidad, saber que no debería estar mirando pero mirando de todas maneras.
Hay partes de La posesión que se parecen bastante a esta experiencia. La intensidad de Adjani y Neill ponen en sus discusiones de pareja le otorgan un inquietante realismo a un film bastante surrealista.
Ésta es una de esas películas que no deja indiferente: o la amas, o la odias. A continuación intentaré explicar de forma más o menos coherente por qué me gustó esta especie de mezcla entre William S. Burroughs y H. P. Lovecraft en ácido.
Una de las cosas que primero me llamó la atención es la extrañeza que domina toda la película. Berlín está representada como una ciudad desolada y vacía, un poco como la Roma de Tenebre (Dario Argento, 1982). Otro elemento que enfatiza esta extrañeza es la mezcla de acentos de las personas que viven en esta peculiar Berlín. A los acentos alemanes de algunos ciudadanos, se mezcla el australiano de Neill y el curioso acento de Adjani, producto de la mezcla de nacionalidades, que es imposible de colocar y contribuye a la curiosa naturaleza de su (doble) personaje. Esta mezcla parece incidir en el tema de las divisiones que forma parte de la temática de la película.
En el film hay también elementos satíricos. Una escena al principio parece una parodia del cine de espías, así como el personaje de Heinrich (Heinz Bennet), un ex amante humano de Anna, es una burla de la mentalidad New Age de los 70. Estos toques, así como otras exageraciones y detalles, contribuyen, para mí, a hacerla más digerible. Como los toques de humor que ponía David Lynch en sus películas.
Aunque la primera parte del film parece un drama, histérico y excesivamente intenso pero drama, sobre un hombre abandonado por su esposa y la incapacidad de éste para aceptarlo más o menos normal, ya se introducen pequeños detalles y situaciones que te indican que esto puede ser muchas cosas, pero desde luego no es "normal" ("¿y qué es normal?" es la pregunta manida y tópica que se introduce habitualmente tras una frase así). Por supuesto, la segunda y bizarra parte, a partir de que se introduce el monstruoso amante de Anna, la película es cuando más me hace disfrutar, añadiendo elementos y situaciones cada vez más surrealistas, hasta una parte final que te deja ojiplático en extremo. O como decimos en Catalunya: frepat, corprès i esmaperdut.
La efectividad de la película, además de al talento de Zulawski, le debe mucho a la interpretación del triángulo protagonista. Isabelle Adjani destaca con un papel muy intenso, que abarca casi todo el espectro de las emociones: desde la tranquilidad y la cordura al más salvaje histerismo y locura, pasando por la increíble escena en la cual es "poseída". Sam Neill hace gala de su talento para interpretar personajes oscuros y no muy mentalmente estables, manteniéndose en sintonía con Adjani. Finalmente, el tercer vértice del triángulo amoroso, la criatura (o criaturas, ya que va evolucionando) creada por el maestro en efectos especiales Carlo Rambaldi, creador de ET, que cumple su objetivo de crear algo que te deja preguntándote "¿pero qué rediantres es eso?".
Una nota final. En las entrevistas que se le hacen a Zulawski sobre esta película, casi siempre surge la cuestión de por qué adoptó el género de terror a la hora de contar su historia. La pregunta implica que un director serio no se habría de rebajar a trabajar en un género tan bajo, cosa que Zulawski justifica hablando sobre las diferentes máscaras que se adoptan a la hora de narrar y que si es una excusa o diciendo simplemente que no es una película de terror. Bueno, como cinéfago (desde luego, no soy un cinéfilo que quede claro) no creo que haya buenos o malos géneros, géneros respetables o géneros "de clase baja". Todo depende de lo que hagan los autores del film. Una película de terror (o una comedia, o un drama) no es mediocre o mala porque sea de terror, lo es porque tiene un director/guion mediocre o malo. La etiqueta del género sirve simplemente, desde mi punto de vista, para clasificarla dentro de una tradición y, por comparación, ver si sigue esa tradición o la rompe o la innova o pasa completamente de ella, no me dice nada a priori sobre la calidad intrínseca del film en cuestión.
En conclusión, La posesión me parece un film absolutamente genial sobre el cual se descubren nuevas cosas cada vez que se ve. Uno de esos filmes que desafía al espectador a encontrarle una explicación coherente y lógica. A mí me gustó mucho, pero es posible que muchos la odiéis. Claro que sólo lo sabréis una vez la hayáis visto.