30 dic 2022

El fantasma de la ópera (The Phantom of the Opera)

 

La clásica novela de Gaston Leroux ha sido adaptada en múltiples ocasiones, es posible que una de las más populares en su día fuera la versión musical de Andrew Lloyd Webber que tuvo su momento álgido a finales de los 80. Esta popularidad es seguro que inspiró a Menahem Golan a producir una nueva adaptación cinematográfica. Cuando la Cannon entró en bancarrota, Golan llevó el proyecto a su nueva productora, llamada 21 First Century Film Corporation (un nombre que solo a Golan podía ocurrírsele).

El fantasma de la ópera (The Phantom of the Opera, Dwight H. Little, 1989) no se basa directamente en la novela de Leroux, a pesar de que los títulos de crédito dicen Gaston Leroux's The Phantom of the Opera, sino en un guion que adaptaba la novela, a su vez readaptado para incorporar nuevos elementos. El Fantasma fue interpretado por Robert Englund, en aquel momento muy popular como Freddy Krueger. Esto fue utilizado de forma desvergonzada en la publicidad, llegando al extremo de usar una foto de Englund como Krueger en el póster en lugar de como aparece en la película.

En apenas 90 minutos el film pasa por los momentos más conocidos de la novela, añadiendo un inicio y una conclusión ambientados en el presente, dando a entender que la Christine Day a la que da vida la actriz de culto Jill Schoelen es una reencarnación de la Christine Day que vivió en el siglo XIX en Londres enfrentada al Fantasma. Pero lo que hace que esta adaptación destaque por encima de otras es que se decidió convertir la historia en un sangriento slasher, con el Fantasma soltando frases ingeniosas cuando se deshace de alguien, cuando la novela es una mezcla de drama y misterio folletinesco en el que el Fantasma es muy humano y nada sobrenatural. En cierto modo, este enfoque más terrorífico es lo que me imaginaba cuando se anunció que Dario Argento filmaría una adaptación de El fantasma de la opera, aunque sin los toques más típicamente americanos, pero la versión de Argento es otra cosa por completo.

El director Dwight H. Little acababa de dirigir con gran éxito Halloween 4: El regreso de Michael Myers (Halloween 4: The Return of Michael Myers, 1988), así que tenía bastante flexionados los músculos para crear suspense y asesinatos interesantes. De este modo, Little logra darle interés a una adaptación que no es nada ortodoxa, pero que le añade una historia pasada al Fantasma que es de las más interesantes que he visto en el cine, dejando de lado las habituales venganzas que suelen formar parte de las versiones cinematográficas en favor de un enfoque más de cine de terror.

No cabe duda de que esta versión no estará entre las mejores adaptaciones de la novela original, pero no se puede decir que no sea entretenida y que no tenga ideas originales.

23 dic 2022

El diablo metió la mano (Idle Hands)

 

Estoy seguro que no soy al único que le pasa, pero a veces, cuando se es aficionado al cine de culto, de género, trash, serie B y demás, te pasas gran parte del tiempo explorando (hace un tiempo por videoclubes, hoy por la web) buscando rarezas, buscando esa joya desconocida de la que nadie ha oído hablar. Una consecuencia de eso es que muchas veces las películas más populares que se estrenan en el cine se te pasan, pensando que ya tendrás tiempo de verla más adelante mientras te felicitas por haber encontrado a punto de desintegrarse una copia de una peli de terror italiana de los 80. Es lo que me pasó con El diablo metió la mano (Idle Hands, Rodman Flender, 1999), bastante popular en su día, aunque en Estados Unidos fue un fracaso de taquilla ya que se estrenó tras el tiroteo de Columbine y fue víctima de la histeria censora posterior. La película me fue mencionada muchas veces cuando se estrenó por compañeros de clase pero han tenido que pasar algo más de veinte años hasta que por fin la he visto.

Hay otras razones por las que no me interesó verla en su día. El argumento me parecía que simplemente alargaba a hora y media la batalla con la mano poseída que Bruce Campbell mantenía en Terroríficamente muertos (Evil Dead II, Sam Raimi, 1987) y dudaba que la pudiera superar. El protagonista Devon Sawa tampoco me decía nada, ya que solo lo conocía de haberlo visto en la portada de las revistas adolescentes que leían compañeras de clase, aún faltaba un tiempo para que se estrenara Destino final (Final Destination, James Wong, 2000) (sí que iba al cine a ver religiosamente cualquier cosa que atufara a slasher).

El argumento gira en torno al joven Anton (Sawa), un vago que hace poco más que existir, como diría el sabio Fry. Hasta que su monótona existencia es destruída cuando descubre que los recientes asesinatos que han tenido lugar en la ciudad son responsabilidad de su mano, al parecer poseída por una entidad diabólica. La mano también asesina a los amigos de Anton Mick (Seth Green) y Pnub (Elden Henson), aunque la muerte no impide que sus reanimados cadáveres intenten ayudar a su amigo. La única que parece saber cómo acabar con la mano asesina es Debi LeCure (Vivica A. Fox), una especie de Van Helsing que sigue el rastro de muerte y destrucción que deja la mano a su paso saltando de humano en humano.

Tras la marcha del director que fue contratado en primer lugar, el proyecto cayó en manos de Rodman Flender, que había trabajado bastante en televisión dirigiendo episodios, pero la única película que había dirigido era Leprechaun 2 (1994), una secuela algo sosa comparada con la original. Sin embargo, Flender resultó ideal para la película, enfatizando los elementos terroríficos, sin dejar de lado la comedia, e introduciendo un estilo visual cercano al terror italiano de Mario Bava y Dario Argento. Una decisión muy acertada ya que la década de los 90 del siglo XX no destaca por ser visualmente muy interesante, pero eso no significa que, obviamente, no esté llena de elementos muy propios de la época como la banda sonora y el vestuario, algo de esperar teniendo en cuenta que estaba dirigido a un público joven. De todos modos, hay elementos habituales entonces que no aparecen, como el racismo casual y la homofobia, lo que ha ayudado a que la película se haya conservado bastante bien.

En fin, más vale tarde que nunca. He de reconocer que, a pesar de mis dudas, Idle Hands me pareció una entretenida comedia de terror. Los personajes no son muy originales, pero son bastante divertidos y mantienen el interés de la historia. Entiendo que se haya convertido en una cinta de culto, manteniéndose popular a pesar de que, como he mencionado al principio, el film fue un fracaso de taquilla. Una nueva evidencia de que no se ha de juzgar una película por lo que hace en taquilla sino por cómo se mantiene viva con el paso del tiempo.

15 dic 2022

El actor del terror (Frightmare)


 
Cuenta la leyenda que, al morir John Barrymore, un grupo de amigos de borrachera, encabezado por Errol Flynn, robó su cadáver de la funeraria para llevarlo a una última noche de parranda. Sea cierta o no la historia aquí no importa, sino que sirvió de inspiración para El actor del terror (Frightmare aka The Horror Star, Norman Thaddeus Vane, 1983), película que le da un giro sobrenatural a la anécdota.

Los miembros de una sociedad dedicada al cine de terror de una universidad quedan devastados cuando se anuncia la muerte de Conrad Radzoff (Ferdinand Mayne), una estrella del cine de terror que también, sin que nadie lo supiera, era un asesino. El grupo decide rendirle un particular homenaje al actor, sacando su cuerpo del mausoleo en que descansa y llevarlo a la casa de la sociedad. Durante la noche de este particular tributo, el cuerpo de Conrad vuelve a la vida con poderes sobrenaturales que utiliza para matar uno a uno a los miembros de esta sociedad del terror.

 
Frightmare, como es más conocida, no tiene una trama particularmente original. La idea de convertir a una estrella del cine de terror en un muy real asesino ya había sido interpretada anteriormente por Vincent Price en Madhouse (Jim Clark, 1974), aunque en su película Norman Thaddeeus Vane le da un giro sobrenatural. Además, sus protagonistas no son especialmente memorables ni mínimamente desarrollados para que sepamos quiénes son, aunque el reparto cuenta con un joven Jeffrey Combs. Sin embargo, no por ello deja de ser una película interesante. La fotografía de Joel King le da a a la película un look tremendamente atmosférico, muy notable teniendo en cuenta el bajo presupuesto. Y si los jóvenes que son eliminados uno a uno no están desarrollados no importa, porque la estrella es, desde luego, Conrad Radzoff, el personaje de Ferdinand Mayne, conocido como el vampiro de El baile de los vampiros (The Fearless Vampire Killers aka Dance of the Vampires, Roman Polanski, 1967), y las imaginativas maneras en que despacha a sus anodinas víctimas.

Este enfoque resultaba moderno cuando se rodó la película en 1981, pero por problemas de distribución no se estrenó hasta 1983, por la Troma que cambió el título de The Horror Star a Frightmare (aunque ya existía una película con ese título dirigida por Peter Walker en 1974), cuando ya había una montaña de películas parecidas y el slasher estaba plenamente establecido con asesinos de mayor o menor fortuna popular. Pero con el paso del tiempo Frightmare ha sobrevivido gracias, en parte, a que la manera en que se desarrolla la trama le da un toque metalingüístico adelantado a su tiempo. Hoy día puede verse como un tratado sobre el fandom tóxico, que trata a los artistas como sirvientes a sus órdenes, además de como un entretenido slasher. También ha ayudado a la reputación del film que las actuales ediciones en Blu-ray restauran la imagen en toda su gloria, ya que en anteriores ediciones era difícil ver lo que pasaba de lo maltratada que estaba la imagen.

Los toques meta encajan bien con el tono del film, que mezcla comedia y terror. Un cóctel que puede sentar particularmente bien a los fans del género.

2 dic 2022

Jóvenes muertos (Dead Kids)


 

Desde que Ira Levin publicó en 1972 Las poseídas de Stepford y se estrenó su adaptación cinematográfica en 1975, se han estrenado suficientes películas en las que un mad doctor busca maneras de modificar/controlar la personalidad de mujeres y adolescentes para adecuarlas a los ideales de un tóxico patriarcado, que casi se puede considerar todo un subgénero, un híbrido en el que se mezclan ciencia ficción, terror y, en ocasiones, la sátira social. Uno de los más notables e interesantes ejemplos es Jóvenes muertos (Dead Kids, Michael Laughlin, 1981).

Extraños asesinatos empiezan a tener lugar en el típico pueblo en el que nunca pasa nada. El sheriff John Brady (Michael Murphy) sospecha que estos nuevos crímenes puedan estar relacionados con unos experimentos que llevó a cabo el doctor Le Sange (Arthur Dignam) hace unos años. Mientras, Pete Brady (Dan Shor), hijo del sheriff, se presenta como voluntario en la universidad para participar en unos experimentos que lleva a cabo la doctora Gwen Parkinson (Fiona Lewis), antigua socia del doctor Le Sange. Inevitablemente, ambas tramas se relacionarán de la forma más terrible.

Este fue el primer guion producido que escribió Bill Condon, futuro director y guionista de prestigiosas grandes producciones de Hollywood pero que aquí nos interesa más como director de Candyman 2 (Candyman: Farewell to the Flesh, 1995). Condon impregna el guion de pequeños guiños al género que el director Michael Laughlin plasmó sin perder el paso. Laughlin mostró una gran habilidad para crear una atmósfera inquietante, sugestiva, al tiempo que también introducía momentos de terror bastante gráficos, como la infame aguja en el ojo. Está claro que la extraña atmósfera hace que una escena propia de un musical en una fiesta adolescente no esté fuera de sitio con su historia de experimentos en busca de controlar mentes.

La película fue algo polémica en su Australia natal por el hecho de que el productor Antony I. Ginnane quiso hacer pasar la película por americana, contratando actores americanos y británicos para protagonizar el film. Aparte de eso, el film pasó bastante desapercibido en su día en las taquillas del mundo. No fue un fracaso pero tampoco un gran éxito. Con el tiempo su reputación ha ido creciendo, merecidamente. Aunque su historia no es muy original (y aún así fue prácticamente plagiada en Comportamiento perturbado [Disturbing Behavior, David Nutter, 1998]), su atmósfera y el buen reparto, con actrices de culto como Fiona Lewis, logran que el film siga siendo efectivo, interesante y entretenido.