25 jul 2014

Locura del más allá

Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. He visto pelucas parlantes introducir una orgía de sangre y camas asesinas devorar a sus incautos ocupantes. Y ahora todos esos momentos se han quedado en nasti de plasti, después de que mi cerebro quedara frito por El visitante del más allá (The Visitor aka Stridulum, Giulio Paradisi, 1979).

Este es el párrafo que dedico a hacer una sinopsis de la película, pero en este caso he desistido. Por un lado, no sabía muy bien como resumir el argumento sin destripar toda la película. Por otro lado, es asombroso lo mucho que se parece a un enfebrecido sueño la descripción del argumento de esta película. Tenemos a John Huston haciendo de figura mesiánica, Shelley Winters parece saber o no de qué va todo, Paige Conner interpreta a una niña que podría ser un resto de una entidad diabólica o el mismo Satán, Lance Henriksen trabaja para una asociación que no sé si se supone que es un culto o qué. Y también aparecen Glenn Ford y Mel Ferrer haciendo pequeños papeles. Si hasta sale Sam Peckinpah, por el poder de Greyskull.

Para mí, uno de los aspectos más fascinantes de este delirio hecho película es que no era un proyecto de cine de autor ni surgió con ganas de hacer algo experimental. La producción se puso en marcha con puro y simple ánimo comercial, cuando el productor Ovidio G. Assonitis quiso repetir el éxito que había obtenido con Poder maléfico (Chi sei?, Ovidio G. Assonitis, Robert Barrett, 1974), un entretenido derivado de El exorcista (The Exorcist, William Friedkin, 1973). Esta vez, sin embargo, quería que no se notase tanto la imitación, así que se añadieron elementos de La profecía (The Omen, Richard Donner, 1976), Encuentros en la tercera fase (Close Encounters of the Third Kind, Steven Spielberg, 1977) y lo que fuera que se estuvieran fumando.

Aunque cuando Lou Comici terminó de escribir el guion, este era bastante normal, durante el proceso de filmarlo, la mezcla de Assonitis, el director Paradisi, además de la colaboración de Robert Mundi, acabó convirtiendo The Visitor en el fantástico delirio que hoy día podemos disfrutar con asombro y maravilla.

Un film que parece una película normal y corriente, pero que cuando menos te lo esperas te sorprende con algún detalle bizarro o demencial o ambas cosas al mismo tiempo. En ese sentido resulta más llamativa y alucinante que una película consistentemente bizarra y loca, como House (Hausu, Nobuhiko Ôbayashi, 1977), que a base de acumulación de extraña imaginería acaba acostumbrando al espectador a la locura. No es el caso de The Visitor, que mezcla escenas normales y típicas de un film de terror con escenas que parecen salidas de algún delirio lisérgico (cosa que no descarto al ser una producción de los 70). Además, no sé si mis vecinos estarán de acuerdo, pero la banda sonora es una maravilla.

Este es el tipo de película por la que vive alguien como yo. Esa maravillosa rareza demencial que te encuentras después de bucear entre cientos de mediocridades. Una película que recomiendo a todo aquel que crea que ya lo ha visto todo.


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