Un grupo de estudiantes se queda por la noche en la facultad para jugar una partida de rol utilizando el edificio como escenario, bajo la dirección del doctor Sorenson (Roddy McDowall). Sin saberlo, un babuino sobre el que se ha experimentado no está tan muerto como debería y empieza a matar a los jugadores uno a uno.
Durante la década de los 70 del siglo XX, las películas de ecoterror y revueltas de animales tienen su base en el nacimiento de la conciencia ecologista y las reacciones a los desastres ambientales sucedidos entonces. Entrando en la década de los 80, se cambia el foco hacia otro gran motivo de preocupación de la época (y también de hoy día, como el cambio climático): la experimentación con animales. El miedo y la sospecha hacia unas prácticas que entonces se realizaban con menos conciencia que ahora son la base de una gran diversidad de films. Shakma es uno de ellos. El babuino asesino que acecha a los personajes ha sufrido diversos experimentos en el cerebro, centrados en erradicar la agresividad. Por supuesto, buscando suprimirla lo que se hace es exacerbarla. Tras encontrada la justificación para la presencia del babuino asesino, el resto es una rutinaria construcción de una típica película de terror de serie B de la época.
Shakma es una película más oscura de lo que era habitual entonces. También resulta novedosa la idea de reunir a los personajes para jugar una partida de rol a lo grande, como si fuera una especie de gincana o caza del tesoro actual. Por desgracia, los personajes son planos y tópicos, lo que significa que gran parte de la película consiste en ver a personajes sin interés deambulando de aquí para allá. Se ha de admitir que cuando arranca la acción, la película se hace más entretenida y divertida de ver. Una ligera compensación por una primera parte que se hace algo pesada.
En cierto modo es irónico que los aciertos de la película hagan más evidentes sus fallos. Los interesados en las películas de animales asesinos deberían chequear Shakma y decidir si lo negativo pesa más que lo positivo.
Charles Band le disputó el título de rey de la serie B a Roger Corman durante gran parte de la década de los 80 y de los 90 del siglo XX. Primero a través de su productora Empire y, cuando esta entró en bancarrota, con su productora Full Moon. Band llenó las estanterías de los videoclubes con películas de bajo presupuesto pero con altas dosis de diversión. Respaldó la primera Re-Animator (Stuart Gordon, 1985), creó la saga Puppet Master (1/2) además de crear otras diversas sagas y títulos clásicos para los amantes de la serie B. Semilla negra (Seepeople, Peter Manoogian, 1992) es un perfecto ejemplo del típico producto "Band", una película de serie B llena de guiños y efectos especiales viscosos para atraer a los exploradores de los videoclubes.
Tom Baines (Sam Hennings) está siendo tratado en un hospital de diversas heridas. Rozando el histerismo, Tom cuenta desesperado su historia al agente especial Weems (Michael Gregory), con la esperanza de que impida que el mal que ha surgido en el pequeño pueblo de Comet Valley se extienda al resto del mundo.
Tanto en su estructura como en su trama, Semilla negra es una descarada copia de La invasión de los ladrones de cuerpos (Invasion of the Body Snatchers, Don Siegel, 1956). Es bastante obvio, sobre todo cuando un histérico Tom empieza a narrar la historia de cómo volvió al pueblo de su infancia, en el que algunos habitantes parece que empiezan a cambiar de personalidad de la noche a la mañana. Pero es una copia hecha con gracia a la que se le añade un toque original: tres modelos de monstruos espaciales distintos en que se transforman algunos de estos "ladrones de cuerpos". Así, además del habitual desarrollo que vemos en películas de este estilo, tenemos también sangrientos ataques monstruosos que animan la película. El director Peter Manoogian había trabajado anteriormente con Band dirigiendo un segmento de El amo del calabozo (The Dungeonmaster aka Ragewar, 1984) y la entretenida y desmelenada Los aniquiladores (Eliminators, Peter Manoogian, 1986), de modo que sabía bastante bien el tipo de película que buscaba Band. Manoogian concentra en los ajustados 80 minutos que dura la película los momentos claves de este tipo de historias, sin olvidar la acción "monstruosa".
Obviamente, el aficionado al género ya sabe cómo avanzará la trama y tiene una idea muy clara de cómo será la escena final. Pero el mérito de la película es que, a pesar de todo, resulta entretenida. No es un clásico ni mucho menos, pero los aficionados al cine de serie B seguramente se divertirán con esta imitación, que a pesar de sus limitaciones es mejor que títulos como Invasión (The Invasion, Oliver Hirschbiegel, 2007). Si el tráiler os hace gracia, seguramente la película será de vuestro gusto.
El anuncio de que Lokis. Rekopis profesora Wittembacha (Janusz Majewski, 1970) iba a compartir ex aequo el premio a la mejor película en el Festival de cine fantástico de Sitges de 1971 con Necrophagus (El descuartizador de Binbrook) (Miguel Madrid, 1971) fue recibido con abucheos, silbidos y protestas. Mientras Lokis había sido una película celebrada, Necrophagus fue más divisiva y polémica entre los asistentes al festival de entonces. Incluso hubo rumores de tongo. Habiendo visto la película, estas reacciones no resultan extrañas, ya que Necrophagus no es una película para todos los gustos, especialmente no es una película para aquellos que busquen en un film que tenga lógica, sentido o una estructura tradicional.
Michael Sherrington (Bill Curran) regresa al hogar ancestral para reunirse con su mujer Elizabeth (Inés Morales) que está a punto de dar a luz a su primer hijo. Pero cuando Michael llega a su destino descubre que su mujer y su hijo fallecieron en el parto. También que su hermano mayor Sir Robert (John Clark) lleva un tiempo desaparecido. Michael empieza a investigar y aquí es cuando la historia se complica, pero baste decir que su argumento mezcla misterio, terror gótico y experimentos fallidos de mad doctors. Un cóctel extraño y singular presentado de forma aún más extraña. Y los esfuerzos para hacer creer al espectador que se encuentra ante una película inglesa aumentan la sensación de desorientación.
Hay directores obsesionados con la estructura y la precisión en sus películas, directores como Stanley Kubrick o Christopher Nolan, precedidos por su fama de perfeccionistas. Luego tenemos directores voluntariosos pero de poco talento que han adquirido su fama precisamente por su legendaria torpeza, directores como Ed Wood jr. o Bruno Mattei, involuntarios creadores de joyas del cine basura. Y luego tenemos a directores que son conscientes de las reglas del cine, pero que simplemente las ignoran para hacer lo que les da la gana. Directores anarquistas como Jess Franco y, me atrevería a decir, Miguel Madrid. Madrid parece interesado en crear una potente atmósfera gótica y de terror, por encima incluso de la lógica narrativa. El film arranca con una escena en un cementerio propia del género, que luego se descubre transcurre más tarde en la historia. El protagonista principal desaparece en largos tramos de la historia para reaparecer en la conclusión. Flashforwards y flashbacks suceden sin aviso, algunos presentados de forma que resulta hilarante y en alguna ocasión con personajes recordando sucesos en los que no estaban presentes o que todavía no han sucedido. Y la lista de extrañas decisiones podría seguir, como un desorientador momento en que se hace un inesperado salto de eje, pero queda claro que esta no es la típica película de terror gótico.
Incluso el tono del film resulta anárquico. En su mayor parte es serio, pero tiene escenas cuya intención parece ser introducir algo de comedia, como el cameo del director junto al gran actor secundario Víctor Israel. Sin embargo, uno de los efectos más cómicos, para mí, es que cada vez que aparece el nefario doctor Lexter (Frank Braña) en la banda sonora se oye una música tétrica. Pero viendo el film no creo que la intención fuera cómica. Lo cual aumenta su valor como película extraña y delirante.
Seguramente la intención de Miguel Madrid era hacer una película de terror comercial que fuera un gran éxito de taquilla. Por ello quizá decidió mezclar las dos tendencias más populares en la época en una sola película: es casi agresivamente gótica en su primera mitad, la segunda mitad se transforma en una monster movie. El resultado, como ya he dicho, no será del gusto de todo el mundo, aquellos que gusten del género presentado de forma más tradicional puede que no disfruten con la manera en que Madrid lo mezcla todo, sin importarle si tiene sentido o no. Esta es una película bizarra para los amantes de lo bizarro.
Albert Pyun, después de dos películas dirigidas al público adulto como El planeta del placer (Vicious Lips, 1986) y El tesoro de San Lucas (Down Twisted, 1987), quiso cambiar de estilo y filmar una aventura para toda la familia. El resultado fue Alien from L.A. Una película que, teniendo en cuenta la senisibilidad de Pyun como cineasta y que fue producida por la Cannon, no es la típica película de aventuras para todos los públicos.
Wanda Saknussemm (Kathy Ireland) es una joven que nunca ha salido de su ciudad natal ni ha tenido ninguna gran aventura. Esto es hasta que recibe una carta que la informa de que su padre, el arqueólogo Arnold Saknussemm (Richard Haines), ha desaparecido mientras exploraba unas ruinas en Sudáfrica. Al llegar a su destino, Wanda cae por el mismo pozo sin fondo por el que cayó su padre y descubre que ha llegado a la mítica ciudad de Atlantis. Allí descubrirá a la aventurera que lleva dentro, explorando la extraña ciudad y su más extraña sociedad en busca de su padre.
Se puede intuir por el argumento y parte de la historia, que Pyun se inspiró en clásicos como Alicia en el país de las maravillas y El mago de Oz, más las diversas películas que han inspirado, para dar forma a las aventuras de Wanda en Atlantis. En su viaje por Atlantis, Wanda conoce a diversos personajes, algunos aliados, que la ayudan en su viaje, y otros enemigos, que quieren hacerla prisionera, como les sucede a Alicia y Dorothy. Tras darle cuerpo al argumento, Pyun siguió el consejo de los productores y hacer que un par de guionistas, Judith y Sandra Berg (bajo los pseudónimos Debra Ricci y Regina Davis), le dieran un "toque femenino" al personaje de Wanda. Pero la inherente sensibilidad de Serie B que caracterizó el cine de Pyun se mantuvo intacta. Algunos de estos toques más Pyun van desde que el interés romántico de Wanda no aparece hasta que han transcurrido tres cuartas partes de película y entonces solo brevemente porque Pyun no tuvo la idea hasta que estaban ya terminando el rodaje, hasta hacer que los actores secundarios interpretaran distintos personajes para maximizar el gasto de llevarlos a Sudáfrica.
Aunque la intención de Pyun era, como ya se ha mencionado, filmar una aventura para todos los públicos, es una película demasiado extraña para apelar al gran público. Pero los pases en televisión hicieron que fuera adquiriendo muchos fans, seducidos por su peculiar sentido del humor y original ambientación. Original, si bien muy ochentera: una amalgama de estética videoclip y Mad Max. Y no se puede negar que es muy entretenida y divertida, si conectas con su peculiar sentido del humor. He de advertir que a mí a ratos me recordó a la posterior Super Mario Bros. (Annabel Yankel, Rocky Morton, 1993). Y lo digo como una advertencia porque, para mí, es algo positivo.
Tras finalizar Alien from L.A., Pyun se ofreció a ayudar a los jefazos de la Cannon, Yoram Globus y Menahem Golan, completando una película que se había quedado sin acabar por problemas de presupuesto y "ejecución". Viaje al centro de la Tierra (Journey to the Center of the Earth, 1988) fue iniciada por Rusty Lemorande como una aventura infantil, pero Pyun aprovechó el material que tenía, los decorados y el reparto todavía disponible de Alien from L.A., para convertir esta película sin acabar en una especie de secuela de la suya.Aunque el resultado final es más una suma de escenas para llegar a los 80 minutos no muy coherente en su intento de mezclar distintas tramas y personajes que no se pensaron para mezclarse así.
Alien from L.A. es una entretenida cinta de Serie B. Pyun intentó realizar una clásica cinta de aventuras, pero su propia sensibilidad era demasiado "B" como para hacer algo mundano y típico. En otras palabras, es una aventura para los amantes de la Serie B y fans de los productos Cannon.
Hay veces, cuando uno está viendo una película especialmente caótica y delirante, que es inevitable preguntarse cómo se llegó a semejante resultado cuando los responsables buscaban algo más comercial y popular. Y hay veces en que uno sabe cómo la película ha acabado siendo cómo es, pero eso no le quita valor o capacidad ojiplática, sino todo lo contrario. Es lo que pasa con Mausoleum (Michael Dugan, 1983).
Susan Walker (Bobby Bresee) es descendiente de la familia Nemod (Nemod, ¿lo pilláis?), una familia que vive bajo una terrible maldición: la primera hija nacida de cada descendiente será poseída por una entidad diabólica. Y eso le sucede a Susan cuando visita la tumba de su madre y se reencuentra con una entidad diabólica que le había visitado cuando era niña. Ahora, todos aquellos alrededor de Susan están en peligro de muerte, ya que la entidad que la posee tiene la costumbre de matar sangrientamente a aquellos que se cruzan en su camino.
Mausoleum es una película muy ochentera. Efectos sangrientos, desnudos gratuitos y cierta inclinación hacia el camp, marcan los puntos álgidos del film como era el tono general de la época dentro del cine de terror de bajo presupuesto. Pero si hablamos de tono, el de la película va de un lado al otro. En ocasiones quiere ser una película seria de terror pero en otras adopta un estilo más cómico. La explicación de esta esquizofrenia es que la película tuvo al menos dos directores: el acreditado Michael Dugan y Robert Barich, también cinematógrafo y guionista de la película. Dugan se cree fue el director al inicio del rodaje, pero este se interrumpió cuando se descubrió que uno de los productores pertenecía a la mafia y usaba el dinero para producir películas como una operación de blanqueo de capital. Luego se retomó el rodaje, momento en el que, posiblemente, Barich tomó las riendas.
El guion también tiene un tono dispar, alternando entre la explotación de la protagonista, la actriz de culto Bobby Bresee, y el hecho que aquellos a los que la poseída Susan ataca son principalmente hombres que intentan abusar de ella. De nuevo, esta disparidad puede que se origine en que, mientras que Barich y Robert Madero aparecen acreditados como guionistas al principio, enterrado en los créditos finales podemos leer que Katherine Rosenwink fue la creadora del guion original. Esto es pura suposición, pero es posible que los toques de empoderamiento femenino se hallaran en el guion original y Barich y Madero añadieran los toques más puramente exploitation.
Lo importante de esta mezcolanza de directores y guionistas es el resultado final. Y este es que Mausoleum es una película de terror divertida y muy entretenida de forma constante. Tiene toques sorprendentes que la convierten en memorable, no siendo el menor de estos que cuando Susan se transforma completamente en demonio tiene pechos con pequeñas caras demoníacas que atacan sin piedad. La película arranca con el demonio haciendo que le explote la cabeza a un pobre desgraciado que quería ayudar a la pequeña Susan, así que ya sabes que no se trata de un sutil ejercicio de terror psicológico. Además, se ha de agradecer que, aunque trata con posesión demoníaca, no hay exorcismos de segunda para salvar a Susan sino que la solución es algo distinto y único del film.
Mausoleum no entrará en la lista de nadie dentro de las mejores películas de terror de la historia, pero sí que ofrece una experiencia única y divertida, aunque sea como resultado de tener una producción accidentada. Es puro cine de serie B con todas las virtudes que lo hacen especial.
El lago del Terror (Terror at Tenkiller, Ken Meyer, 1986) no es un sofisticado slasher que le da la vuelta al género. No es tampoco un desenfrenado festival de sangre y gratuitos desnudos al puro estilo ochentero, ni mucho menos es una joya perdida a redescubrir. Sin embargo, ha sobrevivido la transición de formato en formato, de VHS a DVD a una reciente edición en 4K nada menos. ¿Cómo es posible cuando películas mucho mejores todavía no se han editado ni en DVD?
Leslie (Stacey Logan) y Jenna (Michele Merchant) son dos amigas que deciden pasar el verano en el lago Tenkiller, trabajando como camareras cuando no están relajándose en el lago. Leslie aprovecha también para huir de su tóxico novio Josh (Kevin Meyer), que está a un paso de convertirse en un maltratador. Su estancia coincide con la de Tor (Michael Shamus Wiles), un asesino en serie que se dedica a matar las mujeres de la zona.
Una historia simple, pocos personajes, Terror at Tenkiller no podría ser un slasher más básico. Al inicio del film se presenta al asesino, así que no hay misterio en cuanto a su identidad. Quiere crear suspense manteniendo su presencia alrededor de las dos protagonistas que no sospechan que hay un asesino en la zona. Al menos así es como actúan, más tarde se añadió una voz en off para tapar agujeros de guión y cubrir escenas que no se rodaron, que en ocasiones contradice lo que sucede en pantalla.
Esta manera de enfocar el argumento se traduce en que hay muchas escenas de relleno, con las dos protagonistas yendo de un sitio a otro, confiando que la amenaza que pesa sobre ellas sea bastante para mantener el interés del espectador. Aparte, la trama del novio abusivo se maneja con la delicadeza de un culebrón. La dirección no es que sea espectacular a la hora de vender la historia, es más bien rutinaria, en especial las secuencias de los asesinatos. Los efectos especiales no son nada del otro mundo, si bien están bien ejecutados. Las interpretaciones son igualmente mediocres, ni buenas ni terribles. Es decir, no es una de esas películas tan malas que se te quedan grabadas y te hacen disfrutar con su ineptitud épica.
Aún así, la película ha sobrevivido. De alguna manera, se ha mantenido presente. Y creo que la culpa es mía. Mía y de gente como yo, aquellos que nos aseguramos de ver cualquier slasher que se nos ponga en el punto de mira, especialmente si fue rodado durante la década de los 80. De aquellos a los que les encanta el género aunque sea criticado diciendo que todos los slashers son iguales. Es nuestra fe en el género la que nos lleva a buscar la próxima joya ensangrentada aunque la mayoría sean mediocres títulos como El lago del Terror.
Cuando empecé a aficionarme al género de terror de niño, lo que más me llamaba la atención al principio era el gore. Una película repleta de litros de sangre y mutilaciones te daba la sensación de estar viendo algo tabú, prohibido, especialmente cuando tienes poco más de doce años. Luego llegó un momento en que me quedé saturado de tanta pierna suelta y cabeza rodando, cuando empecé a explorar más el género en todas sus vertientes y estilos (tal vez ahora me gustan tanto las películas de terror italianas de los 70 y 80 por la mezcla de lo psicológico, lo artístico y lo visceral). Pero aunque empecé a apreciar más el género en sus vertientes más psicológicas, artísticas y maduras, no acabé de perder el gusto por el gore. De vez en cuando, todavía hoy, me apetece ver algo que sea un festival de vísceras en pantalla. Y The Abomination (Bret McCormick, 1986) es exactamente eso, pero también algo más.
La aparición del mercado del vídeo en Estados Unidos se tradujo en una gran explosión de cineastas independientes que, si bien no podían competir con los estudios en los cines, tenían la oportunidad de triunfar en las hileras de los videoclubes, más democráticas que los cine dominados por los grandes de Hollywood. Bret McCormick y Matt Devlen fueron dos de estos soñadores con ganas de meterse en el mundo del cine, aunque fuera empezando por abajo. McCormick se inspiró en Herschell Gordon Lewis, Frank Henenlotter y Roger Corman como pioneros a la hora de hacer mucho con muy poco. Tras una mala experiencia con la primera película que hicieron juntos, Tabloid (editada en 1989 pero rodada cuatro años antes), una cinta antológica que se salió de tiempo de rodaje y presupuesto, McCormick y Devlen se propusieron reunir 20.000 dólares y rodar dos películas, cada una por 10.000 dólares y con sendos rodajes de diez días. De este modo se buscaba maximizar recursos y fondos. La primera que se tenía que haber rodado era Ozone: The Attack of the Redneck Mutants (Matt Devlen, 1986), que acabó siendo editaba en vídeo antes, pero Devlen no tenía a punto ni el guion ni la preproducción, así que la primera en rodarse fue la película de McCormick, The Abomination.
10.000 dólares de presupuesto. 10 días de rodaje. Un argumento de 20 páginas que servía de guía, creando los diálogos en el momento de rodar la escena. Media docena de personas como equipo, cuando uno no actuaba estaba haciendo sonido o efectos especiales. Hay que tener todo esto en cuenta para entender el encanto de la película, además de daros una pista para ver si es el tipo de película que os gustará o no. Comparada con otros títulos de la época, que tiraban más hacia el camp y la parodia, The Abomination tiene un tono más serio, aunque hay escenas claramente humorísticas, además de una historia bastante interesante. Muchas películas de la época (y la razón por la que me acabaron saturando) es que no tenían una historia que contar, sino una excusa que les permitiera crear las escenas gore, como una película porno hilvana las escenas de sexo. Pero a pesar de que no había un guion, sino un breve tratamiento, está claro que McCormick tenía muy claro que contar.
Todo empieza con Cody (Scott Davis), un joven cada vez más preocupado por la obsesión de su madre Sarah (Jude Johnson) con un telepredicador evangelista, el hermano Fogg (Rex Morton). A pesar de que se ha sometido a análisis médicos que han salido negativos, la madre de Cody está convencida de que tiene cáncer. Y una noche, extasiada viendo al hermano Fogg, expulsa lo que parece un tumor. Ese tumor se introduce dentro de Cody para reproducirse, así que Cody empieza entonces a expulsar más de estos tumores, a los que va alimentando con todas aquellas personas que se cruzan en su camino, de este modo la abominación va creciendo y creciendo...
Cocinando la historia, McCormick utilizó diversos ingredientes, mezclando Cronenberg y Corman, que acabaron de transformarse durante la posproducción. Fue entonces cuando McCormick le añadió diálogos narrativos en off, en los que Cody discute con un psiquiatra si lo que estamos viendo ha sucedido realmente o se trata de alucinaciones. Este añadido le da al film un aire onírico, una sensación de extrañeza que se agudiza con el inicio, que concentra todo la película en dos minutos, y la repetición de una escena con distinto audio. Estas peculiares decisiones narrativas tienen una explicación práctica: lograr que The Abomination llegara a los 90 minutos, ya que de otro modo no la aceptarían para ser distribuida. Pero esto no hace que la película sea menos peculiar y extraña, una personalidad propia que la hizo sobrevivir entre el océano de películas de micropresupuesto estrenadas en vídeo durante este efervescente periodo. Algo que la hizo memorable y que fuera recordada, llegando hasta nuestros días a pesar de que no fue editada en DVD o Blu-ray hasta hace poco, circulando en muy caras ediciones en VHS.
Ver hoy día esta película en un flamante Blu-ray es una experiencia, bueno, exactamente igual que hace casi 40 años. Fue rodada en Super 8, luego se pasó a vídeo. Como no se pensó en conservar los negativos, la calidad de imagen es la que tenía en VHS. La compañía que la edita, Visual Vengeance, que se especializa en películas rodadas directamente en vídeo, incluye un mensaje esperando que la calidad (o ausencia de) no sea impedimento para que se disfrute la película. Y no lo es, te ayuda a recrear de forma exacta como era ver este tipo de películas en la era del vídeo, además de que The Abomination es lo suficientemente bizarra y gore para que su calidad de cinta VHS juegue a su favor y no vaya en contra.
Una historia extraña, litros de sangre y gore pasado de vueltas. The Abomination está recomendada a los amantes del cine de terror de serie Z hecho con más ganas que medios.
El impacto de Tiburón (Jaws, Steven Spielberg, 1975) fue tan brutal que, años después de su estreno, se seguían produciendo imitaciones intentando replicar el éxito del clásico de Steven Spielberg. Una oleada de imitaciones que se reavivaba con el estreno de las secuelas oficiales. Estas imitaciones adoptaban distintos enfoques, dejando de lado las copias italianas, para que no fuese tan obvia la intención. Esto dio a pie a excelentes películas de culto como Piraña (Piranha, Joe Dante, 1978) o Asesino invisible (The Car, Elliot Silverstein, 1977). En el caso de Playa sangrienta (Blood Beach, Jeffrey Bloom, 1980), hay un claro intento de recuperar el cine de monstruos de la década de los 50 del siglo XX, mezclado con el terror ecológico de moda durante la posterior década de los 70 y la "tiburonitis".
Varias personas desparecen misteriosamente en una playa de Los Ángeles. La policía, liderada por el capitán Pearson (John Saxon), no tiene pistas sobre lo que puede estar pasando. El guardacostas Harry Caulder (David Huffman) sospecha que se trata de una criatura extraña que acecha en la arena de la playa. Harry está decidido a cazarla con la ayuda de Catherine Hutton (Marianna Hill), hija de una de las víctimas y antigua prometida de Harry. Este argumento hace más evidente los paralelismos entre Blood Beach y películas de la edad dorada de los monstruos atómicos como El ataque de los cangrejos gigantes (Attack of the Crab Monsters, Roger Corman, 1957), incluso algunas posteriores como The Horror of Party Beach (Del Tenney, 1964). Y, sin embargo, Blood Beach carece de la energía de las películas que quiere imitar.
La ausencia de un presupuesto robusto trajo consigo que la criatura responsable solo aparece brevemente en el clímax del film. Durante el grueso de la película se ve a las víctimas desaparecer bajo la arena, como máximo aparece una solitaria garra que coge a la víctima escogida y algo de sangre. Lo que se traduce en que todo se hace muy repetitivo y no hay auténtico suspense, ya que es obvio lo que sucederá cuando algún personaje se queda solo en la arena. Entre ataques, el metraje se rellena con los protagonistas deambulando por la pantalla dándole vueltas a lo mismo (¿es un asesino o es una criatura? ¿Es una criatura o es un asesino?). En otras palabras, a pesar de lo prometedor del póster (más divertido que la película) y el argumento, Blood Beach resulta ser una película bastante aburrida.
El director Jeffrey Bloom no sabe evitar que se note el bajo presupuesto y el ritmo es muy lento. Sumado al decepcionante final, carente de emoción (al menos está en sintonía con el resto de la película), resulta en uno de esos títulos que resulta más popular por su argumento que por ella misma. Por supuesto, tiene sus fans que la han convertido en película de culto, si bien es una de esas ocasiones en que no acabo de ver el motivo, ni siquiera habiendo visto la versión sin cortes. Juzgad por vosotros mismos si vale la pena poner pie en la Playa sangrienta.
Con un título como Maniac Killer (1987), que no es ni original ni interesante, no parece la película que lo acompaña vaya a tener alguna de esas cualidades. Pero cuando se sabe que su director fue Andrea Bianchi, director de clásicos de culto como son La noche del terror (Le notti del terrore, 1981) y Desnuda ante el asesino (Nude per l'assassino, 1975), la cosa ya cambia, ¿eh, pervertidillos?
En algún lugar de Francia, una secta secuestra y tortura prostitutas hasta que estas confiesan que están poseídas por Satanás momento en que son asesinadas. La policía no hace nada hasta que es secuestrada la condesa Silvano (Paulina Adrián) y su marido, el conde (Bo Svenson) amenaza con tomarse la justicia por su mano. La policía sospecha del doctor Roger Osborne (Chuck Connors), pero el conde tiene su ojo puesto en Gondrand (Robert Ginty) que ya ha intentando anteriormente que la condesa le acompañe para jugar al Twister sin tablero.
Así escrito parece que Maniac Killer tiene un argumento que se desarrolla hasta su conclusión. En realidad, la película es una serie de escenas inconexas que se van presentando al espectador, que ha de ir deduciendo lo que sucede. Y hay varias cosas que quedan sin explicar, como si estamos en un pueblo o en una ciudad de Francia, porque la cantidad de prostitutas que desaparecen y la cantidad de chulos que la habitan dispuestos a tomarse la justicia por su mano es desproporcionado para un pueblo de cualquier tamaño. Pero los comentarios que se hacen sobre el lugar y las personas que lo habitan parece indicar que es un pueblo pequeño y perdido. Lo cual hace que la policía quede como más incompetente al no hacer absolutamente nada hasta que desparece la condesa. Por supuesto, es difícil juzgar hasta que punto la policía es negligente porque el número de víctimas no queda nunca claro. Solo vemos tres contando la condesa pero se habla de muchas más; de las tres que vemos solo se habla de dos. Bianchi, además, parece que se esforzó en editar la película de manera que cualquier esperanza de desarrollo lógico fuera eliminada. Así, un grupo de pueblerinos habla de algo que sucede unos minutos después para el espectador. Personajes que aparecen ocultos para crear misterio alrededor de su identidad son identificados de forma inmediata sin ninguna revelación. Es decir, en un par de escenas se oculta la identidad del líder de la secta bajo una capucha y luego aparece sin la capucha pero sin que haya una revelación sorpresa ni nada. Simplemente pasa.
La torpeza y la ineptitud parece que son el centro de la película. Tanto por parte de los personajes como por parte del director y los guionistas. Lo único que se puede calificar de profesional y efectivo son las interpretaciones de Chuck Connors, Bo Svenson y Robert Ginty. Los tres eran profesionales acostumbrados a bregar en la serie B, así que su trabajo es impecable. Sus interpretaciones destacan aún más si las comparamos con las sobreactuaciones del resto del reparto, actuando como alienígenas que se hacen pasar por humanos. Connors incluso mantiene la compostura cuando su personaje, un científico, parece estudiar atentamente datos que aparecen en la pantalla de un ordenador relacionados con su investigación, que es obvio que se trata de un salvapantallas que va mostrando las mismas ilustraciones una y otra vez.
Bianchi crea una película tan increíblemente anticinematográfica que parece una película experimental. Le pones Godard en los títulos de crédito y hoy día se estaría estudiando en las universidades. Maniac Killer es cine basura exploitation del máximo nivel.
Gritos de miedo (Night Screams, Allen Plone, 1987) es un slasher de finales de los 80 del siglo XX, rescatado del olvido tras años acumulando polvo en estanterías de videoclubes y, más tarde, cajas de DVDs de saldo. Es el tipo de película que no se puede decir que sea "buena", pero contiene diversos elementos de interés para el aficionado al cine de calidad alternativa.
El argumento es de lo más básicos que se puede encontrar en el género. Para celebrar su más reciente victoria que trae consigo una beca para estudiar en la universidad, David (Joseph Paul Manno) decide dar una fiesta en su casa para sus amigos más cercanos. Esta fiesta coincide con la fuga de tres criminales, de los cuales dos, Runner (Tony Brown) y Snake (John Hines), se refugian en la casa donde se hace la fiesta. Pronto, los invitados empiezan a ser asesinados uno a uno, aunque parece que hay alguien más aparte de los criminales fugados haciendo limpieza de adolescentes.
El director Allen Plone tenía cero habilidad para crear escenas de suspense. Los asesinatos están rodados con poca imaginación y de forma rutinaria, con sangre pero sin efectos especiales a destacar. No, es la habilidad narrativa del director lo que hace destacar esta producción independiente de bajo presupuesto, más bien lo contrario. Para empezar, como a los productores les pareció que la película era demasiado corta, se tomó la decisión de añadir fragmentos de otras películas para rellenar. Esto se traduce en que la escena inicial, en la que una pareja se dedica a ver una película en televisión antes de ser asesinada, se hace más larga incluyendo escenas de El día de la graduación (Graduation Day, Herb Freed, 1981), casi un resumen de todo este clásico menor (es el único momento con efectos gore de toda la película que merezca ser mencionado), creando un inconsciente momento metalingüístico. Otro momento con relleno es cuando una pareja en la fiesta decide ver una cinta porno, mostrándose escenas de una película erótica (no he podido identificarla), creando un efecto extraño cuando la pareja ha dejado de ver la película y decide seguir su fiesta en una sauna y se siguen intercalando escenas de la película erótica de forma desconectada. Finalmente, para llegar a la duración mínima, se decidió alargar la secuencia de títulos finales añadiendo escenas entre créditos, incluso una escena eliminada, con lo que se tiene la sensación de ver dos veces seguidas la misma película. Actualmente, en la edición de la película que ha hecho Vinegar Syndrome hay la opción de ver Gritos de miedo sin los momentos de relleno, más cercana a la visión original de los cineastas, pero lo cierto es que pierde algo de lo que la hace diferente sin ese relleno absurdo.
Night Screams no es un slasher memorable por su suspense (inexistente) o sus personajes o sus asesinatos. No, lo que hace esta película memorable son los momentos extraños y únicos que el film nos regala. Como las interpretaciones, en las que no hay término medio: el reparto es inexpresivo o sobreactúa como si no hubiera un mañana, lo que ayuda a que tardes 2 segundos en saber quién es el asesino. Hay dos escenas en las que la película se detiene para que un grupo llamado The Sweetheart Dancers ejecuten una coreografía al más puro cheerleader. Los diálogos terribles de la mejor manera que pueden serlo. El final completamente ridículo...
Queda claro que este no es un título que pasará a los anales del género por su calidad, pero es innegable que resulta bastante divertido de ver, especialmente para los aficionados al cine trash. Es un título que más que a los aficionados al cine de terror, yo diría que es más adecuado para los que sepan apreciar la belleza y fascinación que puede despertar la torpeza especialmente creativa.
Unos criminales se ven envueltos en una trama terrorífica huyendo de la policía, tras un golpe que sale mal o en proceso de salir mal. ¿Os suena familiar? Es un planteamiento utilizado en muchas películas, sobre todo después de que se pusiera de moda tras el estreno de Abierto hasta el amanecer (From Dusk Till Dawn, Robert Rodriguez, 1996), aunque ya aparecía en películas como Zona restringida (Scarecrows, William Wesley, 1988) o Trapped Alive (Leszek Burzynski, 1988). Uno de los primeros ejemplos que he encontrado de este planteamiento en la mezcla de cine quinqui y terror Más allá del terror (Tomás Aznar, 1980).
Tras un atraco a un bar que sale mal, Chema (Francisco Sánchez Grajera), Lola (Raquel Ramírez) y Nico (Emilio Siegrist) se dan a la fuga con dos rehenes: Linda (Alexia Loreto) y Jorge (Antonio Jabalera). Durante la fuga, cometerán más crímenes que provocarán que caiga sobre ellos una venganza sobrenatural. Un argumento que deja claro los elementos de cada genero que se mezclan en esta película de Tomás Aznar. Una mezcla perfectamente natural en aquel momento en España, ya que tanto el cine quinqui como el terror eran bastante populares.
La primera mitad de la película es puro cine quinqui, presentando a los criminales protagonistas, drogadictos que utilizan el dinero ganado para pagarse los vicios. La pareja que toman como rehenes tampoco se salva, Linda es una mujer mantenida que, aburrida, deja a su marido rico tras robarle un millón de pesetas y Jorge es un vividor cobarde y ambicioso. Entre rehenes y criminales no tarda en crearse una relación simbiótica, especialmente después de que Chema deje clara su atracción por Linda. La segunda mitad del film es la terrorífica, con el grupo atrapado en una iglesia en ruinas en la que ocurren extraños fenómenos. En esta sección el director intenta crear una atmósfera inquietante, un esfuerzo limitado por el escaso presupuesto.
Como ya he indicado, esta mezcla de géneros era inevitable teniendo en cuenta su popularidad en España. El problema en el caso de Más allá del terror es que, al hacer que todos los personajes sean tan repugnantes y verlos cometer tremendas atrocidades, uno no hace más que esperar que mueran todos. No hay ningún personaje por el que se intente crear ningún tipo de simpatía y, por tanto, por el que sentir miedo. Ni los rehenes causan simpatía, no tardan mucho en seguir la corriente a los criminales, ni tampoco tenemos el típico personaje criminal pero menos criminal que los otros habitual en este tipo de películas. El film también es algo hipócrita; tiene un fondo moralista pero, al mismo tiempo, intenta satisfacer la morbosidad del espectador.
Más allá del terror tiene un planteamiento interesante, pero el resultado final no lo es. La parte terrorífica es bastante floja, el ritmo decae y el no tener ningún personaje por el que sentir ninguna afinidad le resta efectividad. De todos modos, tiene interés como una curiosidad de su época.
El matrimonio formado por Michael y Roberta Findlay es mítico dentro de la historia del cine exploitation y de serie B. Un lugar que se ganaron produciendo diversas películas que testaban los límites de lo que era aceptable mostrar en las pantallas de la época, explotando sin vergüenza cualquier tendencia popular; un trabajo que Roberta Findlay continuó tras la muerte de su marido en un accidente de helicóptero en 1977. Uno de los últimos títulos más destacados que produjo la pareja fue Shriek of the Mutilated (Robert Findlay, 1974).
Me llamó la atención este título cuando lo vi mencionado en los extras de La noche del demonio (Night of the Demon, James C. Wasson, 1980). Realizadas cuando el Bigfoot estaba de moda en Estados Unidos, ambas tienen un argumento parecido: un profesor universitario que se lleva a sus estudiantes en una expedición para encontrar pruebas de la existencia de esta legendaria criatura. La expedición tiene éxito, las pruebas las encuentran pero a fuerza de ser eliminados por un desatado Bigfoot con ganas de sangre y rock and roll. Ambas son también producciones de bajo presupuesto, pero a pesar de estos puntos en común no podrían ser más distintas en su resultado final. Si bien para aquellos que quieran ver una habitual película sobre Bigfoot, Shriek of the Mutilated puede que sea algo decepcionante, para los aficionados a la exploitation y el cine de serie B, este es un título que tiene mucho que ofrecer.
Lo que hace esta película especial es que uno tiene la sensación de que Michael Findlay se dijo: "vale, voy a hacer una peli sobre el yeti porque está de moda, pero le voy a meter la mierda que me gusta igualmente". Así, desde el primer momento, uno no tiene claro lo que está viendo, porque no se parece a ninguna otra película sobre el yeti o Bigfoot hecha jamás. Arranca con una ceremonia tribal en la que alguien es decapitado, aunque sucede tan rápido que es casi subliminal. Antes de que te des cuenta de lo que acabas de ver empiezan los títulos de crédito.
Tras los créditos conocemos a los que serán los protagonistas, un grupo de estudiantes y el profesor obsesionado con el Bigfoot que los llevará a la muerte. Aquí encontramos otro de los puntos de interés para mí, el hecho de que esta película es como una ventana al pasado. Siendo de bajo presupuesto, parece que los actores aparecen con la ropa que llevaban normalmente en lugar de ponerse algo diseñado para el film. Luego, otra sorpresa en la banda sonora: la canción Popcorn se oye durante una fiesta de despedida de los estudiantes. Siempre pensé que era un título muy de los 80, pero resulta que fue compuesta originalmente en 1969 y se hizo popular en 1972 por la versión que hizo el grupo Hot Butter (gracias Wikipedia). Así que ya tenía unos años cuando se rodó Shriek, imagino que por eso la pudieron obtener barata.
En esta fiesta conocemos a Spencer (Tom Grail), superviviente de la anterior expedición organizada por el profesor Ernst Prell (Alan Brock). Spencer regresó traumatizado y todo el mundo desecha sus comentarios como los desvaríos de un alcohólico. Sin embargo, lo que sucede a continuación es un ejemplo de lo que hace esta película especial: en lugar de seguir con los protagonistas, se desvía para seguir a Spencer y a su esposa April (Luci Brandt). Spencer finalmente ha tocado fondo y asesina a su mujer. Luego, se relaja en la bañera. Pero resulta que su mujer no estaba muerta del todo, vemos como se arrastra por el suelo de la cocina hacia el baño, arrastrando consigo una tostadora, buscando vengarse de su marido. Es difícil de transmitir con simples palabras, pero toda la secuencia me pareció genial tal y como está rodada. El momento en que aparece la mujer ensangrentada con el tostador deslizándose por el suelo empecé a reír de mala manera.
A partir de aquí, la película avanza deleitando al espectador con algún diálogo absurdo o momento deliciosamente ridículo, siendo entretenida en todo momento. Las súbitas apariciones del Bigfoot, un traje muy cutre que le añade encanto al film, son la guinda del pastel. Shriek of the Mutilated, todo se ha de decir, se saca de la manga un giro sorprendente que lleva a una delirante parte final. Este giro posiblemente haga que algunos queden decepcionados, pero, personalmente, yo estuve viendo los últimos veinte minutos con una sonrisa diciéndome a mi mismo "¿pero qué co*o?"
Fans de la exploitation, la serie B y el cine trash, esta es una película a no perderse. La suma de los efectos, el reparto y el guion delirante dan como resultado una delicia para el paladar distinguido que sabe apreciar este tipo de película.
En los 80 del siglo XX se pusieron de moda el aerobic y los gimnasios, lo que se tradujo en series y películas en las que abundaban los calentadores y los bodys a punto de explotar. Esta moda no tardó en verse reflejada en el slasher y el cine de terror en películas como Perra bruja (Death Spa, Michael Fischa, 1987) y Danza mortal (Murderock - Uccide a passo di danza, 1984). Uno de los ejemplos más entretenidos y trash de esta era es Entrenamiento mortal (Killer Workout aka Aerobicide, David A. Prior, 1987).
En Rhonda's Workout los clientes empiezan a ser asesinados, lo cual no es nada bueno para el negocio. ¿Quién se encuentra tras estos asesinatos? ¿Puede ser el inquietante Jimmy Hallik (Fritz Matthews) obsesionado con la bella Rhonda (Marcia Karr)? ¿Tal vez el nuevo empleado Chuck Dawson (Ted Prior)? ¿O alguna de las friquis del aerobic que llenan el local? El teniente Morgan (David Campbell) está al frente del caso, pero no parece capaz de detener el rápido aumento de víctimas.
Hasta aquí todo parece normal. El argumento de un típico slasher ochentero, realizado con un bajo presupuesto y diseñado para ocupar espacio en las estanterías de los videoclubes. Pero lo que salva esta película es el desenfreno y absurdo que inyecta su director a la historia. David A. Prior es un director que siempre se ha movido dentro de la serie B, compensando los bajos presupuestos con grandes dosis de entretenimiento. Quiero decir, en una de sus películas el héroe le corta el brazo a uno de los villanos y procede a apalizar a dicho villano con dicho brazo cortado, este es el estilo sutil, con mucha clase, de Prior. En el caso que nos ocupa, la simple historia, el guion se escribió en seis días, es bastante típica pero tiene ese sentido de urgencia de ir inventándose sobre la marcha lo que sucede para mantener al espectador entretenido, una forma muy efectiva de esconder que el argumento no tiene ni pies ni cabeza.
Prior va alternando los asesinatos con los planos nada sutiles de mujeres haciendo ejercicio (hay más planos de canales que un documental sobre Venecia) todo al ritmo de una interminable serie de canciones pop ochenteras tan cutres como pegadizas, eliminando la necesidad de crear suspense o desarrollar los personajes. ¿Quién quiere elaboradas escenas de suspense cuando el asesino utiliza como arma un imperdible muy grande? Sí, habéis leído bien: el arma de elección del asesino es un imperdible muy grande que clava con muy mala leche en sus víctimas.
Más conocida como Killer Workout, aunque me gusta más el título de Aerobicide, esta película no estará en la lista de nadie de grandes slashers de los 80. Si nos fijamos en las interpretaciones o la dirección o el guion, no pasa la prueba del algodón. Pero su guion tan poco ortodoxo y las peculiares elecciones del director/guionista hacen que esta sea una película tremendamente entretenida y muy disfrutable.
Cuenta la leyenda que, al morir John Barrymore, un grupo de amigos de borrachera, encabezado por Errol Flynn, robó su cadáver de la funeraria para llevarlo a una última noche de parranda. Sea cierta o no la historia aquí no importa, sino que sirvió de inspiración para El actor del terror (Frightmare aka The Horror Star, Norman Thaddeus Vane, 1983), película que le da un giro sobrenatural a la anécdota.
Los miembros de una sociedad dedicada al cine de terror de una universidad quedan devastados cuando se anuncia la muerte de Conrad Radzoff (Ferdinand Mayne), una estrella del cine de terror que también, sin que nadie lo supiera, era un asesino. El grupo decide rendirle un particular homenaje al actor, sacando su cuerpo del mausoleo en que descansa y llevarlo a la casa de la sociedad. Durante la noche de este particular tributo, el cuerpo de Conrad vuelve a la vida con poderes sobrenaturales que utiliza para matar uno a uno a los miembros de esta sociedad del terror.
Frightmare, como es más conocida, no tiene una trama particularmente original. La idea de convertir a una estrella del cine de terror en un muy real asesino ya había sido interpretada anteriormente por Vincent Price en Madhouse (Jim Clark, 1974), aunque en su película Norman Thaddeeus Vane le da un giro sobrenatural. Además, sus protagonistas no son especialmente memorables ni mínimamente desarrollados para que sepamos quiénes son, aunque el reparto cuenta con un joven Jeffrey Combs. Sin embargo, no por ello deja de ser una película interesante. La fotografía de Joel King le da a a la película un look tremendamente atmosférico, muy notable teniendo en cuenta el bajo presupuesto. Y si los jóvenes que son eliminados uno a uno no están desarrollados no importa, porque la estrella es, desde luego, Conrad Radzoff, el personaje de Ferdinand Mayne, conocido como el vampiro de El baile de los vampiros (The Fearless Vampire Killers aka Dance of the Vampires, Roman Polanski, 1967), y las imaginativas maneras en que despacha a sus anodinas víctimas.
Este enfoque resultaba moderno cuando se rodó la película en 1981, pero por problemas de distribución no se estrenó hasta 1983, por la Troma que cambió el título de The Horror Star a Frightmare (aunque ya existía una película con ese título dirigida por Peter Walker en 1974), cuando ya había una montaña de películas parecidas y el slasher estaba plenamente establecido con asesinos de mayor o menor fortuna popular. Pero con el paso del tiempo Frightmare ha sobrevivido gracias, en parte, a que la manera en que se desarrolla la trama le da un toque metalingüístico adelantado a su tiempo. Hoy día puede verse como un tratado sobre el fandom tóxico, que trata a los artistas como sirvientes a sus órdenes, además de como un entretenido slasher. También ha ayudado a la reputación del film que las actuales ediciones en Blu-ray restauran la imagen en toda su gloria, ya que en anteriores ediciones era difícil ver lo que pasaba de lo maltratada que estaba la imagen.
Los toques meta encajan bien con el tono del film, que mezcla comedia y terror. Un cóctel que puede sentar particularmente bien a los fans del género.
El prolífico Ignacio F. Iquino dirigió una única película de terror, pero volcó en ella tanto delirio, desmadre y demencia como para una docena. Secta siniestra (1982) desapareció en su momento debido a una mala distribución pero ha sobrevivido gracias a ser una deliciosa locura psicotrónica. Una joya para los amantes del cine bizarro.
Frederick (Carlos Martos) disfruta de una noche de placer con su amante Helen (Emma Quer), cuando se escapa su esposa demente Elizabeth (Diana Conca) del ático en el que está encerrada. Elizabeth deja ciego a Frederick y escapa en la noche, siendo detenida demasiado tarde para Frederick. Frederick y Helen se casan pero, cuando quieren tener hijos, descubren que el gafe de Frederick es estéril. La pareja opta por la fecundación in vitro, cayendo así víctimas de una secta satánica que quiere hacer nacer al hijo de Satán.
Asesinatos pasados de rosca, interpretaciones tan sobreactuadas que podrían alumbrar un pueblo, un final de traca, ante el que uno no puede más que ponerse de pie y aplaudir, y mucho más es lo que ofrece Secta siniestra. Algunos de los detalles que más me gustaron: para identificador a los malos, el director decidió iluminarlos con una luz roja tremenda y, en algunos planos, se puede ver claramente la mano de alguien del equipo creando efectos especiales como una lámpara que se mueve "sola". ¿Qué más puedo decir para convenceros de la genial que es esta película? En la edición en Blu-ray de Vinegar Syndrome, la experta Kat Ellinger compara esta película a Superstición (Superstition, James W. Roberson, 1982), una acertada comparación que os puede dar una idea de lo tremendamente entretenida que es Secta siniestra. Recomendada para los amantes del terror desmelenado y frenético.
A veces solo es necesario un pequeño detalle para convertir una película mediocre en algo memorable. En el caso de Blood Harvest (Bill Rebane, 1987), tener a Tiny Tim interpretando a Mervo contribuye a que esta sea una película memorable en lugar de otra olvidada producción de bajo presupuesto.
Jill (Itonia Salochek) regresa a su pueblo natal para visitar a sus padres. No es el mejor momento para una visita, una fuerte crisis económica ha hecho que muchos granjeros pierdan su casa, de lo cual hacen responsable al padre de Jill como representante del banco. Esto se traduce en pintadas y amenazas dirigidas a la familia de Jill. Pero cuando esta llega a casa descubre que está vacía y que sus padres han desaparecido. El único que se encuentra presente es Mervo (Tiny Tim), el demente hermano payaso de Gary (Dean West). Gary fue el amor de infancia de Jill y ahora es el único que le ofrece alguna protección contra los irritados vecinos. También anda por la zona un misterioso asesino acosador que le ha encontrado el gusto a espiar a Jill. Ya habréis adivinado que todo esto se traducirá en una noche de terror para Jill.
Tiny Tim era un artista que se dedicaba a cantar canciones de los años 20 acompañado de un ukelele. Popular brevemente a finales de los 60, se convirtió en una figura de culto para los aficionados a la cultura basura. Por eso supongo que supe de su existencia leyendo el libro de Jordi Costa Mondo Bulldog. Viaje iniciático al universo basura. Fue un golpe de genio por parte del director Bill Rebane hacer que Tiny Tim interpretara a Mervo, ya que ofrece momentos auténticamente inquietantes solo por el hecho de que realmente parece una persona con problemas la que está interpretando el papel. Acompañado de sus canciones, interpretadas con una aguda voz infantil, Tiny Tim es la razón para ver esta película, su presencia es hipnótica y perturbadora y muy divertida, todo a la vez.
Del resto del reparto no se puede decir gran cosa. Son interpretaciones mediocres o acartonadas. La protagonista Itonia Salochek no llena de personalidad a su personaje y es bastante sosa a pesar de su innegable atractivo. A modo de compensación, la película busca la mínima excusa para que se desnude o aparezca ligera de ropa, en algunas ocasiones llegando al ridículo. La ausencia de vestuario de la protagonista hace que resulte más evidente que el resto del reparto lleva siempre la misma ropa, aunque la historia transcurre a lo largo de varios días. Otro elemento que no aporta mucho son los asesinatos, todos ejecutados de la misma manera, lo que inevitablemente los hace bastante aburridos.
Blood Harvest ofrece cero suspense, es bastante predecible y muy fácil de adivinar quién es el asesino. Tiny Tim y el torpe desarrollo de la historia, lo que incluye las peculiares decisiones de edición, son las únicas razones por las que puede resultar interesante esta película a los fans del cine basura.
Durante la década de los 80 del siglo XX, la industria cinematográfica italiana empezaba a decaer, pero aún pudieron producir bastantes copias y versiones propias de éxitos ajenos, como la divertida y delirante El guerrero del mundo perdido (Warrior of the Lost World aka I predatori dell'anno omega, David Worth, 1984). Cine trash del bueno.
Un jinete motorizado (Robert Ginty) viaja por las arrasadas carreteras de un mundo posapocalíptico. Su vagabundeo cesa cuando Nastasia (Persis Khambatta) lo alista para que le ayude a rescatar a su padre, McWayne (Harrison Muller) el líder de El Nuevo Camino, de las garras de Prossor (Donald Pleasence), el líder de Omega. Arranca así una batalla por el futuro de este mundo ídem.
No hay que ser un gran experto en cine para ver que El guerrero del mundo perdido copia Mad Max 2, el guerrero de la carretera (Mad Max 2, George Miller, 1981), que fue un gran éxito de taquilla en todo el mundo. Aunque el protagonsita sin nombre lleva una moto, el modelo es bastante obvio. Pero no se detiene ahí: el film coge/plagia/roba elementos y detalles de decenas de películas distópicas futuras estrenadas entre los 70 y los 80. Por si eso fuera poco, Donald Pleasence va vestido igual que cuando hizo de Blofeld en Sólo se vive dos veces (You Only Live Twice, Lewis Gilbert, 1967). Para darle más sabor a la mezcla, también se copia la entonces exitosa serie El coche fantástico (Knight Rider, creador Glen A. Larson, 1982-1986). Es esta mezcla imposible, presentada de manera algo torpe y con cero presupuesto, lo que hace que esta película sea tremendamente entretenida. Sobre todo gracias al tremendo reparto que lo da todo en este delirante cóctel. Además del siempre efectivo Robert Ginty, la bella Persis Khambata y de un Donald Pleasence que parece que se lo está pasando pipa, también hay que sumar al gran Fred Williamson, que buscaba alargar su estancia en Italia, y a Geretta Geretta, acredita como Janna Ryan, haciendo de amazona del futuro.
Desde el primer minuto la diversión está asegurada, con los intercambios entre Robert Ginty y su moto sabia, de lo más ridículos y deliciosos. Personalmente, una de las cosas que más me gustó es como la película añade efectos sonoros futuristas a las ametralladoras y otras armas, obviamente anticuadas. Mucha gracia también me hizo cuando el jinete le pregunta a la moto, Einstein, cómo ha sido capaz de hacer un gran salto, cuando al inicio del film apreta un botón para hacer exactamente lo mismo. Por desgracia, el momento que más me hizo reír no lo puedo comentar, ya que sería un gran destripe del final, pero baste decir que la espera vale la pena.
Esta psicotrónica película pasó desapercibida por las salas de cine, pero sobrevivió en las estanterías de los videoclubes, en las que sus cualidades únicas han asegurado que sea comentada por los aficionados a la vanguardia casual de todo el mundo. Para los interesados en este tipo de cine, 90 minutos de alegre despiporre.
Más conocida por su título en inglés, el nada sutil The Torture Chamber of Dr. Sadism, El tormento de las 13 doncellas (Die Schlangengrube und das Pendel, Harald Reinl, 1967) es un entretenido ejemplo de terror gótico con Christopher Lee que adapta un relato de Edgar Allan Poe.
El conde Regula (Christopher Lee) es condenado a ser descuartizado tras descubrirse sus terribles crímenes: la tortura y el asesinato de doce jóvenes doncellas. La que tendría que haber sido su 13ª víctima es la que denuncia sus crímenes tras escapar de sus garras: Lilly von Brabant (Karin Dor). El juez Roger von Marienberg (Lex Barker) es el encargado de dictar sentencia. 35 años después, la baronesa Lilian von Brabant y Roger Mont Elise, descendientes de Lilly y Marienberg, serán el objetivo de la venganza del conde Regula, que ha regresado de entre los muertos.
Tres factores influyeron sin duda en la creación de esta adaptación de El pozo y el péndulo de Poe. Primero tenemos el éxito de Mario Bava La máscara del demonio (La maschera del demonio, 1960), luego el éxito de las adaptaciones de relatos de Edgar Allan Poe realizadas por Roger Corman, y, finalmente, el éxito de Christopher Lee como Drácula en los clásicos de la Hammer. La influencia de Bava se nota principalmente al inicio, cuando le colocan una máscara que por dentro tiene un montón de púas al conde Regula, y en las escenas finales, así como en algunos elementos de la trama. Roger Corman ya había adaptado El pozo y el péndulo de Poe en El péndulo de la muerte (The Pit and the Pendulum, 1961), que en Alemania se había estrenado como Das Pendel des Todes por eso se conserva el título del relato de Poe en la película de Harald Reinl, de la que se toman también elementos visuales, como ambientar la historia en el siglo XVIII, así como convertir el cuento original de Poe en una narración más gótica. Y el tercer elemento se nota en el nombre del personaje de Lee, que en inglés suena parecido a Drácula, así como el conde Regula también tiene afición por la sangre de las vírgenes.
Teniendo todo esto en cuenta, se podría pensar que El tormento de las 13 doncellas es un film más bien derivativo y sin interés, más allá de la presencia de un siempre efectivo Christopher Lee. Pero el film de Reinl nos ofrece varios hallazgos visuales que convierten el film en un interesante delirio gótico de tintes oníricos. Por ejemplo, cuando los protagonistas viajan hacia el castillo de Regula, el cochero, interpretado por Dieter Eppler, ve con horror como de entre los árboles del bosque empiezan a surgir partes de cuerpos humanos que parecen crecer de las ramas y los troncos, creando así una deliciosa imagen surrealista. Este tramo de árboles cadáver viene seguido de otro tramo de ahorcados, enfatizando la sensación de onírica fantasia. Cuando Lilian y Roger se encuentran ya prisioneros en el castillo, el modo terror gótico se sube al 11, con extraños aparatos de tortura, un pasillo cuyas paredes están hechas de calaveras y murales que recrean las pinturas de El Bosco.
En definitiva, El tormento de las 13 doncellas es una delicia para los amantes del terror gótico, que convierte el relato de Poe en un festival visual.
Se dice que se es consciente del impacto que tuvo una película al estrenarse viendo la cantidad de imitadores que salen de la nada, intentando atraer al espectador con un producto que normalmente no llega a la calidad del original. La infame productora Cannon funcionaba así, intentando aprovechar éxitos, modas y tendencias de manera regular con resultados irregulares. Así que el éxito de las dos primeras aventuras de Indiana Jones llevó a Yoram Globus y Menahem Golan a intentar crear su propia franquicia aventurera. Y lo hicieron buceando en el propio ADN de Indiana Jones, así nació Las minas del rey Salomón (King Solomon's Mines, J. Lee Thompson, 1985).
Allan Quatermain es un aventurero creado por H. Rider Haggard en 1885, iniciando una serie de aventuras protagonizadas por Quatermain en África que no han envejecido bien debido a su visión colonialista. La primera de las aventuras de Allan Quatermain fue Las minas del rey Salomón, adaptada diversas veces al cine siendo la más famosa y lograda la clásica Las minas del rey Salomón (King Solomon's Mines, Compton Bennett, Andrew Marton, 1950), obvia influencia en la creación de Indiana Jones. La Cannon puso en marcha una nueva adaptación de la novela que, visualmente, procuraba imitar al máximo las películas de Steven Spielberg, pero con un presupuesto mucho, mucho más bajo.
Richard Chamberlain encarnó al aventurero Allan Quatermain con gran entusiasmo y verosimilitud, ya que lo veía como una manera de dejar atrás su imagen televisiva. A su lado, encontramos a una joven Sharon Stone como Jesse Huston, arqueóloga que contrata a Quatermain para que le ayude a encontrar a su padre. Stone fue contratada ya que Golan quería a Kathleen Turner, pero le dio el nombre que no era al director J. Lee Thompson. Cuando Golan se dio cuenta de lo que había hecho, le rebajó el sueldo a aquella desconocida Stone con la promesa de protagonizar la secuela. Así se puso en marcha también la secuela que se rodó al terminar el rodaje de Las minas del rey Solomón.
Como ya se ha señalado, el presupuesto de esta película era mucho menor que el de cualquiera de las dos aventuras de Indiana Jones estrenadas hasta entonces, lo que no impidió que intentasen emularlas copiando algunas escenas. Pero esta película se ganó su propia personalidad gracias al enfoque de la acción de Thompson y a un guion que estaba firmemente anclado en la comedia.
Así, entre la acción sin pausas y los continuos gags, la película se pasa muy rápido y divierte bastante. Es decir, si sois amantes de la chorrada, porque admito que mucho de los momentos que me hacen reír son bastante chorras. Pero ese también era el encanto de las producciones Cannon, que suplian calidad con diversión.
La secuela se puso en marcha de forma inmediata, así que ambas películas se filmaron consecutivamente. Allan Quatermain y la ciudad perdida del oro (Allan Quatermain and the Lost City of Gold, Gary Nelson, 1986) se basaba en la novela de H. Rider Haggard Allan Quatermain y contaba de nuevo con Richard Chamberlain y Sharon Stone como protagonistas. Al parecer, Stone no era todavía la gran estrella de cine en que se acabaría convirtiendo, pero ya actuaba como una diva, ganándose la enemistad de todo el equipo en ambos rodajes. La actitud de Stone empeoró cuando se sumó al rodaje Cassandra Peterson, para interpretar a la reina Sorais, famosa por su personaje Elvira. Peterson era el perfecto opuesto de Stone, ganándose las simpatías inmediatamente de todo el equipo, haciendo gala del humor e ingenio con que dio vida a Elvira. Esto provocó que Stone hiciera todo lo posible por hacerle la vida imposible a Peterson, lo que culminó en una épica batalla entre ambas. Al reparto también se sumaron James Earl Jones y el gran Henry Silva interpretando, obviamente, al villano de la función.
Sharon Stone y Cassandra Peterson momentos antes de arrancarse los ojos mutuamente
La secuela se rodó con menos dinero aún que la primera entrega, así que no hay tanta acción y aventura como en la primera. Además el guion no era tan divertido como el de la primera. El resultado es un film que es más soso, sin ese ritmo constante que no daba un respiro de la entrega dirigida por J. Lee Thompsn. Eso no quiere decir que carezca de interés para el aficionado a la serie B más desmelanada. Por ejemplo, el mencionado reparto que incorpora nombres como el de Henry Silva y el de Cassandra Peterson. No me extraña que Stone le cogiera ojeriza a Peterson, ya que cada vez que aparece en pantalla se lleva toda la atención, haciendo que uno se olvide de que también corre por ahí la Stone. También está plagado de momentos absurdos, originados en la complicada producción y las escenas que quiso volver a rodar Menahem Golan. Al parecer, Golan confundió esta película con otra de las producciones que tenía en marcha la Cannon durante un pase del primer montaje y quiso cambiarlo todo al no entender lo que pasaba, así que la película sufrió por ello antes de que Golan admitiera su error.
Es cierto que Allan Quatermain y la ciudad perdida del oro no es una buena película. De hecho, ninguna de las dos entregas lo es, pero eso no impide que sean divertidas y muy entretenidas, repletas de detalles que hacen que adquieran personalidad propia a pesar de ser obvias copias de las aventuras de Indiana Jones. Recomendadas para los amantes de la serie B y fans de la Cannon.
Pesadilla mortal (Nightmare, Romano Scavolini, 1981) tiene un argumento que es poco más que otra copia de La noche de Halloween (Halloween, John Carpenter, 1978), algo bastante habitual por entonces, pero ha adquirido cierto valor de culto por sus sangrientos asesinatos con escenas bastante gore para la época creadas por Tom Savini.
La historia arranca con George Tatum (Baird Stafford), un perturbado que experimenta vívidas pesadillas, sujeto a una técnica experimental con drogas para tratar enfermedades mentales. Aunque parece bastante obvio que sigue igual de enfermo, deciden soltarlo convencidos del éxito de la terapia. George empieza a matar al poco de salir de la clínica y empieza a acosar a una familia de Florida.
El director y guionista Romano Scavolini introduce suficientes variaciones como para ahorrarse una denuncia por plagio, pero, como decía al principio, es obvio de donde surgió el esqueleto de la historia. Las variaciones son tan significativas como, por ejemplo, que si en el film de John Carpenter el doctor Loomis insiste en que Michael Myers está enfermo y que no lo suelten y que sabe que es el asesino, en el film de Scavolini el doctor que trata a George insiste en que está curado y que lo suelten y que no es el asesino. ¡Totalmente distinto! En todo caso, si el film es recordado hoy día es por el gore que le da salsa a los asesinatos y un aspecto visual cargado de sordidez, muy sucio a pesar de que los personajes femeninos se pasan la película entrando o saliendo de la ducha. Otro elemento memorable del film es C.J. Temper, interpretado por C.J. Cooke. Este personaje es el hijo de Susan Temper, la mujer vigilada por George, y es, básicamente, una especie de Daniel, el travieso pero en cabrón.
A pesar de los toques gore, ejecutados muy efectivamente por Tom Savini, el film se hace bastante lento, no solo por la lentitud de su desarrollo, también por la propia torpeza del director (me hace gracia que inicia la película con un cartel que dice "La primera noche" que luego es seguido de "El segundo día"). Claro que también es posible que la película se haga lenta porque el espectador sabe exactamente qué es lo que va a pasar. En todo caso, es una curiosidad para aquellos interesados en el terror ochentero, aunque no la recomendaría como una película particularmente interesante. Si decidís verla, aseguraos de hacerlo en la versión sin censura o será una mayor pérdida de tiempo.