1 ago 2011

La historia de amor más grande jamás contada

Si lo que les sucedió a Martín y Laura fue una maldición o una bendición lo tendréis que decidir vosotros. Yo no tengo respuestas.

Martín y Laura se conocieron en la fiesta que dio Ricardo Sancri en su recién estrenado piso. La fiesta fue la manera que Ricardo tenía de expresar que había superado completamente la rotura con Marta y que estaba dispuesto a empezar de cero, lleno de ilusión y esperanza por el futuro. Lo cual no era cierto, pero Ricardo creía que si la gente pensaba que era cierto se acabaría convirtiendo en realidad. Porque la verdad era que aquel piso nuevo le parecía enorme y frío como si fuera la Fortaleza de la Soledad de Superman.

Martín trabajaba en la misma empresa publicitaria que Ricardo, habían trabajado juntos diversas ocasiones. Laura y Ricardo formaban parte del mismo grupo de amigos desde los tiempos de la universidad. Por eso estaban los dos en aquella fiesta y, a las diez y media de aquel sábado, Ricardo los presentó.

No hubo grandes destellos, ni sonó música celestial, ni se sintieron inmediatamente atraídos el uno por el otro. Simplemente se pusieron a hablar. Y estuvieron hablando durante toda la noche. Sentados cada vez más juntos en el sofá, tocándose brevemente, tanteándose.

Finalmente, a las dos de la madrugada se besaron. Y se continuaron besando, mientras el resto de los invitados fumaba porros, tarareaba una vieja canción de Van Morrison o filosofaba sobre la vida y la muerte con la clarividencia de los borrachos y los fumados. Hasta que llegó la hora de que la gente se marchase, unos a su casa y otros buscando un local que estuviera abierto a aquellas horas porque todavía era temprano y no muy tarde y tenían ganas de fiesta.

Ricardo despidió a Martín y Laura y vio como se marchaban cogidos de la mano, mirándose a los ojos embelesados, caminando lentamente hacia el ascensor, saboreando cada momento juntos. Ricardo cerró la puerta, con la imagen de los dos grabada en su cerebro. Se asomó al balcón de su nuevo piso y vio cómo se iban caminando juntos. En aquel momento fue consciente de que nadie jamás le volvería a amar. Nunca más volvería a caminar cogido de la mano con una mujer que le profesase la misma devoción que él a ella. Y saltó. Cayó siete pisos y se las arregló para aterrizar de cabeza, esparciendo sesos y sangre por la acera.

Y así se conocieron Martín y Laura.


Al principio todo fue normal, ¿sabes? Quiero decir, no eran diferentes de cualquier otra pareja que empezaba a salir, comentó María, que conoció a la pareja, tiempo después de los hechos. Se besaban cada dos por tres, estaban todo el tiempo enganchados y se hacían arrumacos. Lo típico de las parejas que empiezan, ¿no? Fue al cabo de un año, cuando ya esperas que las cosas se vayan atemperando, que con ellos la cosa se puso... Dios, no sé.

Cuando quedaban para cenar, ir al cine o en cualquier ocasión social, los amigos de la pareja empezaron a observar una actitud extraña entre los dos. Algo que iba más allá de terminarse las frases o reírse por chistes privados. Sus amistades, perplejas, no sabían bien como interpretarlo y la pareja intentó disimularlo el máximo tiempo posible, pero no podían ocultarlo por mucho tiempo.

El hecho es que habían desarrollado su propio lenguaje, por decirlo de alguna manera. La compenetración de la pareja, la conexión entre ambos había llegado a tal extremo que cualquier mínimo gesto estaba cargado de significado. Cierta manera de enarcar las cejas, un ligero movimiento de la mano derecha, media sonrisa... Todo formaba parte de un código desarrollado por la pareja que era prácticamente telepatía.

Este nivel de comunicación no parece que fuera creado, más bien se desarrolló. Y se desarrolló de tal manera que tenían que hacer un esfuerzo por hablar cuando se encontraban en compañía de otras personas. A pesar de todo, sus amistades empezaron a sentirse cada vez más incómodos frente a la pareja y empezaron a evitarla.

No evitaban a Martín o a Laura, y cuando podían los veían, pero siempre por separado. Verlos a los dos juntos en pareja era lo que había empezado a inquietar al círculo social de ambos.

No te podría decir exactamente que era, declaró Alejandro, otro antiguo amigo de la pareja, pero era verlos juntos y se me revolvía el estómago. Verlos tan absolutamente metidos el uno en el otro era... antinatural. Eso es, aquella pareja era antinatural.


El primer incidente violento tuvo lugar cuando la pareja, que para entonces ya era la Pareja, llevaba un año y medio junta. Sucedió en la oficina en la cual trabajaba Laura. Fue un lunes.



Sandra Colbi, hacia las diez y media de la mañana, empezó a sentir un fuerte dolor de cabeza y se levantó para ir al lavabo a refrescarse. Pensaba tomarse una aspirina pero cuando llevaba apenas un par de minutos en el lavabo, se le pasó el dolor de cabeza y volvió a su despacho. Al cabo de unos minutos le volvió el dolor de cabeza. De nuevo, le volvió a desaparecer cuando llevaba apenas unos minutos en el lavabo.

Estuvo así toda la mañana y parte de la tarde, de modo que hacia las cuatro estaba completamente desquiciada. Tenía los nervios a flor de piel y se sentía atrapada en su despacho, que parecía cada vez más pequeño.

Más tarde, un policía le preguntó: ¿Y por qué no se fue a casa? Sandra se quedó mirando al agente sin saber que responder, sintiéndose estúpida y avergonzada por no poder explicarle a aquel policía lo que había sentido. No se fue a casa porque no podía, se sentía anclada en aquel despacho. No podía abandonarlo igual que la Luna no salía volando alejándose de la Tierra. Alguna fuerza la retenía allí.

Sandra había notado que su cabeza empezaba a dolerle sólo en su despacho y alrededores, así que empezó a buscar cuál podía ser la causa de su sufrimiento. Aquel no era un dolor natural. Finalmente notó que el dolor era más agudo cuando se quedaba enfrente del despacho que había al lado del suyo. El de Laura. Abrió la puerta y se quedó observando al origen de todos sus males.

Laura emitía una especie de vibraciones. Unas emanaciones que eran las que provocaban que en el aquel momento el cerebro de Sandra pareciera demasiado grande para el cráneo que lo contenía.

-Muy bien, basta ya -dijo Sandra.

Laura levantó la cabeza y la miró sin comprender.

-¿Perdona? -dijo Laura, sonriendo.

-Para. Sea lo que sea lo que estás haciendo, para ya. Déjalo.

Sandra agarraba el pomo de la puerta con tanta fuerza que sus nudillos estaban completamente blancos. Todo su cuerpo estaba increíblemente tenso. Laura sonrió y dijo:

-¿Que pare qué?

No fue aquella respuesta la que hizo saltar a Sandra. Fue la sonrisa. Aquella sonrisa tan llena de paz y felicidad fue la que finalmente hizo que Sandra saltara sobre Laura y la empezara a golpear con un informe que cogió de encima de la mesa de su víctima.

No fueron los gritos de Laura los que atrajeron a los demás trabajadores que había en la oficina, ya que Laura no gritó y aceptó los golpes con beatífica resistencia. Fueron los gritos de Sandra que acompañaba cada golpe con un ¡PARA! que resonaba por toda la oficina.

Al principio se interpretó el incidente como un caso más de agotamiento nervioso. Sandra pasó una temporada internada, aunque al cabo de unos días se encontraba totalmente recuperada. Sin embargo, muy pronto se hizo evidente que la Pareja emitía unas vibraciones que provocaban malestar en la gente que se encontraba a su alrededor, que llegaban a ser dolorosas en el caso de personas muy sensibles.

Se podía ver el alcance de esas vibraciones viendo el vacío que se creaba alrededor de ambos o de cualquiera de los dos cuando viajaban en metro. Lo más usual es que la gente se pusiese enferma: vómitos, náuseas, fuertes dolores de cabeza. Pero en diversas ocasiones hubo varias reacciones violentas. Todo esto era aceptado por la Pareja sin que afectara a su mutua felicidad.

La Pareja acabó trabajando en casa. Gracias a Internet, ni siquiera tenían que salir de casa para comprar comida.


La Pareja hacía aproximadamente cinco meses que no salía de casa, más que para tirar la basura. Una noche, empezaron a hacer el amor, como todas las noches A medida que se acercaban al clímax, ya que por supuesto ambos siempre llegaban al orgasmo al mismo tiempo, Martín mordió el hombro de Laura y Laura mordió el hombre de Martín. Cada uno arrancó un pedazo de carne del otro y se lo tragó. Y otro. Y otro.

Se devoraron entre sí. El éxtasis que experimentaban borraba cualquier dolor, cada bocado del otro un estallido de placer que recorría todo su cuerpo. Nunca habían probado nada que fuera tan absolutamente sublime. Nada que les llenara de tanta dicha y felicidad. La carne de Martín era la más sabrosa y tierna que jamás había comido Laura. La sangre de Laura era puro néctar divino para Martín.


Dos meses más tarde, la policía forzó la puerta y entró en el piso de la Pareja. Sus respectivas familias habían denunciado su desaparición. Pero el único rastro que la policía encontró de ellos fue una cama ensangrentada y nada más. La Pareja, simplemente, había desaparecido.

Dresden Dolls - Coin-Operated Boy
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8 comentarios:

Javier Simpson dijo...

Está bien el relato. Supongo que será tuyo. Es inquietante y de final atroz. Me recuerda a Cronemberg. La carne, la mente, los cambios. Me ha gustado. Si es tuyo enhorabuena, Raül; creo que a mí no se me podría ocurrir escribir ningún relato con interés, no sabría por donde empezar.

Raúl Calvo dijo...

Pues sí. Puedo decir que es mío de principio a fin, para bien o para mal. Me alegro que te gustara.

Javier Simpson dijo...

Creeme: para bien. Me parece que tienes ingenio, sí señor.

Raúl Calvo dijo...

Muchas gracias!

Dr. Gonzo dijo...

¡enhorabuena tio! Me ha parecido absolutamente genial y original. Y me ha recordado a una pareja que conozco; ella era intima amiga mia y de mi circulo de amistades, hasta que se echó novio. Entonces empezó a ausentarse cada vez más, y estar en su presencia, a solas, resultaba un tanto incómodo. A ellos les daba igual estar rodeados de gente, y no dejaban en ningún momento los mimos, los besos y los abrazos. Vamos, que resultaba incomodo quedarse a solas con ellos.
Luego, con el tiempo, cada era más dificil quedar con ellos para tomar café o dar una mísera vuelta. Sólo tenían tiempo el uno para el otro, así que no me extrañe que acaben "desapareciendo" para el resto de la humanidad, como los de tu historia.

Si, tu relato me ha parecido una metáfora extrema sobre esas personas que, cuando encuentran pareja, se vuelven asquerosamente insoportables, empalagosos y, sencillamente, ya no se acuerdan de nadie, salvo de ellos mismos.
Y es que no hay nada más incomodo que salir a solas con una pareja y que estos estén todo el rato comiéndose la boca y haciendose cariñitos sin cortarse. Uno no sabe si mirarlos a ellos, mirar al suelo, o irse a casa.

Y de nuevo, te felicito por el relato Raül.

Raúl Calvo dijo...

Gracias, lo que mencionas es uno de los temas, claro. También hay otros que veo dependen de los lectores, lo cual me encanta: que cada cual lea una cosa diferente.

Lo raro es que con este relato se me ocurrió primero el final, luego tuve que remontarme para ver cómo llegaba a él. Normalmente se me ocurren los principios y no sé cómo acabarán.

Helena Ortiz dijo...

Por dios bendito! qué mente tienes! (no sé si decirte original o monstruosa, creo que las dos cosas). Me ha gustado mucho, pero me ha creado un mal rollo el final que aquí estoy mirando al sofá donde está Juli con desconfianza...

Muy guapo el cuento tío. Me parece guay lo que dice tu amigo de que podría simbolizar a la típica pareja simbiótica-empalagosa y, en ese caso, el final es muy realista: se aíslan y se consumen en su propia mundo, por no hablar de la pérdida de uno mismo, pero bueno, eso te lo dejo para tu próximo cuento, así que vete poniendo que estamos esperándolo ya!

un besazo!

Raúl Calvo dijo...

Espero que la espera no se haga muy larga, pq ya estoy preparando otra cosa!